La Trinidad en la Biblia
La doctrina de la Trinidad (del latín trinitas= “triunidad”, o “tres en unidad”) es una de las más importantes de la fe cristiana. Pero últimamente algunos han cuestionado su validez. Por ejemplo, en una monografía, Fred Allaback argumenta que “la Iglesia Adventista del Séptimo Día no creyó en la doctrina de la Trinidad hasta mucho después de la muerte de Elena G. de White”.[1] “Los pioneros adventistas –escribió– creían que en algún momento muy lejano de la eternidad existía un solo ser divino. Entonces, ese ser divino tuvo un hijo”.[2] Si así hubiera sido, Cristo habría tenido un comienzo en su existencia. Con respecto al Espíritu Santo, Allaback cree que es el espíritu de Dios, o de Cristo, no otro ser divino.[3]
Bill Stringfellow adopta la misma visión;[4] Rachel Cory-Kuehl[5] y Allen Stump[6] también. Todos ellos enseñan que en algún momento Jesús no existía; y que el Espíritu Santo es sólo una fuerza. Stringfellow manifiesta: “Hubo un día específico en el que Dios dio a luz a su Hijo. [...] Hubo un tiempo en el pasado (aunque sea imposible precisarlo), en el que Cristo no existía”.[7]
El misterio
Aunque la palabra “trinidad” no se refiere en la Biblia (tampoco aparece “encarnación”), la enseñanza que implica este término sí se encuentra en ella. La doctrina de la Trinidad engloba el concepto de que hay tres Seres plenamente divinos: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que constituyen un solo Dios.[8] Por su parte, Elena G. de White emplea la palabra “Deidad”, que aparece en Romanos 1:20 y Colosenses 2:9. Por medio de esa palabra, ella transmite la misma idea contenida en la expresión Trinidad, esto es, que existen tres Seres vivientes en la Deidad. De acuerdo con una de sus declaraciones: “Los eternos dignatarios celestiales: Dios, Cristo y el Espíritu Santo, armándolos [a los discípulos] con algo más que una mera energía mortal [...] avanzaron con ellos para llevar a cabo la obra y convencer de pecado al mundo”.[9]
El mismo Dios es un misterio;[10] cuánto más la encarnación o la Trinidad. Pero eso no debería preocuparnos, porque las Escrituras enseñan los diferentes aspectos de esos misterios. Aunque, en nuestra finitud, no nos resulte posible entender en su totalidad lo referente a la Trinidad, necesitamos intentar comprender en la mayor medida de lo posible la enseñanza bíblica al respecto. Todos los intentos de explicarla serán insuficientes, “especialmente cuando reflexionamos acerca de la relación de estas tres personas con esencia divina [...] todas las analogías resultan limitadas y nos volvemos profundamente conscientes de que la Trinidad es un misterio que va mucho más allá de nuestra comprensión. Es la incomprensible gloria de la Deidad”.[11]
Por lo tanto, es sabio admitir que el hombre “no puede comprenderla ni hacerla comprensible. Es comprensible en algunas de sus relaciones y manifestaciones, pero su naturaleza esencial es incomprensible”.[12] Ciertos aspectos se aclararán, mientras que otros permanecerán en el misterio, pues “las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley” (Deut. 29:29). Cuando tenemos una clara palabra de las Escrituras, el silencio es oro.[13]
En el Antiguo Testamento
Algunos pasajes del Antiguo Testamento sugieren o implican la existencia de Dios en más de una persona; no necesariamente la Trinidad, pero sí dos personas, por lo menos.
Génesis
En el relato de la Creación de Génesis 1, la palabra traducida como Dios es ‘Elohim, el plural de ‘Eloha. Generalmente, se interpreta ese plural como referido a la majestad de Dios y no al hecho de que sea más de una persona. G.A Knight argumenta que esa interpretación tiene que ver con una concepción moderna del texto hebreo antiguo, ya que cuando el texto bíblico se refiere a los reyes de Israel y Judá lo hace en singular.[14] Knight señala que las palabras hebreas para agua y cielo también son plurales. Los expertos en gramática asignan esa forma gramatical el nombre de plural cuantitativo. El agua puede aparecer en forma de pequeñas gotas o de grandes océanos. Esa diversidad cuantitativa en unidad es, según Knight, una manera adecuada de comprender el plural ‘Elohim’. Y también explica por qué el sustantivo singular ‘Adonai’ se escribe como plural.[15]
En Génesis 1:26 leemos: “Entonces dijo Dios (singular): Hagamos (plural) al hombre a nuestra (plural) semejanza”. Lo que es digno de notar aquí es el cambio del singular al plural. Porque no es Moisés que usa el verbo en plural, como ‘Elohim, sino que es Dios quien usa aquí un verbo y un pronombre en plural para referirse a sí mismo. Algunos intérpretes creen que el Señor se refiere a ángeles aquí, pero de acuerdo con las Escrituras éstos no participaron en la obra de la Creación. La mejor explicación es que ya en el primer capítulo del Génesis se habla de la pluralidad de las personas de Dios.
