La Torá y las Sectas

El judaísmo del período (Intertestamentario) con el que estamos tratando era un sistema sumamente complejo, conteniendo dentro de sí muchos partidos diferentes y grupos cuyos nombres y creencias distintivas no han sido siempre recordadas en la historia. Josefo expresa que “los judíos tuvieron durante mucho tiempo tres sectas de tipo filosófico” (una expresión que fácilmente puede confundir) -los fariseos, los saduceos y los esenios a los cuales se añadió el partido fundado por Judas y Zadduk y que se denominó posteriormente “zelotes” (compárese Ant. 1.1–6, sec. 9–23). Tales partidos fueron sin duda muy influyentes en el judaísmo durante este período, pero a fin de no desproporcionarlos, debemos recordar que constituían una minoría en Palestina. Se calcula que fariseos, saduceos y esenios sumarían juntos no más de 30 o 35.000 sobre un total de 500–600.000 personas en tiempos de Jesús. Los fariseos formaban aproximadamente un cinco por ciento de la población total, y los saduceos y esenios juntos un dos por ciento.[1]

Algunos de los muchos grupos que abarcaba el judaísmo serían más afines a estas tres sectas principales que a otras, pero se simplificaría mucho el caso al asumir que, cuando estas sectas se definieron, a las demás se les llamó “Am ha-aretz” o “campesinos”. Esta situación ha sido iluminada de forma muy interesante por los descubrimientos literarios de los Sectarios del Qumran cerca de las costas del mar Muerto. Se ha intentado identificar a esta comunidad como una de las principales sectas y, puesto que esto es muy posible, la Secta del Qumran pudo perfectamente representar un grupo influyente dentro de la nación, en muchos aspectos diferente a como lo hicieron aquellos partidos cuyos nombres nos son familiares. Citando las palabras de R. H. Pfeiffer: “El Judaísmo de este período era tan vivo, tan progresista, estaba tan agitado por controversias, que bajo su espacioso techo podían tener cabida las opiniones más diversas.”[2]

Pero todos estos grupos o sectas parecía que tenían una cosa en común: la fidelidad a la Tora. Es completamente erróneo, y está fuera de lugar, referirse a los fariseos específicamente como “el partido de la Tora”, o atribuirles forzosamente algunos escritos de poco valor real de este período que exaltan “la Ley de Dios”. La Tora era la base misma del judaísmo y el fundamento de su nacionalismo. Esto no quiere decir, sin embargo, que todos los partidos estuvieran de acuerdo sobre el significado de la Tora o sobre su interpretación. Respecto a esto había opiniones muy divergentes de tal suerte que, mientras la lealtad a la Tora les unía, su concepto de ésta era una constante causa de división entre ellos.

A. Los fariseos

Según Josefo (Ant. 13.5.9, sec. 171–3) los fariseos existían ya en tiempos de Jonatán (160–143 a. de J.C.), pero en otra parte (Ant. 13.10.5–7, sec. 288–99) mantiene que históricamente aparecieron por primera vez en el conflicto con Juan Hircano (134–142 a. de J.C.). Por espacio de tres siglos aproximadamente ejercieron una gran influencia e hicieron más que cualquier otro partido para la estructuración del judaísmo posterior. Su linaje espiritual se remonta probablemente hasta los asideos (hasidim), cuya ayuda a los Macabeos dio sanción religiosa a la lucha de éstos por la libertad. No constituían un partido político, sino esencialmente religioso, que atrajo a su causa a un elevado porcentaje de la clase media, y que llegó progresivamente a gozar de una fuerte posición social y religiosa en la comunidad.

Entre los diversos significados que se le han dado al nombre fariseo están “comentarista” (de la escritura en provecho de la ley oral); “separado” (de las cosas inmundas o en el sentido de “expulsado”, a saber, del Sanedrín). El doctor T. W. Manson sostiene que la palabra significa “Persa” y que les fue aplicada por sus oponentes, quienes de esta forma los tildaban de innovadores en teología. Más tarde se dio al nombre una “edificante etimología”, conectándole con el significado de la raíz hebrea “separar”, y en este sentido se entendió como “cismático”. Es totalmente cierto que, aunque los fariseos eran celosos defensores de la “tradición”, para ellos ésta no era una cosa muerta, e indudablemente algunas de sus doctrinas (v.gr., el Reino Mesiánico, la otra vida, la creencia en una multitud de demonios y ángeles, etcétera) recibieron influencia del pensamiento persa.

