El derecho a votar, ¿debo ejercerlo?

Elena G. de White Jan 9, 2017
Juegos Cristianos

La decisión de votar por candidatos es una decisión personal. Si se vota, “Guardad en secreto el modo en que votáis. No sintáis que es vuestro deber instar a todos a hacer como hacéis vosotros” (Mensajes selectos,tomo 2, p. 388).

¿Debieran involucrarse en política los Adventistas del Séptimo día? ¿Es nuestro deber hacer campaña por un partido o una persona? ¿Debiéramos tomar una posición sobre las cuestiones sociales de la actualidad? ¿Debemos votar siempre?

Con el propósito de hallar respuesta a estas y otras cuestiones que se relacionan, echemos un vistazo histórico a nuestra posición sobre la política y el voto.

Fue unos 19 años después del chasco de 1844 y antes de que se organizara formalmente la Iglesia Adventista del Séptimo día, que varios adventistas rechazaron fuertemente el organizarse por causa de la tenaz oposición al mensaje adventista de parte de las iglesias establecidas antes de 1844.

En los primeros años de estas casi dos décadas, nuestros fundadores estaban reagrupándose y estableciendo un nuevo rumbo. Estos adventistas, que dieron comienzo a la Iglesia Adventista del Séptimo día, generalmente eran personas independientes.

Tenían que serlo. Para hacer frente al ridículo por sus esperanzas chasqueadas del regreso de Cristo, tenían que ser hombres y mujeres que defendíann con valor sus convicciones –para bien o para mal. Fueron momentos de aislamiento del resto del mundo. Y se erigieron barreras en ambas partes.

Además de su aislamiento de las otras iglesias, estaba el aislamiento de los adventistas con el gobierno civil. Así como se consideraba “Babilonia” a otras iglesias, también se veía al gobierno civil con sospecha y desconfianza. Y muchas veces con buenas razones. Fue un período de corrupción política, quizás sin precedentes en ningún otro período de la historia de los Estados Unidos. Los adventistas expresaron fuerte oposición a la política y al espíritu que acompañaba, por lo general, a las campañas electorales. Estas convicciones se reflejan en los primeros artículos y editoriales que aparecieron en la Review and Herald.

Uno de los escritores, David Hewett, miembro laico firme y un pensador en la congregación de Battle Creek, hizo una pregunta en 1856, siete años antes de que se organizara oficialmente nuestra iglesia:

Mis hermanos, ¿dedicaremos nuestro tiempo a las campañas políticas,… cuando esperamos el pronto regreso de Cristo en toda la gloria de su Padre, y a todos los ángeles que vienen con él, cuando se sentará sobre el trono de su gloria? – Review and Herald, 11 de septiembre de 1856.

Urías Smith, editor de la Review, como si respondiera la pregunta –declaró en el mismo número, que la posición adventista era de “neutralidad en la política”, y con nuestro pueblo que rehúsa “tomar parte en una candidatura tan excitante como la que está ahora agitando a la nación”. Concluyó su editorial declarando:

A la pregunta, porqué no obramos con nuestros votos e influencia contra la tendencia dañina de estos tiempos, respondemos que nuestros puntos de vista de la profecía nos llevan a la concluir que las cosas no mejorarán… Y sentimos que es nuestro deber restringir nuestros esfuerzos en prepararnos, y también a otros en tanto podamos, para el gran desenlace final que ya está ante nosotros –la manifestación del Hijo [del] Hombre en los cielos, la destrucción de todos los gobiernos terrenos, el establecimiento del reino glorioso, universal y eterno del Rey de reyes, y la redención y liberación de todos sus súbditos. –Ibíd.

Se continuaron escuchando argumentos para evitar el voto. En el mismo año Roswell F. Cottrell, un ministro al oeste de Nueva York, declaró que Estados Unidos estaba “a la víspera de un contienda política” que, según creía él, “resultaría finalmente en la formación de la imagen” profetizada en Apocalipsis 13:11.