Deuteronomio 6:4
De acuerdo con Génesis 2:24: “Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola [‘echad] carne”. Es la unión de dos personas distintas. En Deuteronomio 6:4, se usa la misma palabra para referirse a Dios. “Oye, Israel, Jehová nuestro Dios, Jehová uno [‘echad] es”. Según Millard Erickson, aparentemente algo se esta diciendo aquí acerca de la naturaleza de Dios: es un organismo; es decir, partes distintas que funcionan en unidad”.[16] Moisés bien podría haber usado la palabra yachid (un, único), pero el Espíritu Santo decidió en forma diferente.
Otros textos
Después de la caída, Dios dijo: “He aquí el hombre es como uno de nosotros” (Gén. 3:22). Y algún tiempo después, cuando éste comenzó a construir la torre de Babel, el Señor decidió: “Descendamos y confundamos allí su lengua” (Gén. 11:7). En estos dos casos, se sugiere la pluralidad de la Divinidad.
En su visión del Trono de Dios, Isaías oyó que el Señor preguntaba: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” (Isa. 6:8). Aquí encontramos que el Altísimo usa el singular y el plural en la misma sentencia. Muchos eruditos modernos creen que esto se refiere al Concilio celestial. Pero, ¿acaso Dios necesita del consejo de sus criaturas? Isaías 40:13 y 14 aparentemente refuta esa idea. El Señor no necesita consejeros; ni siquiera celestiales. Por lo tanto, el uso del plural en Isaías 6:8, aunque no mencione la Trinidad, sugiere que hay varios seres en la Persona que habla.
El Ángel del Señor
La frase “Ángel del Señor” aparece 68 veces en el Antiguo Testamento. “El ángel de Dios” once veces. La palabra hebrea que corresponde a “ángel” es mal’ak, y significa mensajero. Si el “ángel del Señor” es su mensajero, debe de ser distinto del Señor. En algunos textos, incluso, al “ángel del Señor” se lo llama “Dios” y “Señor” (Gén. 16:7-13; Núm. 22:31-38; Jue. 2:1-4; 6:22). Los padres de la iglesia identificaron ese ángel con el Logos (el Verbo) antes de su encarnación. Los eruditos modernos lo interpretan como un ser que representa a Dios, como el mismo Dios o como una manifestación del poder de Dios. A su vez, los eruditos conservadores generalmente aceptan que “este ‘mensajero’ debe de haber sido una manifestación especial del Ser del mismo Dios”.[17] Si eso fuera cierto, tendríamos aquí otra manifestación de la pluralidad de las personas de la Divinidad.
En el Nuevo Testamento
La verdad en la Biblia es progresiva; por eso encontramos en el Nuevo Testamento un cuadro más explícito de la naturaleza trinitaria de Dios. La declaración de que él es amor (1 Juan 4:8) implica que debe de haber una pluralidad en la Deidad, si recordamos que el amor sólo se puede manifestar cuando las relaciones son plurales.
En ocasión del bautismo de Jesús encontramos a las tres Personas de la Deidad en acción simultánea. “Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí que los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mat. 3:16, 17).
Ésta es una notable manifestación de la doctrina de la Trinidad. Ahí estaba Cristo en forma humana, visible a todos; entonces, el Espíritu Santo descendió sobre él en forma de paloma; y se oyó desde los cielos la voz del Padre que decía: “Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. En Juan 10:30 Cristo se refiere a su igualdad con el Padre; y en Hechos 5:3 y 4 se identifica con Dios al Espíritu Santo. Es imposible explicar la escena del bautismo de Jesús a menos que asumamos que en Dios hay tres personas, idénticas en su naturaleza y su esencia divinas.
En el bautismo, el Padre se refirió a Jesús como “mi Hijo amado”. Esta filiación, sin embargo, no es ontológica sino funcional. En el plan de salvación, cada miembro de la Trinidad asumió un papel determinado para alcanzar un objetivo especial. No se trata de cambios, ni de esencia ni de condición. Millard J. Erickson lo explica de la siguiente manera:
“El Hijo no se volvió inferior al Padre durante su encarnación, sino que se subordinó funcionalmente a la voluntad del Padre. De la misma manera, el Espíritu Santo está subordinado ahora, a la vez, al ministerio del Hijo (véase Juan 14 al 16) y a la voluntad del Padre; pero eso no implica que haya inferioridad en su relación mutua”.[18] En el pensamiento occidental, las palabras “Padre” e “Hijo” contienen la idea de origen, dependencia y subordinación. Para la mentalidad oriental o semítica, en cambio, se trata de seres de la misma naturaleza, es decir, iguales. Por eso, cuando las Escrituras se refieren al “Hijo” de Dios, están hablando de la divinidad de Cristo.
Cuando terminó su ministerio aquí, en la tierra, Jesús les dio esta orden a sus discípulos: “Id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mat. 28:19). En este cometido, la Trinidad aparece con toda claridad. Primeramente, notamos que la frase “en nombre” (eis to onoma) está en singular, no en plural (nos nomos). Ser bautizados en el nombre de las tres personas de la Divinidad significa identificarse con todo lo que este nombre representa; significa comprometerse con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.[19] En segundo lugar, la unión de estos tres nombres indica que el Hijo y el Espíritu Santo son iguales al Padre. Sería extraño, por no decir blasfemo, unir en la fórmula bautismal el nombre de Dios con “un ser creado” y con una “fuerza” o una clase de “energía”.