Durante todo este período, no obstante, fueron como baluartes contra las incursiones del helenismo, mostrándose como valerosos defensores de la religión de la Tora. Pero en la interpretación de la misma era donde se diferenciaban enormemente de sus oponentes, los saduceos. Los fariseos sostenían que la ley oral debía ser considerada como poseedora de la misma autoridad que la Tora escrita (véase Ant. 13.10.6, sec. 297), mientras que los saduceos defendían la sagrada autoridad de la Tora escrita como algo completamente superior y aparte de las nuevas tradiciones y observancias.

Enseñando e interpretando la Tora, tanto escrita como oral, y aplicándola a la vida diaria, “democratizaron la religión”, haciéndola personal y operativa en la experiencia de la gente común. Su principal instrumento para la propaganda de la Tora fue la sinagoga, la cual llegó a ser una institución sumamente poderosa tanto en Jerusalén como en la dispersión. La lectura de la Tora acompañada de una interpretación traducida a la lengua vernácula fue el distintivo del servicio de la sinagoga. En esto los escribas, muchos de los cuales pertenecían al partido fariseo, tendrían un importante papel que representar. Los evangelios dan alguna indicación de la posición que las sinagogas habían alcanzado como plazas fuertes de la religión de la Tora ya antes del tiempo de Cristo.

Pero está claro en los registros del fariseísmo que éste era esencialmente de carácter legalista, y el legalismo fácilmente puede conducir al formalismo, y el formalismo al externalismo y la fantasía, defectos que el fariseísmo reveló en el curso del tiempo al menos en algunas de sus fases. Pero a pesar de ello, los fariseos crearon un espíritu de verdadera piedad y devoción, que afectó profundamente la vida del pueblo y desarrolló un individualismo religioso que dio una nueva significación a la Tora de Dios.

B. Los saduceos

Si los fariseos pertenecían a la clase media, los saduceos representaban la aristocracia rica y particularmente al poderoso sacerdocio de Jerusalén. Probablemente la mayor parte de los saduceos fueran sacerdotes, pero no se les identifica con todo el cuerpo sacerdotal. Figuraban entre ellos ricos mercaderes, gobernantes y otros. En su origen, sin embargo, no fueron un partido religioso, aunque eso era lo que tendían a ser; más bien eran un conjunto de personas participantes de una posición social común y holgadamente comprometidos entre sí por una determinación de mantener el régimen existente. Ciertamente, el doctor T. W. Manson sostiene que el nombre se deriva de la palabra griega syndikoi que en la historia ateniense significa aquellos que defendían las leyes contra las innovaciones[3]. Por otra parte, adoptaron en materia religiosa una posición conservadora distintiva. El sumo sacerdote y su círculo fueron miembros del partido saduceo hasta el año 70 d. de J.C., aproximadamente, aunque algunos años antes los fariseos y luego los zelotes habían conseguido el control del templo. Su influencia se determinó por su posición en el estado, y cuando éste se perdió aquélla cesó.

Como los fariseos, creían en la supremacía de la Tora, pero a diferencia de ellos rehusaron reconocerle la misma autoridad a la ley oral. Tenían, es cierto, tradiciones y usos propios tanto rituales como legales, pero como todo esto no tuviera su origen en Moisés no los reconocían al nivel de la Tora. Por otra parte creían que era en el templo principalmente donde las palabras de la Tora podían ser obedecidas, y que las órdenes emitidas por los sacerdotes en función de su propia autoridad eran guía suficiente para que el pueblo pudiera cumplirlas. Efectivamente, siempre que se compararan la autoridad de la Tora escrita con la de la tradición oral, los saduceos consideraban a ésta poco más que una reliquia del pasado.

Si para los fariseos la Tora era el centro de su fe, la fe de los saduceos era como una circunferencia dentro de la cual se podían albergar creencias y prácticas ajenas al judaísmo. He aquí su habilidad para introducir en su sistema muchas influencias helenistas odiosas para los judíos.

C. Los esenios

El nombre esenio probablemente se deriva de una palabra aramea que significa “santo” o “piadoso” y corresponde a la hebrea hasid. Se conoce relativamente poco acerca de los esenios, pero hay evidencias de una comunidad muy unida de tipo ascético, que se relacionan con el nombre de quienes formaban una hermandad esotérica de unos cuatro mil miembros fuertes y activos cerca de la costa occidental del mar Muerto. Estos datos los dio Plinio, el cual informa que los esenios vivían la mayoría en aldeas, aunque otros lo hacían en ciudades. A estos últimos sus hermanos les reconocían como miembros asociados de la comunidad que vivía en el desierto bajo una estricta disciplina. El nombre esenio probablemente abarca varios grupos cuyas creencias y prácticas, aunque tal vez no idénticas, eran similares.

