La Búsqueda Arqueológica de los Primeros Cristianos
Una mezcla de animales –algunos reales, otros exóticos- abundan en la parte superior de una tumba en la ciudad helenística de Maresha. Las pinturas del sitio son versiones restauradas de los originales, que están datadas en el siglo segundo y tercero a.C.
La búsqueda por el próximo artefacto espectacular ha comenzado. Antiguos osarios, manuscritos perdidos codificados con mensajes secretos acerca de Jesús, incluso fragmentos de papiros desmenuzados –algunos no más grandes que los tickets que guardamos en nuestros bolsillos- prometen esperanza de un nuevo mundo en los estudios de la Biblia. Se piensa que, si solo miramos más atentamente, si solo cavamos un poco más profundo, algún día encontraremos esa pieza única de evidencia que nos llevará al período más antiguo de Jesús y sus seguidores. Para muchos, es una urgente misión arqueológica con profundas implicaciones para la historia de la fe.
Pero no contengas el aliento. Por casi doscientos años después de la crucifixión, las ciudades romanas estuvieran completamente desprovistas de cualquier rastro de cristianos primitivos; hasta la fecha, nadie ha encontrado ningún objeto que pueda ser asociado posiblemente a ellos. Como arqueólogo e historiador, creo que tiempo de tomar este silencio en serio y dejar de taparlo con “descubrimientos” sensacionalistas. Muchos de los seguidores de Jesús –hombres y mujeres que vivieron en el primer, segundo e incluso el tercer siglo en el Mediterráneo romano- sencillamente no querían ser encontrados.
Eso no es exactamente lo primero que viene a la mente cuando pensamos en los cristianos primitivos, pero la evidencia es infranqueable. Por casi cuatrocientos años, no hubo escenas de pesebres en ningún lugar del mundo romano. No había crucifijos en los hogares y secuelas. No había biblias encadenadas a los púlpitos de las iglesias. De hecho, ni siquiera sabemos cómo eran las “Iglesias”, a menos no hasta la mitad del tercer siglo. Para una comunidad que más tarde llegaría a recordar su historia primitiva como un tiempo de salvaje persecución, correspondida con francos actos de martirio, este silencio arqueológico representa un pequeño problema.
¿Dónde están estas personas?
Las personas se basan en dos sugerencias para explicar este silencio. La primera es que la Escritura, más específicamente el Segundo Mandamiento de la Biblia hebrea, prohibía que los seguidores de Jesús incursionen en el arte. La segunda es que los primeros cristianos eran demasiados pobres y marginados para dejar algo destacado en la historia. Las nuevas investigaciones arqueológicas e históricas sugieren que ninguna de estas explicaciones tradicionales son adecuadas. Este artículo en dos partes explorará cada uno de estos temas, estableciendo nuevas direcciones en el estudio de la Cristiandad Primitiva.
Abordemos la primera cuestión. ¿Realmente el mandamiento mosaico que prohíbe la creación de imágenes y esculturas (Deuteronomio 5:8) les impedía a los primeros seguidores de Jesús que utilicen sus propios talentos artísticos? Trabajos recientes en la cultura material del período del Segundo Templo ha arrojado nueva luz sobre el tema. En el centro de este panorama está un joven de veinte años, Alejandro Magno, y el legado que él dejó en el mediterráneo oriental en el primer, segundo y tercer siglo a.C.
En el tiempo de los sucesores de Alejandro -la dinastía Seléucida en Asia Menor y en el norte del Levante, los Ptolomeos en Egipto y el sur del levante- el arte y la artesanía helenística comenzaba a difundirse en las costas del mediterráneo oriental. Una visita a dos ciudades lo confirma. En la ciudad de la Marisa helenística (actualmente conocida como Maresha, un sitio cerca de Belén), los arqueólogos encontraron tumbas mortuorias con pinturas de animales y paisajes que tienen un estilo similar al que puede ser visto en sitios como Vergina, Grecia, un importante sitio de reyes macedónicos. Los animales pintados en Maresha incluso pueden haber estado inspirados en el famoso zoológico helenístico fundado por los Ptolomeos en Alejandría. Las pinturas en Maresha han sido datadas en el siglo segundo y tercero a.C.
