Historia de la Justificación por la Fe en la Reforma Protestante, 1888 y hasta nuestros días

Revista Sefer Olam Mar 13, 2017
Juegos Cristianos

La Justificación por la Fe es una enseñanza presente tanto en el catolicismo como en el protestantismo. Sin embargo, el planteamiento evangélico es considerablemente diferente al católico, pues en el primero se exalta la trascendencia de la fe sobre las obras, en cuanto a salvación se refiere, mientras que en el segundo no se toma como un eje rector, sino como un simple complemento de todo un proceso salvífico que implica otros requerimientos.

No es el propósito del presente artículo tratar de encontrar las raíces de tal enseñanza en el cristianismo primitivo del primer siglo, ni apelar a los escritos del Nuevo Testamento para evidenciar la postura más apegada al texto bíblico, sino realizar un breve esbozo histórico que permita comprender como se fue desarrollando esta doctrina y convirtiendo en un principio axial dentro del marco teológico protestante y, posteriormente, del adventista.

Primeras consideraciones: la doctrina

La Justificación por la Fe podría adecuadamente definirse como “un acto de Dios, por el cual Él declara que una persona pecadora es justa por su fe y la confianza en Jesucristo en lugar de las buenas obras de la propia persona. Es un cambio de estado de culpable a justo”[1]. Esta enseñanza no fue inventada por los primeros reformadores, como pretensiosamente se pretende en círculos católicos, sino que fue formulada con base al análisis minucioso de diversos versículos bíblicos. Para Martín Lutero, el principal reformador protestante del siglo XVI, esta era una enseñanza tan clara y evidente, que resultaban innecesarias ciertas prácticas presentes en el seno de la Iglesia Católica Romana. Tal como afirma el teólogo Wayne A. Grudem:

A diferencia de la enseñanza de la Iglesia Católica Romana de que somos justificados por la gracia de Dios además de algunos méritos propios nuestros al hacernos idóneos de recibir la gracia de la justificación y crecer nosotros en este estado de gracia por medio de nuestras buenas obras, Lutero y los otros reformadores insistieron en que la justificación viene solo por gracia, no por la gracia y algunos otros méritos de nuestra parte[2].

La Reforma Protestante

“El justo por la fe vivirá” (Romanos 1:17) es el versículo que inspiró, en el siglo XVI, el movimiento de reforma. Nunca un versículo había ocasionado tantos problemas al catolicismo, pues el impacto del mismo alcanzó dimensiones colosales. Lutero había escuchado y reflexionado tales palabras desde mucho antes de recibir el Doctorado en Teología, en 1512. Sin embargo, no fue sino a partir de que adquirió tal grado académico que pudo desenvolverse plenamente en sus estudios teológicos.

Referente a la salvación, la Iglesia Católica enseñaba lo establecido a través de los años por diversos Obispos de Roma y Concilios: que ésta depende necesariamente de la Iglesia, fuera de la cual nadie podría ser justificado. Hacía 1215, el Papa Inocencio III había declarado que “Y una sola es la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual absolutamente nadie se salva…”[3]. Contemporáneo a Lutero, el Papa León X había afirmado en el Quinto Concilio de Letrán que “Así que regulares y seglares, prelados y súbditos, exentos y no exentos, pertenecen a una Iglesia universal, fuera de la cual absolutamente nadie es salvo, y todos ellos tienen un Señor, una fe”[4]. Fue en este entorno dentro del cual Lutero emprendió la tarea de estudiar, por sí mismo y dejando de lado ideas preconcebidas, las Escrituras, valiéndose incluso de sus idiomas originales[5].

Las conclusiones a las que llegó Lutero fueron, por demás, contrarias a las sostenidas por la Iglesia dominante. Argumentó que “no podemos ser justificados por nuestros esfuerzos… Nos acercamos a Él para que nos haga justos, puesto que confesamos que no estamos en situación de superar el pecado”[6]. Así, la salvación dependería, no de nuestras obras o de la institución religiosa, sino del allegarse a Dios plenamente. En uno de sus más importantes tratados, titulado “La libertad del cristiano”, expone de manera clara la doctrina de la Justificación, misma que implicaba la libertad de las personas con respecto a las prácticas eclesiásticas, así como el servicio hacia el prójimo como fruto de la fe. Las “cinco solas” (Sola Scriptura, Sola fide, Sola gratia, Solo Christo, Soli Deo gloria) fueron la máxima manifestación de la teología luterana, pues reflejaban la enseñanza que, directamente extraída del texto bíblico, contradecía la pretensiones católicas.