“Bajo estas circunstancias, si dejo de poner por completo mi voto”, dijo, “hablará a favor, o en contra de que se forme la imagen. Si yo voto a favor de la formación de la imagen, ayudaré a crear una abominación que perseguirá a los santos de Dios… Por el otro lado, si voto en contra de esta obra, votaré en contra del cumplimiento de la profecía… Por tanto no votaré en absoluto”. –Ibíd., 30 de octubre de 1856.

A la luz del estado trágicamente bajo de la política de Estados Unidos, sus declaraciones concluyentes son interesantes:

No puedo votar por un hombre malo, porque está en contra de mis principios; y, bajo el presente estado de política corrupta y que corrompe, no desearía elevar a un hombre bueno para que oficie, porque lo arruinará. –Ibíd.

Al año siguiente se escucharon más objeciones sobre el voto:

Si ingreso en las listas como votante, estoy de hecho apoyando este gobierno como merecedor de mi asociación. Si mi nombre ingresa en el libro de elecciones, entonces soy parte de un cuerpo político, y debo sufrir con el cuerpo político todas sus sanciones. –Ibíd., 23 de abril de 1857.

Eran las cuestiones nacionales las que estaban en juego en las situaciones descritas en los artículos mencionados. Sin embargo, una elección local en Battle Creek en 1859, desafió a los adventistas a considerar sus responsabilidades como ciudadanos en una comunidad. Fueron presionados a hacer un compromiso definitivo en el tema del voto. ¿Qué tuvieron que hacer?

Elena G. de White, quien estaba presente mientras los líderes adventistas discutían esta cuestión, hizo el siguiente comentario introductorio en su diario personal:

Asistí a la reunión en la víspera. Fue una reunión bastante franca e interesante. Después de que hubo concluido, se trató y consideró el asunto del voto. Primero habló Jaime y luego lo hizo el hermano Andrews, y pensaron que lo mejor era prestar su influencia en favor de lo recto y en contra de lo incorrecto. Piensan votar por hombres temperantes para los cargos en nuestra ciudad en lugar de que por su silencio corran el riesgo de que en los cargos sean puestos hombres intemperantes. El hermano Hewett habla de su experiencia reciente y está persuadido de que es correcto que emita su voto. El hermano Hart habla a favor. El hermano Lyon se opone. Nadie más pone reparos al asunto del voto, pero el hermano Kellogg empieza a sentir que es correcto. Entre los hermanos hay sentimientos gratos. Ojalá todos puedan proceder en el temor de Dios.

Hombres intemperantes han estado hoy en la oficina expresando adulonamente su aprobación a la negativa de votar de los observadores del sábado, como también su esperanza de que se han de mantener firmes en su posición y al igual que los cuáqueros, no emitirán su voto. Satanás y sus ángeles malignos están ocupados en este tiempo, y él tiene obreros sobre la tierra. Ojalá Satanás sea chasqueado, es mi oración. –Temperancia, p. 227 (énfasis añadido).

Es notorio que Elena G. de White no estaba hablando solamente sobre cuestiones de votar; estaba hablando acerca de votar por hombres. Es evidente que ella favorecía votar por “hombres temperantes” en contraste con “hombres intemperantes”.

Pero continuaba habiendo una actitud de precaución hacia el voto en general. Un año después de esta experiencia en Battle Creek, Jaime White, como editor de la Review, escribió:

La excitación política de 1860, probablemente se presentará tan pronunciadamente como lo ha sido por muchos años, y tendremos que advertir a nuestros hermanos que no se dejen arrastrar por ella. No estamos preparados para probar bíblicamente que estaría mal para un creyente en el tercer mensaje [angélico] llegar a hacer de esta actividad su profesión, y que dé su voto. No lo recomendamos ni nos oponemos. Si un hermano escoge votar, no podemos condenarlo, y nos sentimos en la misma libertar de no hacerlo.

Luego continuó expresando ciertas reservas en forma firme:

Pero creemos que quien participa del espíritu de la próxima contienda política, pierde el espíritu de la verdad presente y su propia alma está en peligro. –Review and Herald, 21 de agosto de 1860.

