La visión de Ezequiel 1 | La visión de la Gloria Divina
Dios controla los acontecimientos
El capítulo primero del libro de Ezequiel contiene preciosas verdades y revelaciones que deben ser tenidas en cuenta hoy por el pueblo del Señor. Muchas interpretaciones incorrectas han surgido de este capítulo. Su desarrollado simbolismo, la ausencia de explicación o interpretación (al menos de parte de los símbolos) por parte del autor y la separación (ficticia) de este capítulo del resto del libro han llevado a muchos a torcer las Escrituras, principalmente por ignorar los principios bíblicos de interpretación. Así como con cada porción de la Escritura, los adventistas del séptimo día aceptamos el principio de que la Biblia es su propio intérprete, y por lo tanto las claves para descifrar los códigos de este capítulo se encuentran esparcidos a través del libro de Ezequiel mismo, del Antiguo y también del Nuevo Testamento.
Nuestra propuesta es dividir, por motivos didácticos, el texto en párrafos, y exponer párrafo tras párrafo la porción del texto con sus comentarios respectivos. Nuevamente hacemos hincapié en la unidad fundamental de este capítulo, y que las divisiones tienen sólo fines pedagógicos.
DESARROLLO DE LA VISIÓN
“Aconteció en el año treinta, en el mes cuarto, a los cinco días del mes, que estando yo en medio de los cautivos junto al río Quebar, los cielos se abrieron, y vi visiones de Dios. En el quinto año de la deportación del rey Joaquín, a los cinco días del mes, vino palabra de Jehová al sacerdote Ezequiel hijo de Buzi, en la tierra de los caldeos, junto al río Quebar; vino allí sobre él la mano de Jehová” (versículos 1 al 3).
En estos versículos, Ezequiel hace una introducción de la visión y del libro completo. Más allá de los datos históricos (los cuales pueden ser consultados en el Comentario Bíblico Adventista, tomo IV) llama la atención tres expresiones de este párrafo:
- “los cielos se abrieron”: la misma experiencia es relatada por Juan en el Apocalipsis (Apoc 4:1; 19:11). En ambas ocasiones, Juan recibe una visión de la gloria de Dios (Apoc 4:2-5:14; 19:11-16). Es un preámbulo que nos dice, desde ya, la naturaleza de la visión de este capítulo.
- “vi visiones de Dios”: así como ocurrió con Isaías (Isa 6:1), Moisés (Exo 3:2) y Juan (Apoc 1:13), Ezequiel inicia su ministerio profético con una visión de Dios que habría de conmover su corazón, impresionar su mente y darle una correcta perspectiva de los acontecimientos futuros.
- “vino… la mano de Jehová”: numerosos textos vinculan esta expresión con el don profético (1 Rey 18:46; 2 Rey 3:15; Dan 8:18; 10:10; Isa 8:11; Apoc 1:17). Tenemos plena comprensión de que el don de profecía es dado por el Espíritu Santo, al cual también se le ha denominado “el dedo de Dios” (Luc 11:20; comparar con Mat 12:28). El Espíritu de Profecía vino sobre Ezequiel.
“Y miré, y he aquí venía del norte un viento tempestuoso, y una gran nube, con un fuego envolvente, y alrededor de él un resplandor, y en medio del fuego algo que parecía como bronce refulgente” (versículo 4).
La visión inicia con una manifestación que proviene “del norte”. Terrenalmente hablando, el norte era el punto cardinal de donde provenían asirios y babilonios (si bien su ubicación era nor-oriental, el desierto que separaba Mesopotamia de Israel hacía que el acceso tuviera que ser por el lado norte). Sin embargo, esta visión no es terrenal, sino celestial. Encontramos pasajes donde se nos muestra que el norte, así como el oriente, es una de las direcciones cardinales asociadas a Dios y el poder divino (Job 37:22-23; Sal 48:2, Isa 14:13; 41:25). Además nos encontramos con la descripción de un terrible viento, y una nube envuelta en fuego, con una refulgencia tal como la del bronce trabajado en fundición. En otras teofanías o manifestaciones de la gloria de Dios podemos hallar elementos similares (Exo 19:9-16; Sal 50:3; Dan 7:13; 10:6; Apoc 1:7, 15; 14:14). No debemos tratar de imaginar un viento con una nube de fuego y elementos de metal. El autor trata de describir, con elementos humanos, algo que está más allá de nuestra limitada comprensión. Cuando usa expresiones como “viento”, “fuego”, “nube”, “bronce”, etcétera, sólo trata de expresar similitudes. Todo lo que esos elementos tienen en común es la luz, el cual es uno de los elementos preponderantes en este tipo de visiones, debido a que “Dios es luz” (1 Juan 1:5).
