Citas de Ellen G. White | El Juicio Investigador

Revista Sefer Olam Feb 26, 2017
Juegos Cristianos

“El hijo de Dios debe tratar de alcanzar cada vez mayores alturas. Debe confesar todo pecado, para que debido a su ejemplo otros se sientan inducidos a confesarlos también y recibir la fe que obra por el amor y purifica el alma. Debe estar constantemente en guardia, sin detenerse nunca, sin volver atrás, siempre avanzando hacia la elevada vocación de Dios en Cristo…

“Debemos recordar siempre el hecho de que el tiempo es corto. La iniquidad abunda por todas partes. Los justos son como luces en el mundo. Por medio de ellos la gloria de Dios debe manifestarse a éste. Recuerden siempre los solemnes acontecimientos del futuro: El gran juicio investigador y la venida de Cristo. Ustedes y sus hijos deben prepararse para ese día…

“Prosigan cada día conociendo al Señor, regocijándose en el hecho de que tienen el privilegio de decir en ocasión de su venida, mientras permanezcan de pie con los fieles que lo esperan: ‘He aquí, éste es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará… nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación’ (Isa 25: 9)”.[1]

“Cuando llegamos a ser hijos de Dios, nuestros nombres son escritos en el libro de la vida del Cordero, y permanecen allí hasta el momento del juicio investigador. Entonces será considerado el nombre de toda persona, y se examinará su registro… Si en aquel día se descubre que no nos hemos arrepentido completamente de todos nuestros malos hechos, nuestros nombres serán borrados del libro de la vida y nuestros pecados subsistirán contra nosotros”.[2]

“El Juez de toda la tierra pronunciará un veredicto justo. No será sobornado ni puede ser engañado… El es quien pesa el carácter en la balanza de eterna justicia… Todo individuo tiene un alma que salvar o perder. Cada uno tiene un caso pendiente ante el tribunal de Dios. Cada uno debe hacer frente al gran Juez cara a cara. De cuánta importancia es, entonces, que toda mente contemple a menudo la solemne escena en que se comienza el juicio y se abren los libros”.[3]

“Todos los que quieran conservar sus nombres en el libro de la vida, deberían ahora, en los pocos días que restan de su vida, afligir sus almas ante Dios con dolor por el pecado y con verdadero arrepentimiento. Debe realizarse un escudriñamiento profundo y fiel del corazón. La liviandad y el espíritu frívolo a los cuales se entregan tantos profesos cristianos deberían desecharse. A todos los que quieran subyugar las malas tendencias que pugnan por obtener la supremacía, les aguarda una ruda lucha. La obra de preparación es una tarea individual. No nos salvamos en grupos. La pureza y la devoción de uno no suplirá el deseo que tenga otro por adquirir esas cualidades… Cada uno debe ser probado, y encontrarse sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante.

“Solemnes son las escenas relacionadas con la obra final de la expiación. Los intereses implicados en ella son trascendentales. Ahora se está efectuando el juicio en el santuario celestial… Nuestras vidas serán pasadas en revista ante la terrible presencia de Dios…

“Cuando concluya la obra del juicio investigador, el destino de todos habrá sido decidido para vida o para muerte. El tiempo de prueba finalizará un corto tiempo antes de que aparezca el Señor en las nubes de los cielos… Gravísima es la condición de aquellos que, cansándose cada vez más de su vigilancia, se vuelven a los intereses del mundo. Mientras el hombre de negocios esté absorbido en la búsqueda de ganancias, mientras el amador de placeres procure complacerse, mientras la seguidora de la moda esté disponiendo sus adornos, el juez de toda la tierra pronunciará tal vez en esa misma hora la sentencia: ‘Pesado has sido en balanza, y fuiste hallado falto’”.[4]