Es evidente que algunos adventistas votaron es esta elección, durante los dos años siguientes Jaime White escribió:

Algunos de entre nuestro pueblo votaron plenamente en la última elección presidencial, hasta un hombre votó por Abraham Lincoln. No sabemos de ningún Adventista del Séptimo Día que tenga la menor simpatía por la
secesión. –Ibíd., 12 de agosto de 1862.

Cuando Abraham Lincoln fue electo presidente, once de los estados del sur se apartaron de la unión, y Estados Unidos fue lanzado a una guerra civil. Poco tiempo después, el 21 de mayo de 1863, se organizó formalmente la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día. Este país estaba entonces en medio de una guerra.

Sesión Histórica

La tercera sesión anual de la Asociación General, que se reunió en Battle Creek el 17 de mayo de 1865, estaba destinada a hacer historia en relación con la cuestión del voto. Entre los delegados había líderes adventistas prominentes como J. N. Andrews, Urías Smith, M. E. Cornell, J. N. Loughborough, J. H. Waggoner, José Bates y I. D. Van Horn. Jaime y Elena White también estaban allí, y ambos hablaron a la asamblea de delegados. El informe de esta sesión declara que J. N. Andrews habló en una reunión a una multitud de más de 600 personas, y además que “éste es probablemente el cuerpo más grande de observadores del sábado que se reunieron en mil quinientos años”.

Un ítem importante en la sesión fue la elección de oficiales. Jaime White fue electo como presidente de la Asociación General; Urías Smith como secretario; y I. D. Van Horn, como tesorero.

Se tomaron resoluciones significativas. Una expresó pesar por el asesinato de Abraham Lincoln. Otra reafirmó la postura de no combatiente en la guerra, con un reconocimiento de la responsabilidad ante el gobierno de “tributar, honrar y reverenciar al poder civil, según manda el Nuevo Testamento”. Una tercera tenía que ver con el tema del voto. Al recordar que Jaime y Elena White estaban presentes y participando activamente en la labor de la asociación, destacamos esta resolución:

Resuelto, que a nuestro juicio, el acto de votar cuando se ejerce en beneficio de la justicia, la humanidad y el derecho, es en sí mismo inocente, y puede a veces ser extremadamente apropiado; pero que el dar un voto que fortalezca la causa de crímenes tales como la intemperancia, la insurrección y la esclavitud, lo consideramos altamente criminal a la vista del cielo. Pero rogamos que no haya participación en el espíritu de contienda política. –Ibíd., 23 de mayo de 1865.

Esta resolución básica, junto con los consejos que lo apoyaban de la pluma de Elena G. de White, continuaron siendo una guía para la iglesia por más de 100 años. Note la distinción clara que se hace entre el ejercicio del derecho a votar y la “participación en el espíritu de contienda política”. Note también las varias cuestiones sociales que se mencionan que deben ser un punto de consideración. Esta resolución fue reafirmada como la posición de nuestra iglesia al año siguiente. Y no se ha modificado desde ese día.

Declaración de principio

El hecho de que esta posición se estableciera en una fecha tan temprana de la historia de nuestra iglesia es destacable. Aquellos que ha escrito desde entonces para aclarar nuestras creencias sobre este asunto han usado esta resolución como una declaración de principios que continúa vigente.

Al escribir pocos años después, José Clarke, un laico que residía en Ohio, y frecuente contribuyente de la Review, dijo:

¿Debemos entremeternos con la política? No, si debemos mezclarnos con la multitud ruidosa y que grita los elogios del hombre pobre y enclenque que debe ser elevado al pináculo del poder. No, si debemos seguirle la corriente a los informes vociferantes y difamatorios, que llenan la atmósfera política con nubes y neblina. Pero podemos depositar nuestra elección calmadamente en la urna a favor de la libertad y calmadamente dar una razón por ello. [Ibíd., 14 de diciembre de 1876.]

