Ordenación de Mujeres
Este tema controversial ha llevado a algunas iglesias casi al borde de una división, y ambas posiciones se apoyan en diferentes pasajes bíblicos. La Escritura no se contradice a sí misma; el problema es comprender el significado de los textos que a primera vista parezcan contradictorios.
Las iglesias que rehúsan ordenar a mujeres se apoyan en pasajes como 1 Corintios 11:2–16; 1 Timoteo 2:9–15 y Efesios 5:22–24. Aquellas iglesias que ordenan a mujeres se basan en Gálatas 3:28 y también en la actitud de Jesucristo hacia ellas; señalan especialmente que se le dio a las mujeres las primeras noticias de su resurrección, fueron ellas las que tuvieron la responsabilidad de anunciarlo a los discípulos (hombres) (Mr. 16:6–7).
Algunos rechazan las censuras del apóstol Pablo respecto a las mujeres; las consideran residuos de prejuicios rabínicos no cristianos, pero esto va en contra de la creencia que las Escrituras son plenamente inspiradas y que fueron escritas bajo la guía del Espíritu Santo. Es más convincente el argumento de que (como en el caso de la esclavitud humana) los pasajes arriba citados, y otros en ambos testamentos, tuvieron el propósito de mejorar la condición de la mujer que se encontraba en sociedades dominadas por hombres no regenerados, tanto en la sociedad patriarcal de los tiempos del AT como en el mundo del NT, donde las mujeres griegas y romanas generalmente tenían normas y conductas contradictorias al cristianismo y perjudiciales a la iglesia. Aparentemente, en los días de Pablo era necesaria una disciplina estricta para los miembros de la iglesia en Corinto. Pero tal como la aplicación de las normas del amor cristiano a todos los seres humanos dio como resultado la abolición de la esclavitud, si bien fue por un proceso evolutivo más que revolucionario, así el reconocimiento de que en Cristo no hay “varón ni mujer” quita toda barrera para la participación de las mujeres en el ministerio al cual las ha llamado el Señor.
Algunos escritores enfatizan que la supremacía, u orden secuencial, visto en la creación de Adán antes que Eva, y en el lugar del hombre como cabeza de la familia, no prueba que la mujer sea inferior, aunque algunos varones chauvinistas puedan interpretarlo de esa manera. Las Escrituras enseñan, y por otra parte declaran implícitamente, la igualdad de las mujeres; “la batalla de los sexos” es el resultado de la caída, por la cual el apoyo y amor mutuo, y el reconocimiento, se han convertido muchas veces en una lucha dominada por los celos. La norma de un discipulado santo, y no de los prejuicios de una humanidad no regenerada, debe establecer el modelo para estas y otras relaciones.
Autor: Philip S. Clapp