Esta secta dedicaba mucho tiempo al estudio e interpretación de la Tora, así como de otros libros sagrados, con sumo interés y cuidado. Josefo nos dice que adoptaron el método de estudio y discusión en grupo, y que algunos de ellos podrían predecir el futuro basándose en las lecturas de las Sagradas Escrituras. Filón también menciona su método de estudio (en grupo) e indica que un miembro leía un pasaje en voz alta y otro hermano más experto explicaba el significado. Es obvio que la Tora escrita y su estudio formó la base de su vida comunal, y fue la inspiración del movimiento. El punto de vista religioso de los esenios tenía mucho en común con el de los fariseos, pero en algunos aspectos parece que eran más estrictos que ellos interpretando la Tora.

D. Los zelotes

Josefo sitúa el origen de los zelotes en el año 6 d. de J.C., pero de hecho sus raíces llegan mucho más lejos dentro del período prerromano, pues pueden ser justificadamente considerados como los verdaderos hijos espirituales de los Macabeos. El doctor R. H. Pfeiffer sostiene sucintamente esta posición cuando dice: “Así como los Fariseos son los herederos de los asideos, y los Zelotes lo son de los Macabeos.”[4]

Josefo describe a los zelotes como bandidos, ladrones y similares, pero igualmente se les podía describir como patriotas, según el punto de vista del escritor que fuera; ¡y Josefo no era precisamente muy imparcial! Es erróneo, sin embargo, considerarles simplemente como un grupo político radical del estado que creaba problemas a los romanos. Sin duda atrajeron hacia sí a mucha de la gentuza de su tiempo, pero formaban un conjunto de patriotas judíos movido por profundas convicciones religiosas. Es interesante notar que Josefo describe a los sucesivos líderes del movimiento zelote con la palabra “sofista” la cual puede bien indicar que dentro del partido había un programa de enseñanza planeado, yendo más allá del mero interés político que Josefo implica.

Evidentemente conocemos que la oposición de los zelotes hacia Roma estaba profundamente enraizada en su celo por la Tora. Era este celo y no simplemente “amor a la patria” lo que engendró el patriotismo y fanatismo, que llegó a ser temido tanto por amigos como por enemigos. Josefo posteriormente nos dice (Ant. 18.1.6, sec. 23) que tenían un “inviolable apego a la libertad”; rehusaban llamar “Señor” a cualquier hombre o pagar tributo a cualquier rey, pues Dios era su único caudillo y Señor; despreciaban el tormento y no daban la menor importancia a la muerte; ni el sufrimiento, incluso la tortura, de parientes y amigos, les hacía cambiar de propósito. Detrás de todo esto hay una apasionada devoción a la Tora por la cual no sólo querían luchar sino, llegado el momento, incluso dar la vida.

E. Los sectarios del Qumran

Ya se ha hecho mención de los asideos, quienes en tiempo de Juan Hircano (134–104 a. de J.C.), aparecieron como el partido de los fariseos. No todos los asideos, sin embargo, se identificaron con este partido. De ahí parece razonable creer que, tal vez casi a finales del siglo II a. de J.C., un conjunto de personas seguidoras de la verdadera tradición de los asideos prefirió retirarse al desierto de Judea bajo la dirección de uno a quien llamaban “el Maestro de Justicia”, el cual formó a sus seguidores en una comunidad religiosa bien organizada, les enseñó una nueva interpretación de las Escrituras y les ligó mediante un “nuevo pacto”, que les comprometía a obedecer la Ley de Dios hasta que la Era Mesiánica alboreara. El descubrimiento en 1947 de lo que llamaríamos los baluartes de estos sectarios del Qumran cerca de las costas del mar Muerto, así como de un vasto número de los escritos de sus bibliotecas, nos han ayudado mucho a comprender la situación de Palestina durante el período intertestamentario.

Tras el hallazgo de los “Pergaminos del mar Muerto” la opinión se ha dividido en cuanto a la identidad de la comunidad del Qumran. Algunos eruditos arguyen una fecha anterior a los Macabeos, y otros los identifican con los zelotes en el siglo I d. de J.C. Los que podríamos llamar argumentos más fuertes, los sitúan posteriormente al asociarlos, sin identificarlos, con una rama de los esenios sobre el tiempo de Alejandro Janeo (102 a. de J.C.), o un poco antes. De este mismo período tenemos evidencias de una gran comunidad de esenios y de otra igualmente grande de sectarios, ambas viviendo en o alrededor del valle del Qumran, y los indicios son que formaban probablemente una misma comunidad. Esto se confirma comparando las costumbres, los ritos y las creencias de ambas sectas, los cuales eran prácticamente iguales.