“El profeta dice: ‘Pero quién es capaz de soportar el día de su advenimiento? ¿y quién podrá estar en pie cuando él apareciera? porque será como el fuego del acrisolador, y como el jabón de los bataneros; pues que se sentará como acrisolador y purificador de la plata; y purificará a los hijos de Leví; y los afinará como el oro y la plata, para que presenten a Jehová ofrenda en justicia’ (Mal 3:2,3, VM). Los que vivan en la tierra cuando cese la intercesión de Cristo en el santuario celestial deberán estar en pie en la presencia del Dios santo, sin mediador. Sus vestiduras deberán estar sin mácula; sus caracteres, purificados de todo pecado por la sangre de la aspersión. Por la gracia de Dios que dio eficacia a sus diligentes esfuerzos, deberán ser vencedores en la lucha con el mal. Mientras prosigue el juicio investigador en el cielo, mientras se eliminan del santuario los pecados de los creyentes arrepentidos, debe llevarse a cabo una obra especial de purificación, de liberación del pecado, entre el pueblo de Dios en la tierra. Esta obra se presenta con mayor claridad en los mensajes del capítulo 14 de Apocalipsis.

“Cuando esta obra se haya consumado, los discípulos de Cristo estarán listos para su venida”.[5]

“En la parábola del capítulo 22 de Mateo se emplea la misma figura de la boda y se ve a las claras que el juicio investigador se realiza antes de ella. Antes que se lleve a cabo entra el Rey para ver a los huéspedes, y cerciorarse de que todos llevan las vestiduras de boda, el manto inmaculado del carácter, lavado y emblanquecido en la sangre del Cordero (Mat 22:11; Apoc 7:14). Al que se lo encuentra sin el traje apropiado, se lo expulsa, pero todos los que al ser examinados tienen las vestiduras de bodas, son aceptados por Dios y juzgados dignos de participar en su reino y de sentarse en su trono. La tarea del juicio investigador es examinar los caracteres y determinar quiénes están preparados para el reino de Dios; es la obra final que se lleva a cabo en el santuario celestial.

“Cuando termine este examen, cuando se haya fallado respecto de los que en todos los siglos profesaron ser discípulos de Cristo, entonces y no antes habrá terminado el tiempo de gracia, y se cerrará la puerta de la misericordia. Así que las palabras: ‘Las que estaban preparadas entraron con él a las bodas, y fue cerrada la puerta’, nos conducen a través del ministerio final del Salvador, hasta el momento cuando quedará terminada la gran obra de la salvación del hombre”.[6]

“Satanás inventa innumerables medios de distraer nuestras mentes de la obra en que precisamente deberíamos estar más ocupados. El archiseductor aborrece las grandes verdades que hacen resaltar la importancia de un sacrificio expiatorio y de un Mediador todopoderoso. Sabe que su éxito estriba en distraer las mentes de Jesús y de su obra.

“Los que desean participar de los beneficios de la mediación del Salvador no deben permitir que cosa alguna les impida cumplir su deber de perfeccionarse en la santificación en el temor de Dios. En vez de dedicar horas preciosas a los placeres, a la ostentación o a la búsqueda de ganancias, las consagrarán a un estudio serio y con oración de la Palabra de verdad El pueblo de Dios debería comprender claramente el asunto del santuario y del juicio investigador. Todos necesitan conocer por sí mismos el ministerio y la obra de su gran Sumo Sacerdote. De otro modo, les será imposible ejercitar la fe tan esencial en nuestros tiempos, o desempeñar el puesto al que Dios los llama. Cada cual tiene un alma que salvar o que perder. Todos tienen una causa pendiente ante el tribunal de Dios. Cada cual deberá encontrarse cara a cara con el gran Juez. ¡Cuán importante es, pues, que cada uno contemple a menudo de antemano la solemne escena del juicio en sesión, cuando serán abiertos los libros, cuando con Daniel, cada cual tendrá que estar en pie al fin de los días!

Todos los que han recibido la luz sobre estos asuntos deben dar testimonio de las grandes verdades que Dios les ha confiado. El santuario en el cielo es el centro mismo de la obra de Cristo en favor de los hombres. Concierne a toda alma que vive en la tierra. Nos revela el plan de la redención, nos conduce hasta el fin mismo del tiempo y anuncia el triunfo final de la lucha entre la justicia y el pecado. Es de la mayor importancia que todos investiguen a fondo estos asuntos, y que estén siempre prontos a dar respuesta a todo aquel que les pidiere razón de la esperanza que hay en ellos”.[7]