Al discutir sobre la campaña política que se acercaba en 1880, en una de sus últimas editoriales, Jaime White dijo:

Nosotros, como pueblo, como adventistas, tenemos ante nosotros un tema que lo absorbe todo y una tarea de la mayor importancia, razón por la cual no deben distraerse nuestras mentes…

Debe ser nuestro deber adaptarnos a nosotros mismos, en tanto sea posible, sin comprometer la verdad, a todo el que esté al alcance de nuestra influencia y al mismo tiempo sentirnos libres de contiendas y corrupciones de los partidos que están luchando por la supremacía. [Ibíd., 11 de marzo de 1880.]

Al escribir desde Australia en 1898, Elena G. de White enfatizó los mismos puntos:

Como pueblo, no debemos mezclarnos con asuntos políticos… no debemos unirnos en yugo con los infieles en cuestiones de política, ni establecer ninguna clase de vínculo con ellos [en sus mensajes]… Guardad en secreto el modo en que votáis. No sintáis que es vuestro deber instar a todos a hacer como hacéis vosotros. [Mensajes selectos, tomo 2, pp. 387, 388.]

Un mes antes de la muerte de Jaime White, los Adventistas del Séptimo Día hicieron una reunión campestre en Des Moines, Iowa. Se propuso un voto ante los delegados que decía:

Resuelto, que expresemos nuestro más profundo interés en el movimiento de la temperancia que se está desarrollando ahora en este estado; y que instruyamos a todos nuestros ministros para que usen su influencia entre nuestras iglesias y en toda la extensión de nuestro pueblo para inducirlos a que pongan todo su esfuerzo en forma consistente, por medio de la labor personal y en las urnas, en favor de las enmiendas prohibitivas de la Constitución que los amigos de la temperancia están tratando de conseguir. [Review and Herald, 5 de julio de 1881.]

Algunos no estaban de acuerdo con la cláusula que solicitaba actuar en “las urnas”, y presionaron porque se quitara. Elena G. de White, que estaba asistiendo a la reunión, se había retirado durante la noche, pero se la llamó para que diera su consejo. Al escribir sobre ello en ese momento, dijo: “Me vestí y encontré que debía hablar sobre la cuestión de si nuestro pueblo debe votar por la prohibición. Les dije ‘Sí’, y hablé por veinte minutos” [Temperance, p. 255 (en inglés).]

Elena G. de White nunca modificó esa posición. En un artículo escrito para la Review un año antes de su muerte, enfatizó la responsabilidad de cada ciudadano de ejercer toda influencia que esté a su alcance, incluyendo el voto, para trabajar por la temperancia y la virtud:

Al paso que de ningún modo debemos vernos envueltos en cuestiones políticas, no obstante es nuestro privilegio asumir nuestra posición decididamente en todo lo relacionado con la reforma pro temperancia....

La parálisis moral que domina a la sociedad tiene una causa. Las leyes sostienen un mal que mina sus mismos fundamentos. Muchos deploran los males que saben que existen ahora, pero se consideran libres de toda responsabilidad en el asunto. Esto no puede ser. Cada persona ejerce una influencia en la sociedad.

En nuestro favorecido país, cada votante tiene voz para determinar qué leyes regirán la nación. ¿No deben esa influencia y ese voto ser echados del lado de la temperancia y de la virtud? [Review and Herald, 15 de octubre de 1914; Temperancia, p. 225 (énfasis añadido).]

Tres conclusiones

De este estudio histórico surgen tres claras conclusiones:

  1. Siempre debemos votar “del lado de la temperancia y de la virtud”.

  2. La decisión de votar por candidatos es una decisión personal. Si usted vota, “Guardad en secreto el modo en que votáis. No sintáis que es vuestro deber
    instar a todos a hacer como hacéis vosotros”.

  3. Debemos estar libres de contiendas políticas y corrupción.

Quizás una posdata sorpresa sobre el voto es que la Décimo Novena Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, que da a las mujeres el derecho de votar, no se acordó hasta 1920, cinco años después de la muerte de Elena G. de White. Simplemente declaraba: “El derecho de los ciudadanos de los Estados Unidos a votar no debe ser negado o impedido por los Estados Unidos o por ningún Estado por causa del sexo”.