“y en medio de ella la figura de cuatro seres vivientes. Y esta era su apariencia: había en ellos semejanza de hombre. Cada uno tenía cuatro caras y cuatro alas. Y los pies de ellos eran derechos, y la planta de sus pies como planta de pie de becerro; y centelleaban a manera de bronce muy bruñido. Debajo de sus alas, a sus cuatro lados, tenían manos de hombre; y sus caras y sus alas por los cuatro lados. Con las alas se juntaban el uno al otro. No se volvían cuando andaban, sino que cada uno caminaba derecho hacia adelante. Y el aspecto de sus caras era cara de hombre, y cara de león al lado derecho de los cuatro, y cara de buey a la izquierda en los cuatro; asimismo había en los cuatro cara de águila. Así eran sus caras. Y tenían sus alas extendidas por encima, cada uno dos, las cuales se juntaban; y las otras dos cubrían sus cuerpos. Y cada uno caminaba derecho hacia adelante; hacia donde el espíritu les movía que anduviesen, andaban; y cuando andaban, no se volvían. Cuanto a la semejanza de los seres vivientes, su aspecto era como de carbones de fuego encendidos, como visión de hachones encendidos que andaba entre los seres vivientes; y el fuego resplandecía, y del fuego salían relámpagos. Y los seres vivientes corrían y volvían a semejanza de relámpagos” (versículos 5 al 14).
Inmediatamente se nos presenta a cuatro seres especiales, “seres vivientes” o “seres vivos”. Nuevamente Ezequiel usa palabras como “apariencia”, “semejanza” para mostrarnos que intenta plasmar, en lenguaje humano, algo que no es humano, sino divino. Allí radica gran parte de la dificultad en la interpretación de estos símbolos.
Los seres vivientes son descritos a continuación con una serie de detalles, los cuales pasamos a enumerar y comentar:
- Semejanza de hombre: más allá de la imaginación vívida de algunos hombres al describir seres extraterrestres, Ezequiel nos dice que estos seres comparten semejanza con los seres humanos en varios de sus rasgos. Siendo que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios (Gen 1:26-27), es esperable que los seres celestiales también tengan rasgos de semejanza divina.
- Cuatro caras y cuatro alas: el número 4 en sí es altamente simbólico. Representa un concepto terrenal, unido a la tierra, el mundo en que vivimos. Lo vemos en los 4 puntos cardinales, las 4 estaciones del año, así como en muchos simbolismos bíblicos (los 4 metales de Daniel 2 y las 4 bestias de Daniel 7 que simbolizan poderes terrenales en contraste con la ausencia de un metal o un animal apropiado para definir a la potencia divina). Estos seres vivientes, si bien no son de origen terrenal, tienen un ministerio unido estrechamente a los asuntos terrenales. Esto es un claro testimonio del amor y la preocupación de los seres celestiales por nosotros.
Una vez más, no debemos tomar literalmente estas descripciones para pensar que los seres creados por Dios en el cielo tienen cuatro caras y cuatro alas. Pero este es parte del simbolismo que fue mostrado al profeta. - Pies derechos, con plantas como pie de becerro, que caminaban derechos: los pies humanos presentan curvaturas en el plano horizontal y sagital. Sin embargo, estos seres presentan pies “derechos”, con plantas derechas como los pies de becerros, y caminan “derechos”. Así como los caminos del hombre, por derechos que parezcan, son caminos de muerte (Prov 14:12), los caminos de los seres celestiales no contienen pecado como nosotros, sino fidelidad y amor a Dios. Una prueba más de que estamos hablando de seres celestiales.
- Bajo sus alas, manos de hombre: la mano que dirige los movimientos de estos seres tiene apariencia humana. Sin embargo, se trata de una mano divina, el Espíritu de Dios (comparar con versículos 3 y 12). No es otra que la mano del Dios-hombre, Jesucristo el Señor, el arcángel Miguel.
