La formación del Nuevo Testamento

Apr 26, 2017
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En Juan 14:26 Jesús les prometió a sus discípulos que el Espíritu Santo les enseñaría todas las cosas y les recordaría lo que les había dicho. También los guiaría a toda la verdad y les diría lo que habría de suceder (16:13). Los cristianos creen que lo que ahora está incluido en el Nuevo Testamento es el depósito escrito del cumplimiento de estas palabras de Cristo.

Por alrededor de dos décadas después de la Cruz, el mensaje de Jesús fue proclamado oralmente. Luego, a partir de la década de 50 d.C., comenzaron a aparecer las cartas de Pablo. Durante la década del 60 d.C. fueron escritos los tres evangelios sinópticos y el libro de Hechos, y para finales del primer siglo, cuando Juan escribió el libro del Apocalipsis, todos los libros del Nuevo Testamento fueron completados.

Al igual que con los libros de los profetas del AT, los escritos de Pablo y de los demás apóstoles fueron inmediatamente aceptados como autoritativos debido a que los autores eran reconocidos como los verdaderos portavoces de Dios. Y ellos mismos eran consciente del hecho de que estaban proclamando el mensaje de Dios, no simplemente sus propias opiniones. En 2 Pedro 3:15 y 16, Pedro iguala los escritos de Pablo con las Escrituras; Pablo, en 1 Timoteo 5:18 usa la fórmula “la Escritura dice” y luego cita Deuteronomio 25:4 y Lucas 10:7; igualmente de esa manera la autoridad de las Escrituras del AT con el evangelio del NT. Y en 1 Tesalonicenses 2:13 Pablo elogia a los cristianos en Tesalónica por aceptar sus palabras como “la palabra de Dios”.

En la formación del canon del Nuevo Testamento, que se llevó a cabo durante un período de unos 250 años, la autoría apostólica se convirtió en el principal criterio para aceptar libros individuales dentro del canon. A veces, este criterio era aplicado de una manera un poco flexible. Por ejemplo, en el caso de Marcos, el “secretario privado” de Pedro, si evangelio era visto como un registro de las enseñanzas de Pedro. Esto está basado en una declaración de Papías (c. 60 - c. 130), el obispo de Hierápolis, que escribió: “Marcos, que había sido el intérprete de Pedro, escribió cuidadosamente, pero no en orden, todo lo que recordaba de los dichos y obras del Señor. Porque él no había escuchado al Señor, ni había sido uno de sus seguidores, sino que más tarde, como dije, fue seguidor de Pedro”.[1]

En el caso del evangelio de Lucas, su autor fue identificado muy pronto con “Lucas, el médico amado” (Col. 4:14), que era un compañero de Pablo en sus viajes (Hechos 16:10). Debido a su cercana asociación con Pablo, pareciera que “algo de la autoridad apostólica de Pablo se le transfirió a él”.[2]

Otras pruebas de canonicidad incluían la antigüedad, el libro tenía que pertenecer a la edad apostólica; ortodoxia, tenía que estar en armonía con el resto del Nuevo Testamento; y catolicidad, tenía que ser aceptado por la mayoría de la Iglesia Cristiana. Sin embargo, por encima de todo, la inspiración de los libros tenía que ser reconocida por las iglesias.

Para el fin del primer siglo, todos los libros del Nuevo Testamento ya estaban en existencia como la posesión de iglesias o individuos particulares para quienes fueron dirigidas. A veces, después de la muerte de Pablo, una colección de sus cartas, con el título “El Apóstol”, comenzó a circular entre las iglesias. Proco después de que el cuarto evangelio fuera completado, los cuatro evangelios fueron unidos en otra colección llamada “Los Evangelios”. De esta manera, durante el segundo siglo, la mayoría de las iglesias llegaron a poseer y reconocer una colección de libros inspirados que incluían a los cuatro Evangelios, el libro de Hechos, 13 de las epístolas de Pablo, 1 Pedro y 1 Juan.

Razones para el canon del Nuevo Testamento

La necesidad para definir claramente el canon del Nuevo Testamento provino por la aparición de ciertos herejes y el desafío de escritos espurios reclamando autoridad apostólica. Por ejemplo, Marción (80-160 d.C.) un próspero dueño de barcos de Sínope en Asia Menor, llegó a Roma en el 140, provocó problemas en la iglesia, fue desfraternizado y organizó a sus seguidores en un movimiento rival al cristianismo ortodoxo. Sus iglesias fueron numerosas e influyentes a lo largo del Imperio Romano por más de un siglo y causaron luchas y disensiones en las iglesias. Marción rechazó el Antiguo Testamento y estableció un canon que solo consistía en versiones editadas del evangelio de Lucas y 10 de las cartas de Pablo (él excluyó a las cartas a Timoteo y Tito). Mediante su proceso de edición Marción quitó lo que creía que eran interpolaciones introducidas por quienes seguían a los 12 apóstoles en vez de a Pablo, “quien, para Marción, era el único apóstol fiel”.[3]

El segundo siglo también vio la aparición de un creciente número de escritos cristianos que afirmaban relatar detalles desconocidos acerca de Cristo y los apóstoles. Muchos de estos libros fueron escritos por gnósticos, que enfatizaban la salvación mediante un conocimiento secreto. Varios evangelios de “la infancia” proporcionaban detalles de los años no contados de la vida de Cristo. Varios libros de los Hechos relataban las obras de Pedro, Pablo, Juan y la mayoría de los demás apóstoles, y varios apocalipsis describían relatos de viajes personales que los apóstoles realizaron por el infierno.