“Cuando el nombre del Espíritu Santo aparece en la misma sentencia y en el mismo nivel de las otras dos personas, es difícil evitar la conclusión de que a él también se lo considera igual al Padre y al Hijo”.[20]
Pablo y otros escritores del Nuevo Testamento generalmente usan la palabra “Dios” para referirse al Padre, “Señor” cuando hablan del Hijo, y “Espíritu” cuando se refieren al Espíritu Santo. En 1 de Corintios 12:4 al 6 el apóstol se refiere a los tres en el mismo texto: “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo”. También, en 2 de Corintios 13:14 menciona a las tres personas de la Trinidad cuando dice: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”.
Aunque no podamos decir que estos textos sean una presentación formal de la doctrina de la Trinidad, éstos y otros, como por ejemplo Efesios 4:4 al 6, son trinitarios en esencia. Y aunque la iglesia haya elaborado posteriormente los detalles de esta doctrina, ciertamente lo hizo sobre la base de estas declaraciones bíblicas.
La divinidad de Cristo
Un elemento sumamente importante de la doctrina de la Trinidad es la divinidad de Cristo. De acuerdo con la enseñanza de que hay un Dios en tres Personas, y que cada una de ellas es plenamente divina, es importante que verifiquemos lo que las Escrituras enseñan acerca de la divinidad de Cristo. Hay pasajes en el Nuevo Testamento que confirman su plena divinidad.
Juan 1:1-3, 14
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. La frase “en el principio” nos lleva al comienzo del tiempo. Si el Verbo estaba “en el principio”, entonces no tuvo principio; ésta es una manera de decir que es eterno.
La expresión “el Verbo era con Dios” nos dice que el Verbo es una persona diferente, separada. El Verbo no estaba “en” (en griego en) Dios, sino “con” (pros) Dios. Ya que el Padre y el Espíritu Santo son Dios, esta palabra muy probablemente se refiera también al otro miembro de la Trinidad.
“Y el Verbo era Dios”. El Verbo no era una emanación de Dios, sino Dios mismo. Aunque el versículo 1 no mencione quién es el Verbo, el versículo 14 lo identifica claramente: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”. Como dice Arthur W. Pink, “es imposible concebir una afirmación más enfática e inequívoca acerca de la absoluta divinidad de nuestro Señor Jesucristo”.[21]
Juan 20:28
“Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!” Ésta es la única vez, en los evangelios, en que alguien le dice a Jesús: “¡Dios mío!” (Ho Theos mou). Es notable que ni Cristo ni Juan desaprobaron la declaración de Tomás; al contario, este episodio constituye un punto culminante en el relato del evangelista, que inmediatamente después comunica a sus lectores: “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (vers. 30, 31). Este evangelio –dice Juan– fue escrito para convencer a otra gente a imitar a Tomás en el reconocimiento de Cristo como “Señor mío y Dios mío”.
Filipenses 2:5-7
Este pasaje se escribió para ilustrar la humildad, pero es uno de los textos que apoyan la divinidad de Cristo. “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma (morphé) de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”. La versión portuguesa dice: “No consideró que era usurpación (harpagmos) ser igual a Dios”. El texto sigue así: “Sino que se despojó (se vació) a sí mismo, tomando forma (morphé) de siervo, hecho semejante a los hombres”.
Morphé, que significa “forma” o “apariencia visible”, es una palabra que describe la naturaleza genuina, la esencia de una cosa. “No se refiere a una forma mutable, sino a una forma específica de la cual depende la identidad y la condición de algo”.[22] Morphé contrasta con sjemati (2:8), que también significa forma, pero en el sentido de apariencia superficial y no de esencia. El sustantivo harpagmos aparece sólo en este texto en el Nuevo Testamento, y el verbo correspondiente significa “robar”, “sacarle algo a alguien a la fuerza”. En el griego secular es “robar”.