- El aspecto de sus 4 caras: hombre – león – buey – águila: quizá uno de los aspectos más enriquecedores de toda la visión. Estos mismos seres vivientes son vistos por Juan en Apocalipsis 4, el cual sin embargo difiere con Ezequiel en el número de alas de los seres (Juan dice seis alas) y con la distribución de las caras (Juan dice que cada ser viviente tenía una sola cara). Sin embargo, la similitud del escenario celestial y de la descripción de las semejanzas nos hace pensar que se trata de la misma visión, bajo dos puntos de vista diferentes, así como la descripción de los acontecimientos varía según la ubicación de los testigos. Y este punto será confirmado más adelante.
Numerosas interpretaciones se han sostenido respecto a los 4 seres mencionados. Una dice que el punto en común de ellos es el dominio (el hombre domina en la creación, el león en la selva, el buey en el campo, el águila en los cielos). Otra sostiene que se trata de características de Cristo, dibujadas en los 4 evangelios según las diferentes visiones que los evangelistas tuvieron de Cristo (Mateo describe a Cristo como el león, el Cristo Rey, el hijo de David / Marcos lo describe como el buey, el siervo, el hijo del hombre / Lucas lo describe como el hombre perfecto, el hijo de Adán / Juan lo describe como el águila, el Hijo de Dios). Esta última es interesante debido a su acertada propuesta. Un dato a tener en consideración aunque no es una fuente bíblica sino de la tradición judía sostiene que el campamento de Israel se dividía en cuatro grupos de tres tribus cada una, y que cada trío de tribus llevaba consigo una bandera con estos cuatro símbolos: el hombre, el león, el buey y el águila. Sin duda, no se trata de un asunto acabado y es digno de seguir siendo estudiado. - Dos alas extendidas que se juntaban, y dos para cubrir sus cuerpos: esta descripción define a los seres vivientes como querubines (cf Exo 25:20). Ezequiel mismo confirma esto en el capítulo 10. Los querubines, que son los ángeles que habitan en la misma presencia de Dios, son aquí encargados de los asuntos terrenales. ¡Bendita esperanza tenemos! ¡El cielo completo está trabajando por nuestra salvación!
- Aspecto de carbones de fuego encendidos y relámpagos: nuevamente una visión luminosa, de gloria refulgente. Compárese con la existencia de carbones encendidos frente a la presencia de Dios en Isaías 6:6.
“Mientras yo miraba los seres vivientes, he aquí una rueda sobre la tierra junto a los seres vivientes, a los cuatro lados. El aspecto de las ruedas y su obra era semejante al color del crisólito. Y las cuatro tenían una misma semejanza; su apariencia y su obra eran como rueda en medio de rueda. Cuando andaban, se movían hacia sus cuatro costados; no se volvían cuando andaban. Y sus aros eran altos y espantosos, y llenos de ojos alrededor en las cuatro. Y cuando los seres vivientes andaban, las ruedas andaban junto a ellos; y cuando los seres vivientes se levantaban de la tierra, las ruedas se levantaban. Hacia donde el espíritu les movía que anduviesen, andaban; hacia donde les movía el espíritu que anduviesen, las ruedas también se levantaban tras ellos; porque el espíritu de los seres vivientes estaba en las ruedas. Cuando ellos andaban, andaban ellas, y cuando ellos se paraban, se paraban ellas; asimismo cuando se levantaban de la tierra, las ruedas se levantaban tras ellos; porque el espíritu de los seres vivientes estaba en las ruedas” (versículos 15 al 21).
Además de los seres vivientes se nos introduce a otros personajes en esta visión. Esta vez se trata de cuatro ruedas, con sus propias características. Las comentaremos de manera secuencial, como lo hicimos antes:
- Una rueda – cuatro ruedas: inicialmente el profeta ve “una rueda”, pero luego las describe como “cuatro”. Nuevamente debemos apelar al simbolismo del lenguaje. También estas ruedas guardan relación con los asuntos terrenales. Y aunque se corresponden con los cuatro seres vivientes, no se trata de los mismos seres.
- Rueda sobre la tierra: los seres vivientes son querubines celestiales. Pero estas ruedas tocan tierra, están sobre la tierra. Se trata de entidades que no sólo se relacionan con eventos terrestres, sino que viven en la tierra.
- Aspecto semejante al crisólito: descrito como berilo o jacinto en otros pasajes (Exo 28:20; Cant 5:14), se trata de una piedra preciosa brillante. También las ruedas poseen su resplandor.