Teniendo en cuenta estos desarrollos, los líderes de las iglesias fueron forzados a definir el canon del Nuevo Testamento más explícitamente. Ellos comenzaron a investigar la evidencia sobre la cual cada libro debía ser considerado inspirado y autoritativo, y con el objetivo de cuidarse en contra de evangelios, hechos y apocalipsis espurios publicaron listas de aquellos libros que se conocía que habían sido escritos por los apóstoles o sus asociados.

La Historia del Canon

La lista más antigua que se ha preservado de libros del NT, publicada en 1740 en Milán, proviene de c. 170 y es llamada Fragmento Muratoriano. Fue llamado así en honor del Cardenal L. A. Muratori (1672-1750), un antigüista, que descubrió el manuscrito en la Biblioteca Ambrosiana en Milán. El comienzo y el fin de este manuscrito están perdidos, pero si se menciona a Lucas como el tercer evangelio (probablemente Mateo y Marcos sean el primero y el segundo respectivamente) seguido de Juan y Hechos. Luego se enumera las 13 cartas de Pablo, la epístola de Judas, las dos caras de Juan, Sabiduría de Salomón, y los apocalipsis de Juan y Pedro. Se hace referencia a otros libros como no pertenecientes a los escritos apostólicos, por ejemplo, El Pastor de Hermas y la carta apócrifa de Pablo a los laodicenses. Es interesante notar que Sabiduría de Salomón y el Apocalipsis de Pablo son aceptados como inspirados, aunque eventualmente no se convirtieron en parte del canon del Nuevo Testamento. Esto indica que hubo un período de evaluación y examinación durante el cual algunos libros fueron aceptados en algunos lugares, pero rechazados o acepados más tarde en otros. Por ejemplo, las iglesias orientales aceptaron a Hebreos como la obra de Pablo bastante temprano, mientras que al Occidente le llevó casi otros 200 años antes de que el libro fuera admitido en el canon. En el caso del libro del Apocalipsis, la situación fue a la inversa. Fue aceptado como canónico por las iglesias occidentales ya a fines del siglo segundo, pero fue consistentemente rechazado por muchos en Oriente. No está presente en las listas de libros canónicos en el Concilio de Laodicea (etre el 340 y el 380) y fue subsecuentemente omitido de la Pesita, la Biblia oficial de los cristianos que hablaban siríaco.

Durante el siglo tercero y parte del cuarto, la evaluación y examinación de libros continuó. Algunos vinieron a ser reconocidos como canónicos, mientras que otros fueron considerados apócrifos. Eusebio (265-339 d.C.), el obispo de Cesarea y “Padre de la historia eclesiástica”, realizó un estudio cuidadoso del uso de estos libros en la iglesia e informó que 22 libros eran generalmente aceptados como canónicos, estos son los cuatro evangelios, Hechos, las cartas de Pablo (incluyendo a Hebreos), 1 Juan, 2 Pedro, y Apocalipsis (aunque algunos lo rechazaban). Los otros cinco (Santiago, Judas, 2 Pedro, 2 Juan y 3 Juan) aún eran debatidos.

Durante la última mitad del siglo cuarto, el canon del Nuevo Testamento recibió su forma final y completa. Atanasio, obispo de Alejandría, en 367, para eliminar el uso de ciertos libros apócrifos en la iglesia, presentó una lista de los 27 libros del Nuevo Testamento en su Carta Pascual. “Estas son fuentes de salvación”, escribió Atanasio, “para que quienes tienen sed puedan estar satisfechos con las palabras vivas que contienen. Solo en estas es proclamada la doctrina de la benignidad. Que ningún hombre añada a estas, ni quite de ellas”.[4] De esta manera, nosotros creemos que bajo la guía del Espíritu Santo los 27 libros en el Nuevo Testamento fueron reconocidos como autoritativos (canónicos) por la iglesia en general.

Treinta años más tarde, el Tercer Concilio de Cártago (397 d.C.) aceptó la lista de los 27 libros como canónicos y decretó que “nada sea leído en la iglesia bajo el nombre de escrituras divinas excepto los escritos canónicos”.[5] Con este Tercer Concilio de Cártago, el canon asumió permanentemente la forma y el contenido que existe hasta el día de hoy.

Autor: Gerhard Pfandl | Traducido por Eric Richter para DA

Referencias


  1. Eusebius’ Ecclesiastical History, C. F. Cruse, trad. (Peabody, Mass.: Hendrickson, 1998), III. 39.14. ↩︎

  2. F. F. Bruce, The Canon of Scripture (Downers Grove, Ill.: InterVarsity Press, 1988), p. 257. ↩︎

  3. Idem, The Books and the Parchments: How We Got Our English Bible (London: Marshall Pickering, 1991), p. 99. ↩︎

  4. Athanasius, Nicene and Post-Nicene Fathers (Peabody, Mass.: Hendrickson, 1994), vol. 4, p. 552. ↩︎

  5. Bruce, The Canon of Scripture, op. cit., p. 233. ↩︎

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