Columnas dóricas e iónicas, frisos, incluso figuras de pirámides egipcias componen el vocabulario arquitectónico para estas dos tumbas en Jerusalén del período del Segundo Templo. Están localizadas al este de la plataforma del Templo, en el Valle de Cidrón de Jerusalñen.
La evidencia en Jerusalén revela ejemplos similares de intercambio cultural durante este tiempo. En muchas tumbas de Jerusalén aparecen representaciones de barcos y anclas durante el período tardío del Segundo Templo. Algunas tumbas monumentales construidas en el Valle de Cidron, a la sombra del Segundo Templo, incorporan estilos arquitectónicos que también era ampliamente populares. Tanto la tumba de los hijos de Hezir, fechada en el segundo siglo a.C., y la así llamada Tumba de Absalom, datada en el siglo primero d.C., incluyen grabados de columnas griegas, capitales, frisos e incluso formas de pirámides egipcias.
Los individuos y grupos judíos durante el período del Segundo Templo pueden haber tenido fuertes discusiones entre ellos acerca del rol de las costumbres helénicas en la formación de su identidad judía –debates que observamos en las fuentes textuales, como 2 Macabeos- pero la evidencia arqueológica es clara: el Segundo Mandamiento dado a Moisés no evitaba que hicieran imágenes. Evitaba que hicieran ídolos. Apreciar este matiz en la historia del arte y la arqueología judía es un primer paso importante para ver la arqueología cristiana primitiva en una nueva luz.
En resumen, ¿Cómo hemos llegado a creer que los cristianos albergaron una hostilidad artística innata, basados en el segundo mandamiento, cuando los judíos que leían la misma Escritura llegaron a ideas completamente opuestas? Entender porqué no hemos sido capaces de encontrar a los primeros seguidores de Jesús significa dejar a una lado presuposiciones como estas. En mi segundo artículo, abordaré la siguiente: ¿Los primeros cristianos eran demasiado pobres como para costear cosas bonitas? La respuesta a esa pregunta, no es la que podemos creer que conocemos.
Este cuenco de barro fue encontrado en una catacumba romana en la Via Apia. En elexterior está el signo de “Cristo”, el “Mesías”. En el interior, están los apóstoles Pedro y Pablo. Este cuenco data de mediados del siglo cuarto, el período cuando los cristianos comenzaron a marcar las copas, cuencos y vasijas con signos cristianos. Antes de eso, incluso la lujosa loza de los hogares cristianos ricos –como la loza de plata del tiempo de Clemente de Alejandría- carecía de signos o símbolos cristianos explícitos.
La búsqueda continua. Historiadores y arqueólogos expertos están excitados con las noticas de una copia del primer siglo d.C. del evangelio de Marcos. Si fuera verdad (y seamos francos, posiblemente no lo sea), le dará a muchos creyentes la alegría de contemplar algunas de las primeras palabras escritas en la literatura cristiana.
También podría confirmar una verdad incómoda que muchos historiadores han estado predicando por décadas: los seguidores de Jesús eran mucho más educados y más prósperos que lo que se nos ha enseñado a creer.
Esta es una parte de la historia que usualmente es ignorada durante estas búsquedas arqueológicas. Pero la riqueza e influencia no puede ser dejada fuera de la historia de la iglesia primitiva. Incluso pueden arrojar nueva luz sobre las luchas mediante las cuales los cristianos obtuvieron sus derechos en Roma.
En el primer artículo sobre el tema, refuté la idea de que los cristianos temían hacer objetos o imágenes debido al segundo mandamiento de la Biblia hebrea. En este artículo, desafiaré la idea de que los cristianos dejaron tan pocos rastros arqueológicos debido que no podía costear su precio. Aunque la misión de la iglesia hacia los pobres y marginados puede ser una de las posiciones éticamente más admirable de la Cristiandad en la actualidad, en la antigüedad, no todos los seguidores de Jesús eran parte de una clase social baja.
Pablo, un escritor prolífico hacía personas alrededor del Mar Egeo, y la primera persona en proveernos de información del interior del cristianismo, nos entrega evidencia crucial de esta idea.