Algunos Estados concedieron a la mujer en forma temprana, un sufragio parcial. Colorado lo hizo en 1894 y California en 1911. Pero mucho antes de esto, Elena G. de White evidentemente anticipó un desenlace tal cuando escribió en 1875:

Se especula en cuanto a los derechos y responsabilidades de la mujer en relación con el voto. Muchas no están entrenadas para comprender la carga de de las cuestiones importantes. Han vivido vidas de gratificación presente por causa de la moda. Las mujeres que deben desarrollar buenos intelectos y tienen verdadero valor moral son ahora meras esclavas de la moda… Tales mujeres no están preparadas para que asuman en forma inteligente una posición prominente en cuestiones políticas… Dejen que cambie el estado de estas cosas. –Testimonies for the Church [Testimonios para la iglesia, vol. 3, p. 565.]

De esta declaración podemos concluir apropiadamente que (1) es inapropiado para las mujeres (y los hombres) asumir sus “responsabilidades” en “relación con el voto” a menos que hayan sido “entrenadas para comprender la carga de de las cuestiones importantes”; (2) tal comprensión se debe adquirir.

Ahora consideraremos las cuestiones políticas y el gobierno, y la relación del cristiano con estas cuestiones.

Ya presenté tres conclusiones de los consejos inspirados sobre el tema del voto. Estas fueron: (1) debemos votar “del lado de la temperancia y de la virtud”;

(2) si usted vota, “Guardad en secreto el modo en que votáis. No sintáis que es vuestro deber instar a todos a hacer como hacéis vosotros”; (3) debemos estar libres de contiendas políticas y corrupción.

Después de haber considerado estos puntos, todavía persisten algunas inquietudes. ¿Pueden los Adventistas del Séptimo Día participar en ciertos aspectos de la política con buena conciencia? ¿Debemos ayudar siempre en la preparación de las leyes?, si es así, ¿cómo? ¿Es siempre apropiado tener cargos públicos, ya sea electivos o por nombramiento?

Primero consideremos la política. Urías Smith, al ver la situación política de nuestro país [Estados Unidos] en 1884, escribió con perspicacia y pesimismo:

Fraude, deshonestidad, usurpación, embuste, engaño y robo, describen ampliamente el registro; y el partido que haga más de esta obra será el que probablemente gane. [Review and Herald, 15 de julio de 1884.]

Unos años después, Jorge C. Tenney, coeditor de la Review con Urías Smith, definió “política pura” como lo hace el diccionario, como algo que “abarca las ciencias y los principios del buen gobierno. La política económica, la ciencia política, la filantropía y el gobierno civil –de hecho, cada rama de la política y de los asuntos públicos- están incluido en las políticas puras”.

Si la política como se la practica generalmente fuera así de “pura”, no tendríamos nada en su contra. Pero debemos concordar con el pastor Tenney que la política, como se la conoce generalmente, ha “llegado a ser un nombre para la demagogia, un sistema de red personal para auto promoverse, una cobertura para la sofistería [y] el engaño”, con políticos que generalmente tienen un “deseo ardiente por ocupar los puestos y sus despojos” y legisladores motivados “por considerar sólo –la propuesta de re-elección”. (Ibíd.., 6 de abril de 1905).

L. A. Smith, otro coeditor, comparó la organización política con un ejército, cuando dijo:

Todos pueden comprender porqué es que un ejército puede vencer fácilmente una muchedumbre, y las mismas razones pueden explicar porqué la maquinaria política vence tan fácilmente los movimientos de reforma del pueblo. La maquinaria política es un ejército organizado y plenamente disciplinado; el pueblo es un cuerpo desorganizado. [Ibíd., 6 de abril de 1905.]

