La oración y el Santuario
Introducción
Es realmente poco probable que alguna vez tengamos la oportunidad de sobrevalorar, o de darle demasiado énfasis a la oración. La oración ha sido definida como “el aliento del alma”[1], “el secreto del poder espiritual”[2], “el gran trabajo” al que hemos sido llamados[3], “el pulso espiritual”[4]; ha sido llamada “la respuesta espontánea del corazón que cree a Dios”[5]. Con buena razón Charles Spurgeon dijo “La oración es el balbuceo entrecortado del niño que cree, el grito de guerra del creyente que lucha y el réquiem del santo agonizante que se duerme en los brazos de Jesús. Es el aire que respiramos, es la clave secreta, es el aliento, la fortaleza y el privilegio de todo cristiano”[6].
Como pueblo de Dios, es nuestro deber acudir a nuestro Dios constantemente. Muchos son los llamados a orar en la Biblia: “Perseveren en la oración” (Rom 12:12, NVI), “orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu” (Efe 6:18), “sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Fil 4:6), “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre” (Mat 6:9). La oración es clave para la vida del cristiano, y de la misma manera era una parte clave de la vida del israelita en tiempos del Antiguo Testamento.
Particularmente el siguiente trabajo se centrará en mostrar cómo el Sistema del Santuario Terrenal hace directa alusión a la oración, a su naturaleza, cómo funciona y qué implicancias tiene esto para la vida del cristiano hoy, en días cuando nuestro Sumo Sacerdote Jesucristo está ministrando por nosotros en el Santuario Celestial.
El Incienso
El incienso es mencionado consistentemente en las Escrituras en relación con la oración. David en el Salmo 141:1-2 dice que “Jehová, a ti he clamado; apresúrate a mí; escucha mi voz cuando te invocare. Suba mi oración delante de ti como el incienso, el don de mis manos como la ofrenda de la tarde”. El salmista ofrece su oración a Dios para que ascienda ante Dios como el incienso. En Lucas 1:8-10 se nos muestra que el pueblo tenía la costumbre de orar en el momento en que el incienso era ofrecido en el altar de oro, mañana y tarde. Y Apocalipsis menciona en 5:8 que “las copas de oro llenas de incienso… las oraciones de los santos”. Sin embargo, una lectura superficial de este texto parece indicar que el incienso representa las oraciones, lo cual se aclara posteriormente en 8:3-5 donde se dice que el incienso es “para añadirlo a todas las oraciones de los santos”, y que “el humo del incienso” sube “a la presencia de Dios” “con las oraciones de los santos”. Nótese que el incienso acompaña a las oraciones más que constituirse en ellas.
¿Qué representa, entonces, el incienso? En Éxodo 30:34-38 el Señor entrega a Moisés el recetario para elaborar el incienso que habría de usarse en el Santuario. En este pasaje son notables las siguientes ideas:
- Se compone de varios elementos, siendo la mayoría de ellos especies aromáticas o resinas olorosas, mezcladas con incienso puro.
- Se trataba de una verdadera obra de arte
- Era puro y santo
- Era molido en polvo fino
- Era cosa santísima
- Era único en su composición
- Era cosa sagrada
- Nadie podía hacer un incienso semejante a este para usos regulares, bajo pena demuerteTodo lo anterior nos da testimonio de que el incienso representa la obra redentora de
Cristo en nuestro favor, su gracia salvadora y, específicamente, su justicia impartida durante el proceso de santificación. Los elementos representan las múltiples virtudes de nuestro Salvador, todas ellas agradables y “de buen olor”. La obra redentora de Dios bien puede ser catalogada como la obra de un artista, un divino arquitecto. Cristo es puro y santo, y fue “molido por nuestros pecados” (Isa 53:5). Después de su muerte fue elevado al cielo donde hoy oficia en el Lugar Santísimo. La justicia de Cristo es única en su tipo, sagrada y no puede ser imitada ni reemplazada por otra virtud, y quien tome por liviana su gracia queda sentenciado a morir por rechazar al Salvador.