El estudio y difusión de las ideas luteranas llevaron inevitablemente hacia una ruptura con el catolicismo, aunado a otras cuestiones de la época, tales como las ideas del renacimiento, los descubrimientos marítimos y la corrupción dentro de la Iglesia. Sin duda, la doctrina de la Justificación fue un principio axial decisivo en ésta separación y, por tanto, en el ulterior devenir diacrónico de la humanidad.

Otros reformadores llegaron a conclusiones similares a las de Lutero. Por ejemplo Juan Calvino, el dirigente más importante de la reforma en Suiza, afirmó que la justificación por la fe es “la bisagra principal donde gira la religión.”[7]. El anglicanismo, por su parte, se adhirió a una doctrina de la Justificación equivalente a la del protestantismo. En el documento titulado “Los treinta y nueve artículos de religión”, preparado y aprobado por la Asamblea General de la Iglesia Anglicana en 1571, se expresa lo siguiente:

Somos tenidos por justos delante de Dios solamente por el mérito de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, por la fe y no por nuestras obras o merecimientos. Por lo cual, es doctrina muy saludable y muy llena de consuelo que somos justificados solamente por la fe, como más largamente se expresa en la Homilía de la Justificación[8].

La respuesta del catolicismo a la Justificación por la Fe: el Concilio de Trento

Ante las enseñanzas de la reforma, la Iglesia Católica emprendió un movimiento de oposición a la expansión del protestantismo: la llamada Contrarreforma. La principal manifestación de esta estrategia fue el Concilio de Trento, convocada en noviembre de 1544 y sesionando ininterrumpidamente entre 1545 y 1563. El concilio no trató de salvar las diferencias entre ambas denominaciones religiosas sino, por el contrario, rematar definitivamente con la segregación.

Entre otras cosas, el concilio reafirmó ciertas posturas católicas, como la autoridad papal, la relevancia del culto a la virgen y los santos y el celibato. Condena, entre otras cosas, la libre interpretación de la Biblia, afirmando que ésta es interpretada únicamente por la Iglesia en la liturgia. Referente a la enseñanza de la Justificación por la Fe, ésta fue rechazada y condenada tajantemente. Se redactaron una serie de cánones, dentro de los cuales se repudiaba tal enseñanza y se declaraba “anatema” a quienes creyeran en ella. El Canon XI, redactado el 13 de enero de 1547, claramente especifica lo siguiente:

Si alguno dijere, que el pecador se justifica con sola la fe, entendiendo que no se requiere otra cosa alguna que coopere a conseguir la gracia de la justificación; y que de ningún modo es necesario que se prepare y disponga con el movimiento de su voluntad; sea anatema”[9].

El entonces papa Pío IV declaró dos años después de concluido el Concilio que “esta verdadera fe católica, fuera de la cual nadie puede salvarse, y que al presente espontáneamente profeso y verazmente mantengo…”[10].Es decir, se mantuvo la afirmación de que nadie se salvaba excepto dentro del catolicismo.

Ante las disposiciones eclesiásticas establecidas en éste concilio, mismo que incluso plantea la reorganización del Tribunal de la Inquisición, la doctrina protestante no menguó y permaneció inalterada hasta el siglo XIX, cuando es retomada y enseñada por la recién surgida Iglesia Adventista del Séptimo Día.

El Congreso adventista de Minneapolis, 1888

La Iglesia Adventista adoptó desde sus orígenes las principales enseñanzas del protestantismo, aunque lamentablemente quedaron en segundo plano, detrás de las llamadas “verdades esenciales” como el sábado, la segunda venida, el espíritu de profecía y el santuario. La razón de esta marginación fue que la mayoría de las denominaciones protestantes ya enseñaban la Justificación por la Fe, por lo que consideraron innecesario acentuarla en las predicaciones. Sin embargo, esta actitud provocó que, gradualmente, un fuerte y consolidado espíritu legalista invadiera la Iglesia.

El Congreso de Minneapolis se organizó con la finalidad de llegar a una plena comprensión de ésta doctrina. Asistieron cerca de noventa delegados, representando a 27 mil miembros. Los principales protagonistas del evento fueron los ministros Ellet Waggoner y Alonzo Jones, editores de la revista “Señales de los Tiempos”. Ambos habían predicado el tema de la Justificación desde tiempo atrás y, durante el Congreso, Waggoner tuvo la oportunidad de presentar el trascendental mensaje. El Dr. Gerhard Pfandl nos dice que la predicación de Waggoner se reduce básicamente a tres puntos: “(1) la obediencia del hombre jamás puede satisfacer la ley divina; (2) la justicia imputada de Cristo por sí sola es la base de la aceptación de Dios por nosotros; y (3) necesitamos estar cubiertos constantemente por la justicia de Cristo, no solo por causa de nuestros pecados pasados”[11].