El texto deja muy en claro que Jesús no codició ni intentó robar el hecho de ser “igual a Dios”; no intentó aferrarse a la igualdad a Dios que poseía por derecho propio. En otras palabras, no intentó retener a la fuerza su igualdad con Dios. Al contrario, “lo consideró una oportunidad para renunciar a toda ventaja o privilegio derivados de ese hecho; y como una ocasión para empobrecerse y sacrificarse a sí mismo sin reserva alguna”.[23] Ése es el significado de la expresión “se despojó a sí mismo”. Su igualdad con Dios era algo que le correspondía por derecho propio; y alguien igual a Dios debe sin duda ser Dios. Por eso, “este pasaje exige que entendamos que Jesús era divino en el más pleno sentido de la palabra”.[24]
Colosenses 2:9
“Porque en él habita corporalmente (somatikos) toda la plenitud (pleroma) de la Deidad”. La palabra griega pleroma significa “plenitud”, “plenamente”. En el Antiguo Testamento, se aplica a la plenitud de la tierra o del mar (Sal. 24:1; compárese con 50:12; 89:11; 96:11; 98:7) que se cita en 1 de Corintios 10:26. En el griego secular, pleroma podía referirse a la totalidad de la tripulación de una nave o a la cantidad necesaria para completar una transacción financiera. En Colosenses 1:19 y 2:9 Pablo usa esta palabra para describir la suma total de cada función de la Deidad.[25]
Esa plenitud moraba corporalmente en Cristo incluso durante su encarnación. Retuvo todos los atributos esenciales de la Divinidad, aunque no los empleó en beneficio propio. “Se vio claramente que la Divinidad habitaba en la humanidad, porque a través de la envoltura terrestre, vez tras vez se manifestaban los destellos de su gloria”.[26]
Tito 2:13
Pablo describió a los santos como gente que aguardaba “la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”. Notemos que: 1) De acuerdo con una regla gramatical griega, el artículo que se encuentra delante de “Dios” y “Salvador” une esos dos sustantivos, de modo que ambos designan al mismo objeto. Por eso, Jesucristo es nuestro “gran Dios y Salvador”. 2) Todo el Nuevo Testamento aguarda la segunda venida de Cristo. 3) El contexto del versículo 14 se refiere sólo a Cristo. 4) Esa interpretación está en armonía con otros pasajes como Juan 20:28; Rom. 9:5; Heb. 1:8; 2 Ped. 1:1, de modo que este texto es una afirmación más de la divinidad de Cristo.
Mateo 3:3
“Voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor”. De acuerdo con el versículo 1, este texto de Isaías se refiere a Juan el Bautista, que era el precursor del Mesías. En Isaías 40:3, la palabra traducida como “Señor” es Yahweh. De manera que el camino que Juan debía preparar no era para otro sino para el mismo Jehová.
Romanos 10:13
“Porque todo aquél que invocare el nombre del Señor, será salvo”. El contexto (vers. 6-12) deja en claro que, al decir “Señor”, Pablo está pensando en Cristo. El texto pertenece a una cita de Joel 2:32, donde otra vez la palabra “Señor” es la traducción del hebreo Yahweh.
Hebreos 1:8, 9
“Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo [...] Por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo”. En este capítulo, se citan siete textos del Antiguo Testamento para demostrar que Cristo es superior a los ángeles. El quinto texto que se cita en los versículos 8 y 9 es el salmo 45:6 y 7, donde a un rey de la casa de David se le da el nombre de “Dios”. ¿Se tratará de una hipérbole, muy usada en las cortes orientales, o de un texto que se refiere a alguien que está más allá del Antiguo Testamento, pero que es un príncipe de la casa de David?
Para los poetas y los profetas hebreos, un príncipe de la casa de David era un representante del Dios de Israel, que pertenecía a la dinastía a la que él le había efectuado promesas especiales relacionadas con el cumplimiento de sus propósitos eternos en el mundo. Además de esto lo que era sólo parcialmente verdadero con respecto al linaje del gobierno histórico de David o aun en su persona, se debería cumplir plenamente cuando apareciera el hijo de David, en quien se debían cumplir todas las promesas e ideales relacionados con la dinastía. Por fin apareció el Mesías. En sentido pleno, era posible para David o cualquiera de sus sucesores que este Mesías fuera mencionado no sólo como Hijo de Dios (vers. 5), sino como Dios mismo, pues él es el Mesías del linaje de David, la resplandeciente gloria de Dios y la misma imagen de su sustancia.[27]
Todos estos pasajes indican que Cristo y Yahweh son el mismo Ser.
Jesús era consciente de su condición
Cristo nunca afirmó directamente su divinidad, pero observó que era el Hijo de Dios (Mat. 24:36; Luc. 10:22; Juan 11:4). Y, de acuerdo con la idea hebrea acerca de la filiación, todo lo que es el padre también lo es el hijo. Cuando Jesús afirmaba que era Hijo de Dios, los judíos entendieron perfectamente que decía que era igual al Padre: “Por esto los judíos aún más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (Juan 5:18; comparar con 10:33).
Muchas veces Cristo dijo ser suyo lo que pertenece a Dios. “Se refirió a los ángeles de Dios (Luc. 12:8, 9; 15:10) como si fueran suyos (Mat. 13:41). Dijo que el Reino y los elegidos de Dios (Mar. 12:28; 19:14, 24; 21:31, 34; Mat. 13:20) eran de su propiedad”.[28] En Lucas 5:20, Jesús perdonó los pecados del paralítico; y los judíos, al recordar Isaías 43:25, cuestionaron: “¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?” Jesús, al perdonar pecados, se estaba identificando con Dios.
La divinidad de Cristo también aparece en la forma como conjugó el presente del verbo “ser” cuando les respondió a los judíos: “Antes que Abrahán fuese (genesthai), yo soy (ego eimi)” (Juan 8:58). Al usar las palabras genesthai, “que viniera a la existencia”, y ego eimi, “yo soy”, Jesús estaba contrastando su existencia eterna con el comienzo histórico de la existencia de Abrahám. Por lo menos, así lo interpretaron los judíos: ellos entendieron que Jesús estaba afirmando que era Yahweh, el “Yo Soy” de la zarza ardiente (Éxo. 3:14). Por eso, tomaron piedras para lapidarlo (Juan 8:59).