Por la muerte de Cristo su justicia nos es imputada y perdonado nuestro pecado. Eso ocurre cuando acudimos al altar de bronce que se encuentra en el atrio (Exo 40:6-8) y encontramos al Cordero que muere por nosotros (Lev 4:27-35; Isa 53:7; Juan 1:29). Pero en este altar de oro que se encuentra dentro del Lugar Santo (Exo 40:1-5) recibimos justicia de Cristo impartida diariamente, cada vez que se ofrece el incienso (Exo 30:7-8). Por lo tanto el incienso junto a las oraciones representa la gracia de Cristo que hace posible que nuestras oraciones suban a la presencia del Señor.
Orando en Su Nombre
Sabiendo lo anterior, podemos entender por qué nuestras oraciones las sellamos con el nombre de Jesús. Cristo mismo entregó el mandato de orar “en su nombre” en Juan 14:13 y 16:23-24. Es muy significativo que Cristo dice esto en la madrugada del viernes, a pocas horas de ser arrestado, castigado, juzgado y crucificado. Cristo hace alusión a que “hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre”. Es sólo cuando Cristo dio fin a su vida terrenal en perfección y se entregó a la muerte que sus méritos pudieron llegar a aplicársenos en cuanto a la oración. El llamado de Cristo a orar por su nombre tiene al menos 3 implicaciones para la vida del cristiano:
- Significa que Él nos entrega su gracia y su justicia. Por eso podemos orar por su nombre, sabiendo que su gracia, como el incienso, acompaña nuestras oraciones
- Significa que Él nos representa ante el Padre, y por ello aunque las oraciones salen de nuestros labios, el nombre que aparece “al pie de página” es el de Jesús y no el mío.
- Significa que el Padre nos mira como mira a su Hijo. Como Cristo intercede por nosotros, no es ni nuestro nombre ni nuestro rostro el que Dios Padre mira, sino el nombre y el rostro de su Hijo Jesucristo. Y el Padre contesta nuestras oraciones por amor a su Hijo amado.
Todo lo anterior queda plenamente afirmado en la siguiente declaración de Ellen White: “Hasta entonces los discípulos no conocían los recursos y el poder limitado del Salvador. Él les dijo: ‘Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre’. Explicó que el secreto de su éxito consistiría en pedir fuerza y gracia en su nombre. Estaría delante del Padre para pedir por ellos. La oración del humilde suplicante es presentada por él como su propio deseo en favor de aquella alma. Cada oración sincera es oída en el cielo. Tal vez no sea expresada con fluidez; pero si procede del corazón ascenderá al santuario donde Jesús ministra, y él la presentará al Padre sin balbuceos, hermosa y fragante con el incienso de su propia perfección”[7].
Otras lecciones bíblicas del incienso
Teniendo claridad sobre la relación entre el incienso y la oración, podemos pasar a analizar brevemente algunos pasajes bíblicos en relación al incienso.
En Levítico 2:1-2, 15-16 se cuenta que el incienso era utilizado para acompañar las oblaciones u ofrendas vegetales que se ofrecían en el Santuario, y sin embargo no se encontraba acompañando los holocaustos ni los otros sacrificios animales. Esto se explica porque las víctimas de los sacrificios “llevaban el pecado” y por tanto eran culpables, no teniendo derecho de acceder a Dios (el estado que espera a todos aquellos que no se entregan a Dios ni aceptan su sacrificio en nuestro lugar). En cambio las ofrendas vegetales u oblaciones tenían un sentido diferente, de mostrar a Dios que Él es el dueño de nuestras posesiones y bienes, y que Él nos entrega todo lo que tenemos. La actitud del ofrendante siempre debe acompañarse de oraciones.
En Levítico 24:7 se muestra que los panes santos de la proposición, una vez horneados, debían ser rociados con incienso para poder ser ofrecidos en la mesa. Así como el pan representa la Palabra de Dios, la Biblia (Deut 8:3; Mat 4:4; Luc 4:4), de esa manera entendemos que no podemos estudiar su Santa Palabra sin entregarnos a Dios en oración.
