El Ministerio de la Mujer
El papel de la mujer en el liderazgo provoca un agrio debate en muchas iglesias. ¿Cómo deben las iglesias hallar el camino correcto en tales debates?
Estamos persuadidos de que Jesucristo libera a la mujer. Para asombro y enfado de sus contemporáneos judíos, Jesús se relacionó con las mujeres de tal manera que las liberó e invistió de poder. En una cultura dominada por el hombre, la gente se asombraba de que Jesús se hubiera aparecido primero a las mujeres después de su resurrección.
¿Dónde estaban los discípulos varones cuando las mujeres fueron a la tumba a ungir con especies el cuerpo de Jesús muy temprano el primer día de la semana? Las mujeres sabían que necesitarían la fuerza masculina para mover la roca que cubría la entrada de la tumba abierta en la roca. Pero ni un discípulo varón las acompañó.
Probablemente los hombres estaban escondidos, temiendo por sus vida. No es pues de extrañar que Jesús resucitado se presentara primero ante las mujeres.
“Ya no hay varón ni mujer ... porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28) resume Pablo en su carta a los Gálatas (3:28).
Sin embargo, en el Nuevo Testamento, costumbres y sensibilidades locales ayudaron a definir el rol de la mujer en la iglesia. En algunas circunstancias se ordenó que las mujeres guardaran silencio y que jamás hablaran en público en las asambleas de adoración (1 Corintios 14:35). En otras circunstancias, las mujeres sirvieron como profetisas. Febe era una diaconisa de la iglesia en Cencrea (Romanos 16:1–2). Priscila y su esposo Aquila fueron ambos reconocidos como maestros eficaces de la Palabra (Hechos 18:24–26). Aparentemente, la iglesia primitiva como un todo era flexible concerniente al papel de la mujer en la iglesia.
En tiempos modernos, al igual que en los tiempos bíblicos, las mujeres sirven fielmente en todas las fronteras en el trabajo misionero en evangelismo, plantando iglesias y servicio. Sirven en las situaciones más difíciles, con frecuencia corriendo riesgos y depravación por amor a Cristo. En sus ministerios fieles, demuestran que en Cristo no hay varón ni mujer.
La iglesia verdadera echa raíces en cada cultura particular. Por lo tanto, la diversidad cultural crea variedad de iglesias, incluyendo perspectivas diferentes respecto al papel apropiado de la mujer y del hombre. Por esta razón, todas las iglesias deben ejercer sabiduría para ser flexibles al definir los roles específicos de las mujeres. Una iglesia fructífera se relacionará constructivamente a su propia cultura.
No obstante, en toda circunstancia, la iglesia fiel debe ser testigo de que en Cristo no hay varón ni mujer. El Espíritu Santo derrama su poder tanto sobre hombres como sobre mujeres para que desarrollen un ministerio fructífero, sin importar sus roles de género específicos. La iglesia siempre debe buscar formas para reconocer y bendecir el fiel ministerio de la mujer.
Autor: David Shenk