Finalmente, el hecho de que Jesús haya aceptado que se lo adorara pone en evidencia que él mismo reconocía su deidad. Después de que se les apareció a los discípulos andando sobre las aguas, “vinieron y le adoraron” (Mat. 14:34). El ciego que recuperó la vista después de lavarse en el estanque de Siloé, “lo adoró” (Juan 9:38). Después de la resurrección, los discípulos fueron a Galilea, donde se les apareció, y “lo adoraron” (Mat. 28:17).
Elena de White asegura que “en Cristo hay vida original, que no proviene ni deriva de otra [...]. ‘El que tiene al Hijo, tiene la vida’ (1 Juan 5:12). La divinidad de Cristo es la garantía que el creyente tiene de la vida eterna”.[29]
“Al referirse a su preexistencia, Cristo transporta nuestras mentes a través de siglos incontables. Nos asegura que nunca hubo un momento en el que él no haya estado en íntima comunión con el Dios eterno”.[30]
Textos difíciles
Los antitrinitarios usan algunos textos para apoyar la idea de que Jesús fue engendrado en algún momento de la eternidad; es decir, habría tenido un comienzo, y por ello no sería absolutamente igual a Dios, que es eterno.
Apocalipsis 3:14
En este texto, se dice que Jesús, “el testigo fiel y verdadero”, es “el principio de la creación de Dios”. Esta declaración ha inducido a algunos a interpretar que Cristo fue creado en algún momento del pasado; por lo que sería el primer resultado de la creación de Dios.
Pero la palabra griega traducida como “principio” es arje . Esta expresión también se puede traducir como “causa primera o principal”, “soberano”, “regente”. También se le da al Padre el título de “principio”, en Apocalipsis 21:6.
Este mismo título se vuelve a aplicar a Cristo en Apocalipsis 22:13. Aunque la palabra arje puede tener un sentido pasivo (lo que podría hacer de Jesús el primer ser creado), la connotación activa hace de él “la causa principal” o “el Creador”. Que Jesús no es el primer ser creado sino el mismo Creador, es el testimonio de otros pasajes del Nuevo Testamento (Juan 1:3; Col. 1:16; Heb. 1:2).
Proverbios. 8:22-31
“Fui engendrado” (vers. 24). Se alega que ese texto se refiere a Jesús y que asegura que fue engendrado. Pero el pasaje se está refiriendo a la sabiduría, y no a Jesús. La personificación es una figura literaria que también aparece en otros pasajes de las Escrituras. En el salmo 85:10 al 13 tenemos a “la misericordia y la verdad” encontrándose, y besándose “la justicia y la paz”. En el Salmo 96:12, “los campos” se regocijan, y “todos los árboles del bosque” están contentos. (Véase también 1 Crón. 16:33; Isa. 52:9; Apoc. 20:13, 14). Estas alegorías, obviamente, no se deben interpretar literalmente. “La personificación es una figura literaria y poética que sirve para crear cierta atmósfera o para dar vida a ideas abstractas y objetos inanimados; lo que se logra presentándolos como si fueran seres humanos”.[31]
La personificación del divino atributo de la sabiduría comienza en el capítulo 1 de los Proverbios. “La sabiduría clama en las calles, alza su voz en las plazas” (vers. 20). En el capítulo 3, se nos dice que tiene más valor “que las piedras preciosas” y que “todas sus veredas (son) paz” (vers. 15, 17). En el capítulo 7 se la llama “hermana” (vers. 4), y en el capítulo 8 habita con la cordura (vers. 12). La sabiduría también está personificada en Proverbios 9:1 al 5. Aplicar estos pasajes a Cristo equivaldría a adoptar un sistema alegórico de interpretación bíblica, que nos llevaría a entrar en conflicto con otros pasajes de las Escrituras. Precisamente por eso los reformadores rechazaron este sistema de interpretación. Es importante notar también que ninguno de estos versículos aparece citado en el Nuevo Testamento.
En Proverbios 8:22 al 31 encontramos una serie de imágenes poéticas que se deben interpretar correctamente. La primera frase, en el versículo 22, se puede traducir como “Jehová me poseía”, o “me creó” o “me engendró”. El significado básico del verbo ganah es “comprar”, “adquirir” o “poseer”; pero las otras dos traducciones también son viables. Además de ganah, encontramos en este texto otras dos palabras relacionadas con la sabiduría: nasak: “tuve el principado” (vers. 23), y chil: “engendrada” (vers. 24, 25). El subyacento pensamiento básico en estas palabras es siempre el mismo: la sabiduría estaba con Dios antes del comienzo de la Creación. Si Dios la creó, si fue engendrada o simplemente poseída no es lo importante; lo central no es cómo se originó, sino su antigüedad o precedencia en el proceso de la creación de Dios. Si aceptamos que el lenguaje de estos pasajes es de carácter metafórico y poético, convendremos en que no se los debe usar para establecer una doctrina relativa al supuesto “origen” temporal de Cristo.