En Números 7 se menciona que para la dedicación del altar cada tribu de los hijos de Israel debía entregar, mediante un representante, una serie de ofrendas y sacrificios, entre las cuales se contaba una cuchara de oro llena de incienso, completándose 12 cucharas de incienso (vv.14, 20, 26, 32, 38, 44, 50, 56, 62, 68, 74, 80, 86). Estas cucharas eran en realidad vasijas de oro llenas, por lo que aunque no se nos especifica la cantidad de incienso sabemos que era una gran cantidad total. Esto simboliza cómo cada jefe de hogar tiene el deber de orar por el bienestar de toda su familia, y cómo la oración debe ser clave para la vida familiar.
Finalmente en Números 16:40 se nos indica que, tras la trágica muerte de Coré, Datán, Abiram y todos quienes se rebelaron contra Dios, sólo los hijos de Aarón debían ofrecer incienso. De esta manera, sólo quienes tengamos un lazo de sangre con nuestro bendito Sumo Sacerdote Jesucristo podemos ofrecer estas oraciones, las cuales también deben incluir el bienestar y misericordia para todos aquellos que aún no tienen una relación personal con Jesús.
El altar del Incienso: el proceso de entrega de nuestras oraciones
En Éxodo 30:1-10 se nos relatan las instrucciones que Dios entregó a Moisés respecto al Altar de Oro del Lugar Santo. Los primeros 5 versículos nos hablan de este altar del incienso, construido de madera de acacia y oro, con 4 cuernos y una cornisa de oro, argollas y varas. Resulta muy llamativo que este altar guarda muchas similitudes con el Arca del Testimonio del Lugar Santísimo, entre ellas su altura (2 codos), sus materiales (madera bañada en oro), su cornisa de oro, sus argollas y sus varas. El lugar donde habría de ofrecerse y quemarse el incienso guarda una estrecha relación con el Arca del Pacto que detallaremos a continuación.
Las oraciones nunca comienzan con el ser humano o con la voluntad humana, “porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil 2:13). En Romanos 8:26 se nos dice que el Espíritu Santo intercede por nosotros “con gemidos indecibles”, añadiendo su propia santidad y mejorando nuestras oraciones, al aplicar los méritos de Cristo al creyente. Sin embargo, no es el Espíritu Santo quien personalmente lleva nuestras oraciones al cielo. Para ello ocupa agentes especiales: los santos ángeles. Esto se ve reflejado en el Santuario cuando en Éxodo 30:6 se nos dice que el Altar de Oro estaba ubicado frente al Arca, detrás del velo que separaba los lugares Santo y Santísimo. Ese velo se describe en Éxodo 26:31-33, donde se nos muestra que tiene grabadas las figuras de querubines. Los querubines son ángeles especializados que moran en la presencia de Dios (cf. Exo 25:18-22; Num 7:8; 1 Sam 4:4; 2 Sam 6:2; 1 Rey 8:6-7; 2 Rey 19:15; 1 Cron 13:6; Sal 80:1; 99:1; Isa 37:16; Eze 1; 10:18-20; 11:22), y Cristo confirma que los ángeles de sus siervos, que llevan al cielo sus oraciones, “ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mat 18:10). Es realmente increíble pensar en que Dios ocupa todos los recursos del cielo, la hueste angélica, para poder posibilitarnos el tener una comunión especial con Él mediante la oración.