De especial interés es el hecho de que ambas sectas dedicaban mucho tiempo al estudio e interpretación de la Tora y de otros libros sagrados. Esta labor solían hacerla en grupos de diez o más. La forma normal en que desarrollaban este trabajo era que un miembro del grupo se comprometía siempre para el estudio o la exposición. Era un proceso continuo; dividían la noche en tres vigilias, y durante cada una de ellas un tercio de los miembros debían mantenerse despiertos para escuchar y responder con las bendiciones apropiadas. Lo mismo que los esenios, estos sectarios tendrían mucho en común con los fariseos, pero presumían de ser más estrictos que ellos en la interpretación de la Tora, como, por ejemplo, en la observancia del sábado. Creyeron su fidelidad como la representativa del remanente de Israel, remanente que efectuaría una expiación vicaria por su nación como introducción a la nueva era de la cual hablaron los profetas. Esta fidelidad encontró expresión en su meticuloso estudio y práctica de la Ley, y para este propósito se internaron al principio en el desierto de Judea.

El líder de la comunidad, el Maestro de Justicia, enseñó a sus seguidores una nueva interpretación de las Escrituras, la cual les mostraba claramente la parte que ellos habían de desempeñar en el cumplimiento del propósito de Dios para su época. De especial significación eran los escritos de los profetas que, como se creía, no escribieron pensando simplemente en su tiempo, sino también para el del fin. En la profecía de Habacuc los sectarios veían una predicción de los tiempos en los cuales ellos estaban viviendo. El fin estaba cerca. El “misterio” (hebreo: raz; cf. Daniel 2:18, etcétera), que fue transmitido por Dios a Habacuc, pero cuyo significado se le ocultó, sería “interpretado” (hebreo: pesher) por el Maestro de Justicia, quien demostraría que la antigua profecía se había escrito con referencia no al pasado, sino a las gentes y acontecimientos de su tiempo. El doctor F. F. Bruce ha demostrado[5] que este mismo método de interpretación es en muchos aspectos similar al adoptado por los cristianos primitivos, y que cierto número de pasajes del Nuevo Testamento se pueden traducir fácilmente al vocabulario pesher, en el cual la interpretación de la profecía se da en términos de la época del propio escritor o del fin de los tiempos.[6]

Entre los escritos encontrados en Qumran uno se llama “La Guerra de los Hijos de la Luz contra los Hijos de las Tinieblas”, y es donde se describen los planes para la guerra santa que introduciría el tiempo del fin. Parece cierto que, en la época de la guerra contra Roma (66 d. de J.C.), en el espíritu de este libro, los sectarios mostraban ya simpatía por los zelotes, y como consecuencia de esto su centro en Qumran fue destruido, como muestran las pruebas arqueológicas, en el año 68 d. de J.C. Y así, si como parece posible, tienden a ser identificados con una rama de los esenios, esto explicaría la referencia de Josefo de que en este tiempo muchos esenios eran torturados cruelmente.

Las sectas judías diferían entre sí en muchos aspectos; pero, saduceos aparte, estaban unidas por una cosa como la más importante de todas en su lucha contra un enemigo común; no por solidaridad al partido o a la patria; sino por devoción a la sagrada Tora y al santo pacto con el Señor su Dios.

Autores: Russell, D. S. & Marín, J. J.

Referencias


  1. Véase T. W. Manson, op. cit., p. 11. ↩︎

  2. Op. cit., p. 53. ↩︎

  3. op. cit,. pp. 15 y sigtes. ↩︎

  4. Op. cit., p. 36. ↩︎

  5. New Testament Studies, vol. 2, No. 3, pp. 176 y sigtes., artículo “Qumran and Early Christianity”. ↩︎

  6. El ilustra esto enlazando Hab. 1:15 con Hch. 13:16 y sigtes., como interpretación; Hab. 2:3 y sigtes., con Heb. 10:37 y sigtes., Rom. 1:17 y Gál. 3:11; Amós 5:25 y sigtes., con Hch. 7:42 y sigtes.; Sal. 95:10 con Heb. 3:9 y sigtes. ↩︎