Elena de White algunas veces aplicó homiléticamente Proverbios 8 a Cristo, pero empleó los textos para apoyar la idea de la existencia eterna del Maestro. Antes de emplear Proverbios 8, sostuvo que “Cristo era Dios, esencialmente y en el más alto sentido. Estaba con Dios desde toda la eternidad. Dios sobre todo, bendito para siempre”.[32]
Colosenses 1:15
Cristo es “el primogénito de toda creación”. Ante esta frase que denomina a Jesús primogénito (prototokos), algunos argumentan que debe de haber tenido un comienzo histórico en algún momento de la eternidad. Pero la palabra “primogénito”, en este texto, es un título y no una definición biológica. Según el versículo 16, todo fue creado por Jesús. Por lo tanto, él no se pudo crear a sí mismo.
La palabra “primogénito” conllevaba un significado especial para los hebreos antiguos. En general, el primogénito era la autoridad de un grupo de personas o el jefe de una tribu; era el sacerdote de la familia y el único que recibía una herencia equivalente al doble de lo que recibían sus hermanos. Tenía ciertos privilegios y responsabilidades. Pero, algunas veces, el hecho de que alguien fuera biológicamente el primogénito no era lo importante a los ojos de Dios. Por ejemplo, aunque David era el menor de los hijos de Isaí, Dios lo llamó “primogénito” (Sal. 89:20, 27). La segunda línea del paralelismo del versículo 27 nos explica que eso significaba que David debía llegar a ser el más exaltado de los reyes. Consideremos también la experiencia de Jacob (Gén. 25:25, 26; Éxo. 4:11) y Efraín (Gén. 41:50-52; Jer. 31:9). En estos casos, “primogénito”, entendido como el primer nacido, no se lo consideró así. Lo importante en estos casos es la distinción y la dignidad de aquél a quien se llama primogénito. En cuanto a Jesús, ese término también se refiere a su posición exaltada y no al momento cuando supuestamente habría sido creado.
En Colosenses 1:18 se llama a Cristo “el primogénito de entre los muertos”, aunque no lo haya sido cronológicamente. Sabemos que Moisés y otros más lo precedieron. El sentido del término, en este caso, es de preeminencia.
Juan 1:1-3
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. Hay quienes entienden que aquí existe una distinción entre Dios el Padre, que es Dios, y Jesús, que es sólo un dios. La palabra griega que corresponde a Dios es Theos, que cuando va precedida por el artículo ho (el), es decir “el Dios”, es Dios; pero cuando se escribe sin artículo es sólo “dios” o “Dios”. En Juan 1:1 al 3 al Padre se lo llama ho Theos, mientras que al Hijo se lo llama theos. ¿Justifica ésto el argumento de que el Padre es el Dios todopoderoso, mientras, el Hijo es algo así como un dios menor o de naturaleza inferior?
La palabra theos, sin artículo, también se usa frecuentemente con referencia al Padre, inclusive en este mismo capítulo (Juan 1:6, 13, 18; Luc. 2:14; Hech. 5:39; 1 Tes. 2:5; 1 Juan 4:12; 2 Juan 9).
A Jesús también se lo nomina como Dios (Heb. 1:8, 9; Juan 20:28). En otras palabras, el uso del término Dios, con o sin el artículo, no se puede emplear para establecer diferencias entre el Padre y el Hijo. Dios el Padre es theos y ho theos; lo mismo ocurre con el Hijo. Muchas veces, la ausencia del artículo, en griego, denota una cualidad especial. En ese caso, el sustantivo no se puede traducir con el artículo indefinido “un”.
Si Juan hubiera usado el artículo definido cada vez que escribía la palabra theos, estaría indicando que existe una sola persona divina. Pero Juan 1:1 declara: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era theos”. Si hubiera usado sólo ho theos, el versículo aparecería así: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con ho theos, y el Verbo era ho theos”. Según Juan 1:14 el Verbo es Jesús. Por lo tanto, si sustituimos “Verbo” por “Jesús”, tendríamos el siguiente texto: “En el principio era Jesús, y Jesús era con ho theos, y Jesús era ho theos”. Ho theos se refiere claramente al Padre. El texto modificado sería: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con el Padre, y el Verbo era el Padre”. Esto, desde el punto de vista teológico conceptual, es un error. Al referirse a las dos personas de la Deidad, a Juan no le quedó otro recurso que usar ho theos una vez, y a la siguiente theos. La ausencia del artículo, en el segundo caso, no se puede esgrimir como argumento en contra de la idea de la igualdad del Padre y del Hijo.
Juan 1:14, 18; 3:16, 18; 4:9
En estos versículos se afirma que Jesús es el Hijo unigénito (monogenes) del Padre. Algunos sugieren que la palabra griega indica que Jesús fue literalmente engendrado.