- Rueda en medio de rueda: encontramos una descripción similar en 1 Reyes 7:23-36, al describir la manufactura del Templo erigido por Salomón. Este pasaje es especialmente interesante, ya que en él se describen ruedas, querubines, bueyes, leones, bronce, entre otros. Todos ellos conceptos que aquí aparecen. Sin duda se trata de una clara alusión a un sitio que es santo (como lo es el atrio del Templo), pero que sin embargo hace alusión a la tierra (diferenciar el significado terrenal del atrio en comparación al significado celestial de los lugares santo y santísimo, en cuanto al simbolismo de sus muebles).
- Las ruedas están llenas de ojos: así como este simbolismo se aplica a los seres vivientes en Apocalipsis 4:8, aquí es aplicado a las ruedas. Los ojos son símbolo del Espíritu Santo (Apoc 5:6; comparar con Zac 4:1-14). Los versículos 20 y 21 reafirman esto al mostrar la mecánica de las ruedas.
- Las ruedas se mueven de acuerdo a los seres vivientes: hay una preciosa armonía entre los movimientos de las ruedas y el movimiento de los seres vivientes. Aquellas no se mueven sino de acuerdo a éstos. Y a su vez, los seres vivientes se mueven de acuerdo a la voluntad del Espíritu Santo. Por ende es adecuado decir que las ruedas se mueven de acuerdo al Espíritu Santo a su vez.
Pero aún surge la pregunta: ¿qué simbolizan las ruedas? Sin duda que, según la información recopilada, podemos interpretar las ruedas como los acontecimientos terrenales mismos, los hechos de nuestra historia, los cuales son guiados por manos invisibles, bajo la voluntad divina. Y es precisamente este el mensaje de Ezequiel 1. En un tiempo de severa opresión (Ezequiel vivía entre los cautivos de Judá en Babilonia), donde parecía que Dios había perdido el control de la situación, esta visión nos ratifica que todo acontecimiento terrenal ocurre en armonía con los movimientos celestiales, que Dios mediante su Santo Espíritu y mediante la obra y el ministerio de los ángeles sigue al mando de la historia terrenal. Esto vendrá a ser confirmado múltiples veces en el libro de Daniel (Dan 1:9, 17; 2:21, 28-29, 37; 3:17; 10:13, 20).
Es apropiada a manera de confirmación la siguiente cita de Profetas y Reyes:
“A orillas del río Chebar, Ezequiel contempló un torbellino que parecía venir del norte, ‘una gran nube, con un fuego envolvente, y en derredor suyo un resplandor, y en medio del fuego una cosa que parecía como de ámbar.’ Cierto número de ruedas entrelazadas unas con otras eran movidas por cuatro seres vivientes. Muy alto, por encima de éstos ‘veíase la figura de un trono que parecía de piedra de zafiro; y sobre la figura del trono había una semejanza que parecía de hombre sentado sobre él.’ ‘Y apareció en los querubines la figura de una mano humana debajo de sus alas.’ (Eze 1:4, 26; 10: 8) Las ruedas eran tan complicadas en su ordenamiento, que a primera vista parecían confusas; y sin embargo se movían en armonía perfecta. Seres celestiales, sostenidos y guiados por la mano que había debajo de las alas de los querubines, impelían aquellas ruedas; sobre ellos, en el trono de zafiro, estaba el Eterno; y en derredor del trono, había un arco iris, emblema de la misericordia divina.
Como las complicaciones semejantes a ruedas eran dirigidas por la mano que había debajo de las alas de los querubines, el complicado juego de los acontecimientos humanos se halla bajo el control divino. En medio de las disensiones y el tumulto de las naciones, el que está sentado más arriba que los querubines sigue guiando los asuntos de esta tierra”.
“Y sobre las cabezas de los seres vivientes aparecía una expansión a manera de cristal maravilloso, extendido encima sobre sus cabezas” (versículo 22).
Es notable esta observación que Ezequiel hace aquí. El profeta alude a una “expansión” o “cielo”, a manera de cristal, extendido sobre los querubines y las ruedas. Guarda enormes semejanzas con el mar de vidrio que Juan apreció (Apoc 4:6; 15:2) el cual también tiene “semejanza de cristal”, y con el mar del Templo hecho por Salomón (1 Rey 7:23-25). Pero ¿por qué es un cielo en esta visión, y un mar en las otras? La respuesta es simple, aunque esclarecedora: Ezequiel presencia esta escena desde la tierra, y por eso ve un “cielo” de cristal, mientras Juan al momento de apreciarlo se encuentra “en el cielo”, y por lo tanto ve “un mar de vidrio” semejante al cristal.