Continúa:

La única forma que el elemento de reforma puede tratar con éxito esta maquinaria será organizándose y poniendo en el campo su propia maquinaria, e iniciando los métodos de trabajo de una máquina; pero es en la maquinaria política que descansa todo el mal. [Ibíd.]

¿Han actualizado las décadas pasadas las declaraciones mencionadas? No, si hemos de creer a los comentadores actuales interesados en el escenario político. Al establecer estos hechos de la vida política, los comentarios tajantes de Elena G. de White surgen claramente:

El Señor quiere que su pueblo entierre las cuestiones políticas… No podemos votar sin peligro por los partidos políticos… Dejar a un lado las cuestiones políticas… Es un error de vuestra parte unir vuestros intereses con algún partido político, para echar vuestro voto en su favor. [Obreros evangélicos, pp. 407, 408.]

Note que las declaraciones anteriores no excluyen el voto. Si votamos, debe ser sobre la base de las calificaciones personales de un candidato, no porque lleva la etiqueta de cierto partido. Lo que podríamos llamar un voto por un “determinado partido político” está claramente condenado. Si votamos, debemos votar inteligentemente. Pero es claro que las cuestiones políticas no deben ingresar dentro de la iglesia, ni deben absorber nuestro tiempo y atención la infatuación política, las luchas y la excitación política.

No debemos vestirnos con insignias políticas

En una declaración que se publicó inicialmente en un folleto de 1899, Elena G. de White dijo que no debemos votar por los hombres que “usan su influencia para reprimir la libertad religiosa”, porque si lo hacemos, somos “participantes con ellos de los pecados que cometen mientras están en el cargo”. “No podemos tomar parte con seguridad de ningún esquema político”, dijo. Los cristianos “no vestirán insignias políticas”.

Aconsejó que los maestros “que se distinguen por su celo en la política, deben ser destituidos sin demora de su trabajo”, y “deben quitarse las credenciales a los miembros del ministerio que deseen destacarse como políticos”. [Obreros evangélicos, pp. 408, 410.]

Pero, ¿qué acerca de la participación personal en crear leyes? ¿Podemos tener un cargo y no violar nuestras responsabilidades como cristianos? Hay dos declaraciones de Elena G. de White que merecen un estudio cuidadoso. En La educación, p. 262, leemos:

Más de un muchacho de hoy día que se esté desarrollando como lo hacia Daniel en su hogar de Judea, estudiando la Palabra de Dios y sus obras,
y aprendiendo lecciones de servicio fiel, se hallará aún ante asambleas legislativas, en tribunales de justicia o en cortes reales, como testigo del Rey de reyes.

Es evidente que este testimonio no se encuentra limitado a apariciones ocasionales en favor de asuntos específicos, pues incluye la participación en las decisiones legislativas, considerando otro testimonio que dio Elena G. de White en un sermón a los maestros y estudiantes del Colegio de Battle Creek, el 15 de noviembre de 1883. Ella dijo:

¿Han pensado lo que no se atreven a expresar, de que un día… pueden sentarse en los concilios deliberantes y legislativos y ayuden a dictar leyes para la nación? No hay nada de malo en esas aspiraciones. [Mente, carácter y personalidad, tomo 1, p. 378.]

Elena G. de White continúa explicando las circunstancias bajo las cuales es apropiado aceptar tales responsabilidades. Dijo que no debemos contentarnos con metas bajas, sino que debemos recordar que “El temor del Señor es fundamento de toda verdadera grandeza”. Debemos poner “todos los intereses y las exigencias temporales en sujeción a las demandas superiores del Evangelio de Cristo”.

También indicó que como “discípulos de Cristo, no se os priva de emprender ocupaciones temporales, pero deberíais llevar vuestra religión con vosotros”. Y, “equilibrados por el principio religioso, podéis ascender a la altura que queráis”. Note que el ascenso debe estar “equilibrado por el principio religioso”.

Más aún, los talentos y las facultades que Dios nos otorgó no deben ser pervertidos “para hacer mal y destruir a otros” o usarlas “para extender la corrupción y la ruina moral”. Más bien, nuestras responsabilidades debemos desempeñarlas “fiel y concienzudamente”. (Véase Mensajes para los jóvenes, pp. 33, 34).