Si bien es cierto la descripción de Éxodo 30 y 40 ubican al Altar de Oro del incienso en el Lugar Santo, la descripción de Hebreos 9:3-4 la ubica en el Lugar Santísimo. Esta discrepancia se explica por la arquitectura misma del Santuario. El velo, por su construcción, se caracterizaba por separar los lugares Santo y Santísimo, cubrir de la vista el Arca del Testimonio, y dejar libre un espacio en el techo al ser de menor altura que la altura total del edificio. Esto se expresa en el hecho de que el velo estaba apoyado en 4 columnas, las cuales tenían capiteles de oro y basas de plata. Claramente quedaba un espacio entre el largo del velo y los capiteles y basas de plata. Esto tenía el propósito de que el humo del incienso se guiara con el velo en ascender, y al no poseer ventanas ni tragaluces el tabernáculo, penetraba hacia el Lugar Santísimo por el espacio superior entre el velo y el techo. Recordemos que el Altar de Oro estaba ubicado en el Lugar Santo, pero estrechamente ligado al velo que separaba los lugares Santo y Santísimo, y por tanto frente al Arca del Pacto. Por lo tanto, aunque por su ubicación física el Altar de Oro pertenece al Lugar Santo, por su función pertenece al Lugar Santísimo. Esto es sumamente interesante, puesto que el servicio que se desempeñaba en el Lugar Santísimo era anual, una vez al año durante el Día de la Expiación (Lev. 16), y sin embargo, día a día los israelitas tenían acceso al trono de Dios mediante las oraciones. Y ese mismo privilegio lo tenemos nosotros hoy. Es por ello que el Altar de Oro tiene tantas semejanzas con el Arca del Pacto. Es por eso que el incienso es llamado “cosa santísima” (Exo 30:36) en lugar de “cosa santa” (cf. Exo 29:34; Num 6:20; 18:10). Es por ello que el oficio del Altar de incienso “será muy santo a Jehová” (Exo 30:10). Y por ello la cercanía física. Todo el ministerio del incienso nos lleva al Lugar Santísimo, donde mora la presencia misma de Dios.
Por tanto la oración se origina con la influencia del Espíritu Santo, es emitida por el hombre, tomada y mejorada por el mismo Espíritu Santo quien, a través de sus ministros, los ángeles querubines, envía la oración al Lugar Santísimo del Santuario Celestial. Allí Cristo, según vimos, hace propia nuestra petición y la presenta al Padre, quien la responde mirando a Cristo. Todo el sistema está diseñado por Dios mismo, y tiene por objetivo permitirnos llegar “confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Heb 4:16).
Finalmente Éxodo 30:10 hace una interesante alusión al Día de la Expiación. Es interesante para nosotros ahora, puesto que estamos viviendo en el Día de la Expiación antitípico, y nuestro Sumo Sacerdote celestial está no sólo intercediendo por nosotros, sino también llevando a cabo su obra de Juicio. ¡Cuántas razones tenemos entonces para hacer de la oración nuestra fuerza, sabiendo que nuestro Juez es también nuestro Abogado!
Conclusión
En el libro de Ezequiel Dios proclama su plan para nosotros: “Pero en mi santo monte, en el alto monte de Israel, dice Jehová el Señor, allí me servirá toda la casa de Israel, toda ella en la tierra; allí los aceptaré, y allí demandaré vuestras ofrendas, y las primicias de vuestros dones, con todas vuestras cosas consagradas. Como incienso agradable os aceptaré, cuando os haya sacado de entre los pueblos, y os haya congregado de entre las tierras en que estáis esparcidos; y seré santificado en vosotros a los ojos de las naciones. Y sabréis que yo soy Jehová, cuando os haya traído a la tierra de Israel, la tierra por la cual alcé mi mano jurando que la daría a vuestros padres. Y allí os acordaréis de vuestros caminos, y de todos vuestros hechos en que os contaminasteis; y os aborreceréis a vosotros mismos a causa de todos vuestros pecados que cometisteis. Y sabréis que yo soy Jehová, cuando haga con vosotros por amor de mi nombre, no según vuestros caminos malos ni según vuestras perversas obras, oh casa de Israel, dice Jehová el Señor”. (Eze 20: 40-44, el énfasis es mío). Dios quiere que le sirvamos hoy tanto como quería el servicio de los israelitas del tiempo de Ezequiel. Y así como ellos podían presentarse ante Dios como incienso agradable, hoy nosotros tenemos acceso a Dios mediante la oración. Y si oramos y nos entregamos a una vida de comunión con Él, pese a nuestros errores y maldades, a nuestro pecado e inmundicia, podemos ser “aceptos en el Amado” (Efe 1:6) con olor agradable a Dios.
Sea nuestra respuesta a Dios una oración continua, que suba al trono de su Presencia como un incienso de olor grato a Dios.
Maran aha
Referencias