La palabra monogenes significa el “único de una especie”. Aparece nueve veces en el Nuevo Testamento; tres en Lucas (7:12; 6:42; 8:38), y en esos textos siempre se refiere a un hijo único. En los escritos de Juan aparece cinco veces (1:14, 18; 3:16,18; 1 Juan 4:9), para referirse a la relación de Cristo con el Padre. En Hebreos 11:17 se refiere a Isaac como el hijo unigénito de Abrahám; pero sabemos que Isaac no era el único hijo del patriarca. Era único por ser el hijo de la promesa. El énfasis no está puesto aquí sobre la cronología del nacimiento, sino sobre el carácter único, especial, de este hijo prometido por Dios.
La palabra que generalmente se traduce como “engendrado” es gennao. Aparece en Hebreos 1:5 y se puede referir tanto a la encarnación como a la resurrección de Cristo. En la Septuaginta la palabra monogenes proviene del término hebreo yajid, cuyo significado es “único” o “amado” (véase Mar. 1:11, en relación con el bautismo de Jesús).
No es claro si monogenes se refiere sólo al Señor resucitado, histórico, o también al Señor preexistente. Es interesante notar que ni Juan 1:1 al 14, ni 8:58 ni el capítulo 17 usan la palabra “Hijo” para referirse al Señor preexistente.
Mateo 14:33
“¡Eres Hijo de Dios!” Éste es un título mesiánico (Sal. 2:7; Hech. 13:33; Heb. 1:5) que pone énfasis en la divinidad de Jesús. Aunque sea uno de sus muchos títulos, él lo usó escasamente para referirse a sí mismo (Juan 11:4). Cuando intentamos dimensionar la identidad de Cristo, necesitamos investigar todos estos títulos para disponer de un cuadro coherente. Que el título Hijo de Dios destaca la divinidad de Jesucristo, es evidente en Juan 10:29-36. Esto se apoya posteriormente en el hecho de que el Hijo es la exacta imagen de Dios y es igual al Padre (Col. 1:15; Heb. 1:3; Fil. 2:6)
La palabra “Hijo” denota un amplio significado en el idioma original; por eso no se la puede reducir a los límites de los idiomas modernos, confiriéndole un significado literal. La filiación de Jesús está atestiguada por su nacimiento (Luc. 1:35), su bautismo (Luc. 3:22), su transfiguración (Luc. 9:35) y su resurrección (Hech. 13:32, 33). La Biblia no aclara respecto de si estos títulos se refieren a la relación eterna que existe entre el Padre y el Hijo; en todo caso, las Escrituras le atribuyen indubitablemente existencia eterna a Jesús (Isa. 9:6; Apoc. 1:17, 18).
Durante su encarnación, Jesús se subordinó voluntariamente al Padre al llegar a ser el Hijo de Dios. Esto incluyó la renuncia de ciertas prorrogativas, pero no de su naturaleza divina. El Señor resucitado, al ser entronizado como Rey y Sacerdote, también aceptó voluntariamente la preeminencia del Padre, pero él y el Padre, según las Escrituras son dos personas de la Divinidad iguales y coeternas.
El Espíritu Santo
Que el Espíritu Santo es una Persona divina, idéntica en esencia, poder y gloria con el Padre y el Hijo, es lo que podemos deducir de las Escrituras.
Un Ser personal
Hay quienes creen que el Espíritu Santo es un “poder” o una “energía” proveniente de Dios. Pero hay muchos versículos que lo mencionan junto con el Padre y al Hijo (Mat. 28:19; 1 Cor. 12:4-6; 2 Cor. 13:14). Si acordamos que el Padre y el Hijo son personas concluimos que el Espíritu Santo también lo debe ser. Con frecuencia, para referirse al Espíritu Santo se usa el pronombre masculino “él” (Juan 14:26; 15:26; 16:13, 14), aunque la palabra griega que corresponde a Espíritu (pneuma) es neutra y no masculina. La palabra “Consolador” (parakletos) se refiere a una persona, no a una “fuerza”.
El Espíritu Santo habla (Hech. 8:29), enseña (Juan 14:26), da testimonio (Juan 15:26), distribuye dones (1 Cor. 12:11), prohíbe y permite ciertas cosas (Hech. 16:6, 7). De acuerdo con Efesios 4:30, al Espíritu Santo se lo puede contristar. Esas actividades y actitudes son características y atribuciones de una persona, no de una fuerza.
El Espíritu Santo es Dios
Las Escrituras presentan al Espíritu como Dios. Desde la eternidad, el Espíritu participa de la Deidad como su tercer componente. En Mateo 28:19 se ordena a los discípulos que bauticen “en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Este versículo coloca al Espíritu en pie de igualdad con el Padre y con el Hijo. Cuando reprendió a Ananías, Pedro le recriminó que le había mentido al Espíritu Santo, “No [...] a los hombres, sino a Dios” (Hech. 5:3, 4).
