Las Maravillas de la Ley Divina

“Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley” (Salmos 119:18)

Esta cita describe un pedido muy significativo que elevó el Salmista, este escritor inspirado pidió a Dios que le abriese el entendimiento para que así ya pueda mirar y discernir las maravillosas realidades que por naturaleza posee la sagrada Ley de Dios.

La persona natural sin conversión, no puede entender las verdades relacionadas a la dimensión espiritual, pero cuando su alma entra en comunión con Dios, su entendimiento es abierto y es ahí cuando ya descubre las extraordinarias cualidades de la Ley divina.

Y uno de sus aspectos asombrosos, consiste en que la Ley es una expresión del carácter de Dios, porque así como la divinidad se caracteriza por ser santa, justa y buena; de la misma manera la Ley moral también posee estas mismas virtudes, pues así lo reconoce la siguiente cita:

“De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12)

Esta afirmación del Nuevo Testamento confirma el carácter exaltado de esta sagrada norma moral; sin embargo y aunque por naturaleza la Ley sea buena, lo cierto es que la Ley divina también puede ser mal comprendida y hasta puede ser usada de manera ilegítima, esta sorprendente realidad es expuesta en las siguientes palabras:

“Pero sabemos que la ley es buena, si uno la usa legítimamente”. (1 Timoteo 1:8)

El Apóstol declara que la Ley es buena siempre y cuando se la use de manera legítima, esto quiere decir, que aunque la Ley sea buena, si esta no es usada legítimamente, entonces ya no va a ser buena para quien la mal utiliza, sino que le resultará siendo mala y por lo tanto perjudicial.

¿En qué forma se le puede dar un uso ilegítimo a la Ley de Dios?

Este uso ilegítimo consiste en utilizar el cumplimiento de la Ley como un medio de justificación, como un mérito por el cual se obtiene o gana el favor de Dios; este enfoque es incorrecto y distorsionado, porque las obras de la ley no tienen la función de ser un medio de justificación para el hombre, el único medio por el cual se puede recibir la justificación y el favor divino es “la fe de Jesucristo”, tal y como lo revela la siguiente cita:

“Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado” (Gálatas 2:16)

La única manera por la que el ser humano puede ser justificado es por la fe de Jesucristo, no hay otra forma, ni existe otro camino para llegar a la vida eterna; y esta cita incluso aclara que “por las obras de la ley nadie será justificado”, ni judíos ni gentiles, ni personas del antiguo o nuevo testamento, absolutamente nadie será justificado por el cumplimiento de la Ley.

Así es, la Ley no cumple la función de justificar al ser humano, sin embargo, esto no anula su vigencia ni elimina la necesidad de obedecerla, pues así lo explica el mismo Apóstol Pablo, quien luego de afirmar que el hombre únicamente es justificado por fe “sin las obras de la ley”, termina aclarando que la fe no invalida la ley, sino que más bien confirma su validez y por ende ratifica la responsabilidad de obedecerla, pues así está escrito:

“Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. ¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles. Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la circuncisión, y por medio de la fe a los de la incircuncisión. ¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley.”. (Romanos 3:28-31)

Nuevamente el Apóstol recalca que la justificación siempre ha sido por fe para todos los hombres, tanto para los de la circuncisión, la cual es una clara referencia a los judíos del antiguo testamento, como también para los gentiles o incircuncisos, la cual es una referencia directa a los creyentes no judíos tanto del antiguo como del nuevo testamento, para todos la salvación siempre estuvo accesible únicamente por la fe en Jesucristo.

Y luego de enfatizar la equitativa verdad de que la salvación siempre ha sido por fe, el Apóstol Pablo finalmente aclara que la fe no invalida la Ley “en ninguna manera”, al contrario, la fe de Jesucristo bien entendida, siempre confirmará la validez y la responsabilidad de obedecer la sagrada Ley de Dios.

SU VERDADERA FUNCIÓN

Aunque es responsabilidad de todos los seres humanos obedecer la Ley moral, sin embargo no debe utilizarse su cumplimiento como una plataforma para ganar el favor de Dios, por cuanto la ley de Dios no es un medio de justificación, la verdadera función de la Ley es ser un medio para conocer e identificar lo que es pecado, tal y como lo afirma el Apóstol Pablo en la siguiente cita:

“Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20)

A través de la Ley, el ser humano es capacitado para entender con claridad en qué consiste el pecado, cada mandamiento nos permite descubrir los diversos tipos de pecado que existen, esta función reveladora que cumple la Ley nuevamente es mencionada en el capítulo 7 de Romanos:

“¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás” (Romanos 7:7)

El pecado ocurre y llega a existir cuando se infringe, desobedece o transgrede alguno de los principios o mandamientos de la Ley de Dios, esta es una verdad claramente comprobable, precisamente porque la Biblia define al pecado como la “infracción de la ley”, tal y como consta en la siguiente cita:

“Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4)

A más de definir al pecado como la infracción de la Ley, esta cita inicia con las palabras “Todo aquel”, lo cual es una frase de significado absoluto, que indica que todo ser humano sin excepción, está bajo la responsabilidad de obedecer todos los sagrados mandamientos de la Ley divina.