“Estamos viviendo ahora en el gran día de la expiación. Cuando en el servicio simbólico el sumo sacerdote hacia la propiciación por Israel, todos debían afligir sus almas arrepintiéndose de sus pecados y humillándose ante el Señor, si no querían verse separados del pueblo. De la misma manera, todos los que desean que sus nombres sean conservados en el libro de la vida, deben ahora, en los pocos días que les quedan de este tiempo de gracia, afligir sus almas ante Dios con verdadero arrepentimiento y dolor por sus pecados. Hay que escudriñar honda y sinceramente el corazón. Hay que deponer el espíritu liviano y frívolo al que se entregan tantos cristianos de profesión. Empeñada lucha espera a todos aquellos que quieran subyugar las malas inclinaciones que tratan de dominarlos. La obra de preparación es obra individual. No somos salvados en grupos. La pureza y la devoción de uno no suplirá la falta de estas cualidades en otro. Si bien todas las naciones deben pasar en juicio ante Dios, sin embargo él examinará el caso de cada individuo de un modo tan rígido y minucioso como si no hubiese otro ser en la tierra. Cada cual tiene que ser probado y encontrado sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante.

“Solemnes son las escenas relacionadas con la obra final de la expiación. Incalculables son los intereses que ésta envuelve. El juicio se lleva ahora adelante en el santuario celestial. Esta obra se viene realizando desde hace muchos años. Pronto -nadie sabe cuándo- les tocará ser juzgados a los vivos. En la augusta presencia de Dios nuestras vidas deben ser pasadas en revista. En éste más que en cualquier otro tiempo conviene que toda alma preste atención a la amonestación del Señor: ‘Velad y orad: porque no sabéis cuándo será el tiempo’. ‘Y si no velares, vendré a ti como ladrón, y no sabrás en qué hora vendré a ti’ (Mar 13:33; Apoc 3:3)”[8]

“El examen que de los convidados a la fiesta hace el rey, representa una obra de juicio. Los convidados a la fiesta del Evangelio son aquellos que profesan servir a Dios, aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida. Pero no todos los que profesan ser cristianos son verdaderos discípulos. Antes que se dé la recompensa final, debe decidirse quiénes son idóneos para compartir la herencia de los justos. Esta decisión debe hacerse antes de la segunda venida de Cristo en las nubes del cielo; porque cuando él venga, traerá su galardón consigo, ‘para recompensar a cada uno según fuere su obra’. Antes de su venida, pues, habrá sido determinado el carácter de la obra de todo hombre, y a cada uno de los seguidores de Cristo le habrá sido fijada su recompensa de acuerdo con sus obras (cf. Apo 22:12).

“Mientras los hombres moran todavía en la tierra se verifica la obra del juicio investigador en los atrios del cielo. Delante de Dios pasa el registro de la vida de todos sus profesos seguidores. Todos son examinados según lo registrado en los libros del cielo, y según sus hechos queda para siempre fijado el destino de cada uno”.[9]

“Nuestro tiempo pertenece a Dios. Cada momento es suyo, y nos hallamos bajo la más solemne obligación de aprovecharlo para su gloria. De ningún otro talento que él nos haya dado requerirá más estricta cuenta que de nuestro tiempo.

“El valor del tiempo sobrepuja todo cómputo. Cristo consideraba precioso todo momento, así es como hemos de considerarlo nosotros. La vida es demasiado corta para que se la disipe. No tenemos sino unos pocos días de gracia en, los cuales prepararnos para la eternidad. No tenemos tiempo para perder, ni tiempo para dedicar a los placeres egoístas, ni tiempo para entregarnos al pecado. Es ahora cuando hemos de formar caracteres para la vida futura e inmortal. Es ahora cuando hemos de prepararnos para el juicio investigador”.[10]

Referencias


  1. Carta 92, 09 de Noviembre de 1911. ↩︎

  2. Comentario Bíblico Adventista, tomo 7, p.987. ↩︎

  3. Review and Herald, 19 de Enero, 1886. ↩︎

  4. Review and Herald, 11 de Septiembre, 1905. ↩︎

  5. Cristo en su Santuario, p.114. ↩︎

  6. Cristo en su Santuario, p.117. ↩︎

  7. El Conflicto de los Siglos, pp.542-543. ↩︎

  8. El Conflicto de los Siglos, pp.544-545. ↩︎

  9. Palabras de Vida del Gran Maestro, pp.251-252. ↩︎

  10. Palabras de Vida del Gran Maestro, p.276. ↩︎

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