“El Espíritu Santo es omnipotente. Distribuye los dones espirituales ‘repartiendo a cada uno en particular como él quiere’ (1 Cor. 12:11). Es omnipresente; habitará con su pueblo para siempre (Juan 14:16). Nadie se puede sustraer a su influencia (Sal. 139:7-10). También es omnisapiente, porque ‘el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios... Nadie conoce las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Cor. 2:10, 11)”.[33]
Elena de White creía en la personalidad del Espíritu Santo: “Necesitamos reconocer que el Espíritu Santo, que es tan persona como el mismo Dios, está andando por estos terrenos”.[34]
Vemos, entonces, que la Deidad se manifiesta mediante una pluralidad; que Jesús es Dios y que coexiste desde la eternidad con el Padre; y que el Espíritu es la tercera persona de la Deidad. Hay muchos otros detalles con respecto a este tema que recién comprenderemos plenamente en el cielo.
Los textos difíciles de la Biblia se entienden mejor cuando se los coteja con el resto de las Escrituras. Aunque el hombre finito nunca pueda entender plenamente el misterio de la Trinidad, es una doctrina bíblica que también es sustentado por los escritos de Elena de White y es una de las 27 creencias fundamentales de la iglesia.
Autor: Dr. Gerhard Pfandl
Referencias
Fred Allaback, No Leaders ... No New Gods [No hay dirigentes ...no hay nuevos dioses] (Creal Spring, Illinois, 1966), p. 11. ↩︎
Ibíd., p. 15. ↩︎
Ibíd., p. 30. ↩︎
Bill Springfellow, The Red Flag is Waving [La bandera roja está flameando] (Spenser, TN: Concerned Publications, sin fecha). ↩︎
Rachel Cory-Kuehl, The Persons of God [Las Personas de Dios], (Aggella Publicactions, 1966). ↩︎
Allen Stump, The Foundation of Our Faith [El fundamento de nuestra fe] (Smyma Gospel Ministry, sin fecha). ↩︎
Bill Springfellow, Ibíd., p. 15. ↩︎
W. Gruden, Systematic Theology [Teología sistemática] (1994), p. 226. ↩︎
Elena de White, El evangelismo, p. 447. ↩︎
Elena de White, Testimonies, t. 8, p. 295. ↩︎
Louis Berkhof, Systematic Theology [Teología sistemática] (Eerdmans, 1941), p. 88. ↩︎
Ibíd., p. 89. ↩︎
Elena de White escribió: “Hay muchos misterios que no trato ni de entender ni de explicar; son demasiado elevados tanto para mí como para ustedes. En algunos de esos puntos, el silencio es de oro”. (Manuscrito 14, p. 179). ↩︎
G.A.F. Knight, A Biblical Approach to the Doctrine of the Trinity ([Un enfoque bíblico de la doctrina de la Trinidad], Edinburgo, 1953), p. 20. ↩︎
Ibíd. ↩︎
Millard J. Erickson, Christian Theology [Teología cristiana], (Baker, 1983), t. 1, p. 329. ↩︎
G. Ch. Alders, Genesis (Zondervan, 1981), p. 300. ↩︎
Millard, J. Erickson, Ibíd., p. 338. ↩︎
Algunos comentadores creen que detrás de esta fórmula estaría el lenguaje que se empleaba para la transferencia de dinero en la era helénica. En ese caso, la fórmula estaría expresando, en sentido figurado, que la persona bautizada era “transferida” a la cuenta del Señor, y así se convertía en su posesión. Otros entienden que “nombre” implica autoridad. En ese caso, la persona se bautiza bajo la autoridad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ↩︎
W. Gruden, Ibíd., p. 320. ↩︎
Arthur W. Pink, Exposition of the Gospel of John [Exposición del evangelio de Juan], (Zondervan, 1945), p. 22. ↩︎
W. Poehlmann, Exegetical Dictionay of the New Testament [Diccionario exegético del Nuevo Testamento] (Eerdmans, 1981), t. 1, p. 443. ↩︎
F.F. Bruce, Philippians [Filipenses] (Hendrickson, 1989), p. 69. ↩︎
Leon Morris, The Lord from Heaven: A Study of the New Testament Teaching on the Deity and Humanity of Jesus [El Señor del Cielo: Un estudio del Nuevo Testamento acerca de la divinidad y la humanidad de Jesús] (Eerdmans, 1956), p. 74. ↩︎
Algunos comentadores entienden la palabra pleroma de acuerdo con el pensamiento gnóstico, según el cual significaba una nueva emanación que se habría encarnado en el Redentor. ↩︎
John Eadie, Colossians, Classic Commentary Galery [Colosenses, Galería de comentarios clásicos], Zondervan, 1957), p. 145. ↩︎
F.F.Bruce, Hebrews [Hebreos] (Eerdmans, 1964), pp. 19, 20. ↩︎
Millard J. Erickson, Ibíd., p. 326. ↩︎
Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 489. ↩︎
Elena de White, Evangelismo, p. 615 (ed. portuguesa). ↩︎
Kenneth T. Aitken, Proverbs [Proverbios] (Westminster Press, 1986), p. 85. ↩︎
Selected Messages, 1:247. ↩︎
Seventh-day Adventist Believe [Lo que creen los adventistas del séptimo día] (1988), p. 60. ↩︎
Elena de White, Evangelismo, p. 615. ↩︎