Si bien algunos aceptaron y apoyaron la predicación de Waggoner, entre ellos Elena G. de White, muchos rechazaron el mensaje y prefirieron continuar con la arraigada tradición legalista. Al respecto, White comentó: “Se me ha instruido que la terrible experiencia del congreso de Minneapolis es uno de los capítulos más tristes en la historia de los creyentes en la verdad presente”[12]. No obstante haberse desanimado, cabe aquí mencionar que muchos de los libros más representativos publicados posteriormente por Elena White, tales como “El Camino a Cristo” o “El Deseado de Todas las Gentes”, presentaron claramente la enseñanza de la Justificación por la Fe como una realidad bíblica vital en la vida de todo cristiano.

La enseñanza en la actualidad

Tal parece que la doctrina de la Justificación por la Fe ha ganado aceptación en el seno de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, en parte, se debe reconocer, gracias a la influencia de los escritos de Elena G. de White. Sin embargo, en el mundo cristiano actual todavía existe controversia respecto a la correcta comprensión de tal doctrina. Unas posturas que predominan en la actualidad serán descritas a continuación.

La predestinación, idea calvinista, plantea que Dios, desde antes de nacer la persona, le asigna su destino de manera invariable. De este modo, la doctrina de la Justificación si bien no desaparece, pierde relevancia, pues la salvación no dependería de la Fe de cada creyente, sino de una designación imparcial por parte de Dios.

Por otro lado, existe la doctrina de la seguridad eterna, que puede sintetizarse en el aforismo popular “una vez salvo, siempre salvo”. Esta enseñanza establece que, debido a la confesión de fe de los creyentes, Cristo fijo en ellos la salvación, independientemente de su posible conducta subsiguiente. En este sentido, es similar a la predestinación, pero a la inversa. Tal doctrina tiende a demeritar la Justificación, pues la reduce a un mero acto, ignorando que más bien apunta a toda una vida de crecimiento espiritual.

Finalmente, la idea católica expresada en el Concilio de Trento y a través de diversos papas a lo largo de la historia jamás ha sido revocada, ni puesta siquiera en tela de juicio, por lo que sigue vigente en el seno de tal Iglesia.

Cabría concluir el presente ensayo, citando las claras palabras del apóstol Pablo de Tarso referentes al tema: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien también hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.” (Romanos 5:1, 2).

Autor: Emilio Villa

Fuentes de consulta

Brom, Juan (1990). Esbozo de Historia Universal. México, D.F., Editorial Grijalbo.

Calvino, Juan (1536) Institutes, p. 726.

Dockery, David (Editor) (2005), Comentario Bíblico Conciso Holman, Nashville, Tennessee, Estados Unidos de América, B&H Publishing Group.

Grudem, Wayne (2007), Teología Sistemática, Miami, Florida, Estados Unidos de América, Editorial Vida.

Pfandl, Gerhard (2010). Minneapolis, 1888. Un momento decisivo en la historia adventista. Artículo publicado en la revista Adventist Word.

White, Elena (1888). Manuscrito 9.

Referencias


  1. Dockery, David (Editor) (2005), Comentario Bíblico Conciso Holman, Nashville, Tennessee, E.E.U.U., B&H Publishing Group. ↩︎

  2. Grudem, Wayne (2007), Teología Sistemática, Miami, Florida, E.E.U.U., Editorial Vida. ↩︎

  3. Decrees of the Ecumenical Councils [Decretos de los Concilios Ecuménicos], Sheed & Ward and Georgetown University Press, 1990, vol. 1, p. 230; Denzinger 430. ↩︎

  4. Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 646. ↩︎

  5. Lutero conocía el griego y hebreo bíblicos, además del alemán. ↩︎

  6. Lutero, Martín (1531). WA 56, 221, 15ss ↩︎

  7. Calvino, Juan (1536) Institutes, p. 726. ↩︎

  8. Los Treinta y nueve artículos de religión (1571). Consultado el 7 de mayo de 2014 en el sitio “Iglesia Anglicana”: http://www.iglesiaanglicana.org/creemos.htm ↩︎

  9. Otros cánones que se pronunciaron en contra de la Justificación por la Fe son el XII, XIV, XXIII, XXIV, XXX y XXXIII. ↩︎

  10. Papa Pío IV, Concilio de Trento, “Iniunctum nobis”, 13 de noviembre de 1565, ex cathedra. ↩︎

  11. Pfandl, Gerhard (2010). Minneapolis, 1888. Un momento decisivo en la historia adventista. Artículo publicado en la revista Adventist World. ↩︎

  12. White, Elena (1888). Manuscrito 9. ↩︎

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