No rige para cargos públicos

Parece bastante claro, entonces, que el consejo de los escritos del Espíritu de Profecía no rige para los cargos públicos y, de hecho, declara que algunos adventistas tendrán cargos públicos. Las motivaciones egoístas no deben gobernar, y el que tiene un cargo público debe recordar siempre que “todos los intereses y las exigencias temporales” deben mantenerse “en sujeción a las demandas superiores del Evangelio de Cristo”. ¡Cuán prácticos y sencillos son estos principios guía! No tienen porqué ser mal entendidos por nadie.

La elección de Adventistas del Séptimo Día para los cargos públicos lleva al menos 88 años. Una editorial inusual de Urías Smith decía: “El pastor William C. Gage fue elegido alcalde de la ciudad de Battle Creek”. La editorial continua explicando que los defensores de la temperancia en la ciudad se habían sentido traicionados por los que ejercían cargos públicos en ese momento, y cuando no se pudo persuadir a ningún otro hombre para que asumiera en contra de ese gobierno, se acercaron al pastor Gage. La editorial continúa: “Cuando parecía que renunciar absolutamente sería opacar los intereses de la causa de la temperancia, él aceptó y el pueblo ratificó su nombramiento, dándole la mayoría”. Review and Herald, 11 de abril de 1882.

Urías Smith y G. I. Butler, presidente de la Asociación General, parecieron oponerse por la elección de Gage. En el mismo número de la Review, el pastor Butler llamó a apoyar las cuestiones de temperancia de esos días, pero advirtió: “No tenemos tiempo ni habilidad para gastarlos en la arena de la política mientras la causa de Dios languidece”. Los dos hombres expresaron sus convicciones de que los adventistas normalmente no debían involucrarse en política. El pastor Butler declaró además que aunque favorecemos la temperancia, debemos ser cautos “en cuanto a ser absorbidos y llevados por las excitaciones que esto conlleva o por cualquier otra cuestión” (Ibíd.). Con seguridad, este consejo es apropiado a la luz de las cuestiones sociales y políticas actuales.

Podría ser interesante notar que a la mitad de su período de un año como alcalde, Gage fue reprochado severamente por Elena G. de White. Ella dijo: “Ha sido una maldición para la iglesia de Battle Creek”. Agregó: “Advertí al pueblo de Dios sobre que tomaran a este hombre como su modelo”. –Special Testimony to the Battle Creek Church [Testimonio especial para la Iglesia de Battle Creek], 30 de noviembre de 1882, p. 6.

La Biblia tiene algunos consejos valiosos sobre la cuestión de servir al gobierno civil. Había gobernantes rectos y justos en los tiempos bíblicos, y también estaban los crueles e injustos. El verdadero hombre de estado está bien alejado del político corrupto, y hay muchos hombres nobles que ocupan cargos en el gobierno del mundo. Aunque ambos deben servir en posiciones similares e idénticas. ¿Qué hace la diferencia? Obviamente, el hombre hace al cargo, no el cargo al hombre.

José consideró su posición en el gobierno de Egipto como el resultado directo de la conducción de Dios. Al tratar de calmar los temores de sus hermanos después de la muerte de su padre, les dijo: “Dios me ha puesto por señor de todo Egipto” (Gén 45:9). “Para salvar vidas me envió Dios delante de vosotros” (verso 5).

Daniel y sus tres compañeros hebreos fueron elegidos de entre los cautivos en Babilonia para ser entrenados en el liderazgo civil. No rechazaron esta educación. Después que Daniel fue promovido como gobernante “de toda la provincia de Babilonia y jefe supremo de todos los sabios de Babilonia”, pidió que sus tres amigos pudieran ser puestos en “los negocios de la provincia de Babilonia”, y el pedido fue concedido (Dan 2:48, 49). Los tres compañeros fueron promovidos nuevamente después pasar por el fuego ardiente (capítulo 3:30). No rechazaron servir.