El pecado no solo es un acto de desobediencia, el pecado es un poder opresor cuya naturaleza puede ser comprendida gracias al discernimiento espiritual que brinda la Ley de Dios, porque a través de cada mandamiento de la Ley moral, el pecado es expuesto como una fuerza extremadamente corruptiva, tal y como se lo describe en la siguiente cita:

“De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno. ¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso” (Romanos 7:12-13)

Según esta cita, por medio del mandamiento se puede deducir que el pecado es “sobremanera pecaminoso”, es decir, este tiene un carácter excesivamente maligno y posee una naturaleza altamente destructiva; en definitiva el pecado es el primero y el más grave problema de la humanidad; es la principal causa del sufrimiento de la enfermedad y de la muerte y solo cuando se tiene verdadera conciencia de su terrible realidad, entonces ahí sí el ser humano buscará refugio divino para ser liberado y protegido de este temible poder antagonista.

EL PAPEL DE LA LEY EN LA CONVERSIÓN

La Ley de Dios es la más perfecta expresión de justicia y cumple un papel esencial en el proceso de conversión del alma, pues así lo reconoce el libro de Salmos, el cual revela que la Ley moral transmite sabiduría, rectitud, alegría, pureza e iluminación a quien medita en ella, tal y como se explica en los siguientes versículos:

“La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos” (Salmos 19:7-8)

En esta acción divina de convertir el alma, la ley de Dios interviene porque identifica qué es el pecado y revela cuáles son los verdaderos principios de la justicia, esta obra divina es catalogada como el acto de convencer de pecado y es realizada por el Espíritu Santo durante el proceso de conversión del creyente, pues así lo explicó el Salvador en los siguientes versículos:

“Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio”. (Juan 16:7-8)

El papel de la ley durante la conversión es vital, porque mediante ella, el creyente puede llegar a descubrir lo que es pecado y sólo cuando ha llegado a este conocimiento podrá ser convencido de pecado, podrá reconocer que es pecador y entonces ahora sí podrá percibir la gran necesidad que tiene del Salvador Jesús; sin embargo Satanás trata de impedir este despertar de conciencia y obra a través de aquellos que aseveran que la Ley está abolida o que pisotean alguno de sus mandamientos, tal y como lo expresa la siguiente cita inspirada:

“... Mediante la ley los hombres son convencidos de pecado y deben sentirse como pecadores, expuestos a la ira de Dios, antes de que comprendan su necesidad de un Salvador. Satanás trabaja continuamente para disminuir en el concepto del hombre el atroz carácter del pecado. Y los que pisotean la ley de Dios están haciendo la obra del gran engañador, pues están rechazando la única regla por la cual pueden definir el pecado y hacerlo ver claramente en la conciencia del transgresor” (Mensajes Selectos, Tomo 1, página 256.2.)

La Ley de Dios es la norma perfecta de libertad, es el espejo en el cual el ser humano debe mirarse para descubrir su verdadera condición moral y una vez que reconozca su condición pecaminosa, su siguiente paso es entrar en comunión con Cristo, quien lo capacitará para cumplir todos los principios de la Ley y así será bienaventurado en todo lo que hace, pues así está escrito en el libro de Santiago:

“Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace” (Santiago 1:23-25)

“La ley de Dios llega hasta aquellos propósitos secretos que, aunque sean pecaminosos, con frecuencia son pasados por alto livianamente, pero que son en realidad la base y la prueba del carácter. Es el espejo en el cual ha de mirarse el pecador si quiere tener un conocimiento correcto de su carácter moral. Y cuando se vea a sí mismo condenado por esa gran norma de justicia, su siguiente paso debe ser arrepentirse de sus pecados y buscar el perdón mediante Cristo. Al no hacer esto, muchos tratan de romper el espejo que les revela sus defectos, para anular la ley que señala las tachas de su vida y su carácter” Mensajes Selectos, Tomo 1, página 256.

Autor: Pablo Muñoz, Ecuador