Leer, escribir, y todos los elementos necesarios para hacerlo (tinta, pluma, rollos, etc.) eran caros en la vida romana. Estas habilidades abrían puertas; también ubicaban a las personas en el diez por ciento superior de la sociedad, nuestra mejor estimación de la extensión de la alfabetización antigua. Afines del primer siglo d.C. –el tiempo en el que el evangelio de Marcos fue escrito; su copia más antigua conocida data de un siglo más tarde- una pareja de Pompeya estaba muy orgullosa de su habilidad para comunicarse con las personas a su alrededor. Ellos pusieron un retrato en su hogar donde aparecían con una pluma, rollos y una mesa para escribir.
Los destinatarios de Pablo pertenecían a los mismos círculos culturales. Sabemos gracias a las cartas que él escribió, que siguen convenciones estándar de escritura de cartas y sugieren una familiaridad con las prácticas de la élite social. Utilizar el tono correcto también era importante. Cloe en Corinto albergaba reuniones en su hogar (1Corintios 1:11). También lo hacía Febe en Cencreas (Romanos 16:1), así como Priscila y su esposo Aquila (Romanos 16:3-4).
No necesitamos asumir que estos hombres y mujeres estaban entre el 1% superior de sus contemporáneos por poseer propiedades propias. Una estimación cautelosa los ubicaría en el 25% superior de la columna socioeconómica. Tampoco necesitamos información estadística precisa para ver que la brecha económica entre los seguidores de Jesús era considerable.
Después de que Pablo dejó Corinto, escuchó que muchos miembros de la congregación estaban tratando la Cena del Señor como una lujosa cena festiva. Los pocos privilegiados cenaban y tomaban vino, regresando a sus hogares ebrios, mientras que los miembros de las clases inferiores regresaban a sus hogares hambrientos (1 Corintios 11:20-22). ¡Ciertamente no era una comunidad igualitaria!
Estas brechas económicas no se resolvieron con el paso del tiempo. Un siglo más tarde, los cristianos ricos en Alejandría estaban celebrando la Cena del Señor “con carne gruesa y salsas finas”. Clemente, el obispo de Alejandría, dijo a fines del siglo segundo o principios del tercero (Stromata, 2.1). Platos exquisitamente grabados de oro y plata eran usados en las cenas comunitarias, y aun así estas personas se atrevían a llamarla agape, la Cena del Señor, decía Clemente con exasperación.
Esto fresco del bautisterio en Dura-Europos representa a Jesús como el Buen Pastor. Es un tema extraído de la Escritura hebrea, una a la que el Evangelio de Juan también apela. Lo que pocos se dan cuenta es que la imagen de un pastor cuidando a sus ovejas era una personificación clásica de buena voluntad hacia todos. En su primera incursión en el arte, los cristianos habían representado una idea que los no cristianos también valoraban.
El obispo no estaba muy feliz, pero muchos cristianos tenían sus propias ideas acerca de cómo seguir a Jesús –e incluía hacer conexiones con las personas en su ciudad. A mediados del siglo tercero d.C., en el rio Éufrates en Siria, una comunidad había convencido a un residente local a derribar las paredes de su propio hogar. El resultado fue un nuevo lugar más amplio para las reuniones cristianas. El dueño incluso instaló un bautisterio.
Los cristianos se sentían tan cómodos en sus vecindarios, que finalmente habían decidido hacer algo de ruido. Así que renovaron un hogar. Es el ejemplo más antiguo de arquitectura cristiana que tenemos. También proviene de un período cuando la mayoría de las personas pensaban que los cristianos estaban siendo “perseguidos” a lo largo y ancho del imperio. Aun así, la casa de Dura precede la legalización del cristianismo por medio siglo. Este perfil gradual y creciente en el registro arqueológico debería cambiar la manera en que pensamos acerca de la historia cristiana.
La cristiandad puede no haber estado legalmente reconocida, pero los cristianos difícilmente se estaban escondiendo. De hecho, el triunfo político del cristianismo puede no haberse originado de su mensaje “espiritual” superior, sino que puede haber sido el producto de algo mucho más mundano: algunos aliados bien ubicados y el apoyo financiero adecuado. Ahora puede ser el momento perfecto para volver y repensar lo que realmente queremos decir cuando hablamos de que el Imperio Romano se “convirtió” al Cristianismo.
Autor: Douglas Boin | Traducido por Eric Richter
Fuentes