¿Qué hay de esclarecedor en este detalle? Que nuevamente reafirma lo que hemos visto antes: que la intención de Dios con esta visión es demostrar que el Dios celestial está cerca de la tierra, que ama a sus hijos y que quiere tener comunión con ellos. Es un hermoso mensaje de amor y cuidado divinos.
“Y debajo de la expansión las alas de ellos estaban derechas, extendiéndose la una hacia la otra; y cada uno tenía dos alas que cubrían su cuerpo. Y oí el sonido de sus alas cuando andaban, como sonido de muchas aguas, como la voz del Omnipotente, como ruido de muchedumbre, como el ruido de un ejército. Cuando se paraban, bajaban sus alas” (versículos 23 al 25a).
Nuevamente se nos lleva la atención a los querubines. Se nos agrega el dato de que el batido de sus alas produce un estruendo propio de la voz de Dios, un sonido de aguas, un torrente. Lo mismo describió Juan (Apoc 4:5; 14:2). Es la muchedumbre del ejército de Dios, quien es Jehová de los ejércitos (1 Sam 17:45).
“Y cuando se paraban y bajaban sus alas, se oía una voz de arriba de la expansión que había sobre sus cabezas. Y sobre la expansión que había sobre sus cabezas se veía la figura de un trono que parecía de piedra de zafiro; y sobre la figura del trono había una semejanza que parecía de hombre sentado sobre él. Y vi apariencia como de bronce refulgente, como apariencia de fuego dentro de ella en derredor, desde el aspecto de sus lomos para arriba; y desde sus lomos para abajo, vi que parecía como fuego, y que tenía resplandor alrededor. Como parece el arco iris que está en las nubes el día que llueve, así era el parecer del resplandor alrededor. Esta fue la visión de la semejanza de la gloria de Jehová. Y cuando yo la vi, me postré sobre mi rostro, y oí la voz de uno que hablaba” (versículos 25b al 28).
La visión llega a su punto culminante cuando la mirada de Ezequiel es dirigida por sobre las ruedas y los querubines, por sobre la expansión de cristal. Un trono aparece, revestido del color del cielo (sobre el zafiro ver Éxodo 24:10), un color que representa la gloria de Dios (Sal 19:1). Y en el trono, sentado está uno similar a un hombre, aunque resplandeciente, con el fulgor del bronce fundido y del fuego. No es otro que Jesucristo el Señor (comparar con Exo 24:10; Dan 7:13-14; 1 Tim 6:16; Apoc 1:14-16; 4:2-3). Se presenta con un resplandor que recuerda al arco iris del pacto de Dios (Gen 9:13; Apoc 4:3). Y claramente ahora, sin rodeos, Ezequiel revela el significado de tales símbolos: “Esta fue la visión de la semejanza de la gloria de Dios”. Maravillosa visión de la gloria divina.
CONCLUSIÓN
La visión del primer capítulo de Ezequiel cobra enorme importancia cuando consideramos los tiempos en que vivimos. Los desastres en tierra y mar, los fenómenos sociales, la violencia del mundo y la insatisfacción a todo nivel hacen que, de manera más frecuente que lo esperado, miremos hacia el cielo en busca de respuestas. ¿Será que Dios sigue al mando de los asuntos terrenales? ¿Ha escuchado el Señor nuestra plegaria de que se haga su voluntad “como en el cielo, así también en la tierra” (Mat 6:10)? Esta visión reafirma la soberanía divina en los asuntos terrenales, y también nos revela parcialmente las formas que Dios tiene para intervenir y guiar los asuntos humanos.
Es también interesante mencionar que muchos de los elementos de esta visión están relacionados con el ministerio del Santuario Celestial, como vimos en las similitudes de los elementos de la visión con la descripción del templo edificado por Salomón. Por lo tanto el Señor gobierna la tierra desde su santuario, y la obra sumosacerdotal de Cristo en el cielo incluye su preocupación por nuestras vidas en el presente.
Finalmente el clímax que alcanza la visión hace que nuestro corazón se llene de gratitud rebosante. ¡Alabado sea el Dios celestial que se interesa en los asuntos terrenales, al punto de poner a su hueste angélica, aún a la hueste de querubines de su presencia, a nuestra disposición, y al tomar sobre sí la naturaleza humana, para identificarse con los pecadores y venir a salvarnos de la muerte! ¡Gloria a Dios por su infinito amor!
Marán atha.