El siguiente gobernante de Babilonia, Belsasar, hizo a Daniel el tercero al mando en el gobierno después que él interpretó la escritura en la pared durante el banquete, y pocas horas antes que Belsasar fuera vencido por Darío (capítulo 5:29). Darío, el Medo, reconoció el liderazgo de Daniel y lo hizo el principal de los tres presidentes de todo su reino (capítulo 6:2).

Posteriormente, Daniel fue objeto de los celos de los otros presidentes y príncipes cuando Darío estaba considerando darle todo el poder. Esto fue lo que lo llevó a ser colocado en el foso de los leones. Cuando enfrentó esta prueba exitosamente, él “prosperó durante los reinados de Darío” (versículo 28). Es obvio que Daniel no rechazó las responsabilidades civiles cuando fue llamado a servir.

Y, por supuesto, está el judío Mardoqueo, quien “estaba sentado a la puerta del rey” y era uno de los sirvientes del rey Asuero (Ester 2:19; 3:3). La puerta del rey era un lugar donde los negocios de la realeza se realizaban, y los oficiales estaban allí. Cuando se le dio una oportunidad para reemplazar a Amán, quien había sido colgado, no la rechazó. Eventualmente fue colocado después como el segundo después del rey (capítulo 10:3). Ester, por supuesto, era reina durante ese tiempo. Pocas generaciones después, Esdras y Nehemías actuaron como sirvientes civiles en sus respectivos gobiernos.

En el Nuevo Testamento aparece lo que podría denominarse la lista de las responsabilidades cívicas cristianas (Rom 13). Destaca que las autoridades “por Dios han sido establecidas” y a la luz de esto, “quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste” (versículos 1, 2).

Continúa diciendo: “Los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno y serás alabado por ella, porque está al servicio de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme, porque no en vano lleva la espada, pues está al servicio de Dios para hacer justicia y para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia” (versículos 3-5).

Los tributos e impuestos se aprueban definidamente al ser requeridos en forma apropiada por el gobierno civil (versos 6, 7).

Responsables hasta el regreso de Cristo

Pronto, algún día, la profecía de Daniel 2 hallará su cumplimiento en el regreso de Cristo, y “el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido”, un reino que “desmenuzará y consumirá a todos estos reinos”. Será un reino que “permanecerá para siempre” (versículo 44). Pero hasta ese momento, los seguidores de Cristo continúan teniendo una responsabilidad para con “César”.

A manera de resumen citamos una parte de una editorial que apareció en la Review and Herald del 13 de septiembre de 1928. El pastor F. M. Wilcox, por mucho tiempo líder de iglesia y editor, escribió:

La Iglesia Adventista del Séptimo Día no busca dictar a sus miembros cómo deben votar o si no deben votar en absoluto. Se deja a cada uno actuar bajo su propio juicio en el temor de Dios. Se nos ha dicho por la sierva del Señor que no debemos unirnos con partidos políticos, que no debemos agitar cuestiones políticas en nuestras escuelas o instituciones.

Por otro lado, se nos ha instruido por la misma autoridad, que cuando ciertas cuestiones morales, tales como prohibición, estén involucradas, los “defensores de la temperancia fallarán en hacer su tarea en forma completa a menos que ejerzan su influencia por precepto y ejemplo –por medio de la voz, la pluma y el voto- a favor de … la abstinencia total”. Esta instrucción no es una orden, se deja a cada uno la determinación personal de lo que debe hacer.

Mientras que un miembro de la iglesia tiene el derecho, si así lo desea, de dar su voto, la iglesia como tal debe quedar completamente al margen de la política. Una cosa es que los miembros de la iglesia voten individualmente, y otra cosa es que estos mismos individuos se propongan influir en alguna medida en la política en los edificios eclesiásticos.

Autor: Paul A. Gordon | Paul A. Gordon sirvió como secretario asociado del Patrimonio de Elena G. de White | Reimpreso de Adventist Review, 18 y 25 de septiembre de 1890.

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