El libro de los Salmos
Introducción
El libro de los Salmos en la Biblia es de suprema importancia para judíos y cristianos, no solo porque constituye el libro de oraciones inspiradas para adorar al Creador, sino también debido a que sus mensajes de esperanza y consuelo son especialmente necesarios para el pueblo de Dios de hoy en día. Estas poéticas “Canciones de Alabanza”, como los rabís lo llamaban, prometían ayuda divina en tiempos de aflicciones y de persecución hacia el pueblo de Dios. Además, muchos salmos predecían la victoria del bien sobre el mal, el triunfo universal del reino de Dios sobre la tierra, y el inevitable Día del Juicio (Sal. 11; 50; 96). Este día significaría la liberación del pueblo de Dios en el tiempo de su necesidad más grande. Puede decirse que, además de los libros apocalípticos de Daniel y Apocalipsis, los salmos son la fuente más poderosa de esperanza y valor para la Iglesia de Dios cuando está a punto de ingresar en su conflicto final con los poderes de las tinieblas. Aquí Jesús, el Mesías, que “vivía” en los salmos, es la inspiración de los creyentes. Él tomó su misión mesiánica de los salmos de David. Sufrió y murió, rechazado por Israel como nación, con palabras de dos salmos en sus labios (Sal. 22:1; 31:5).
Lo que cuenta para el Mesías también cuenta, en principio, para la comunidad mesiánica. Interesantemente, de todos los libros del AT, los salmos son los más mesiánicos y, por lo tanto, los más citados en el Nuevo Testamento. Su aplicación a Cristo en el Nuevo Testamento revela nuevos y sorprendentes cumplimientos mesiánicos que no fueron concebidos previamente por los rabinos. Estos proporcionan la clave para descubrir esperanza en los salmos para nuestro tiempo. Antes de que los salmos pueden ser aplicados apropiadamente a nuestros días, debe llevarse a cabo una exégesis responsables de los textos; es decir, cada salmo debe ser comprendido primero en su propio contexto religioso-histórico en la vida y la adoración del antiguo Israel. Este principio metódico nos lleva a establecer primero, tanto como sea posible, el significado original de cada salmo mediante una exégesis gramatical e histórica objetiva. Aquí los diferentes comentarios sobre el libro de los Salmos proporcionan un servicio indispensable.
Por su exégesis teológica o la interpretación de los salmos, que revelan sus mensajes ocultos para los creyentes en la actualidad, le estoy profundamente agradecido al Dr. N. H. Ridderbos, profesor de exégesis veterotestamentaria en la Free University of Amsterdam. Su enfoque bíblico despertó en mi la alegría de descubrir a Cristo y la esperanza mesiánica en los salmos de Israel. Sus dos tomos De Psalmen (Kampen: J. H. Kok, 1962, 1973) permanecen como un modelo inspirado de exégesis responsable e interpretación cristiana.
Este artículo está dirigido a todos los judíos, cristianos y otros que desean entender mejor los salmos de Israel y les gustaría saber cómo orar y alabar a Dios más plenamente.
A menos que se indique algo diferente, se usará el texto de la Nueva Versión Internacional.
Esta edición contiene varios salmos seleccionados debido a sus mensajes de seguridad divina del supremo triunfo de la justicia sobre la tierra y el establecimiento del pacífico reino de Dios. Sin embargo, algunos se enfocan en la seguridad actual de la gracia perdonadora y protectora de Dios, o simplemente cantan en gratitud por la tierna providencia de Dios. Ojalá que el lector se inspire para unirse al salmista, que fue impulsado a cantar:
“¡Prorrumpa mi boca en alabanzas al SEÑOR! ¡Alabe todo el mundo su santo nombre, por siempre y para siempre!” (Sal. 145:21)
La importancia religiosa de los Salmos
El libro de los Salmos desempeña un rol único en la Biblia. Así como el corazón tiene una función especial en el cuerpo humano, de la misma manera los salmos cumplen la función en las Escrituras como el latido cardíaco en la religión de Israel.
En este libro de oraciones, el pueblo del pacto encontró su escalera hacia el cielo. Los Salmos abarcan desde las profundidades más bajas de la agonía y el sufrimiento, hasta las alegrías más elevadas de la comunión con Dios. Lamentos y sollozos de desesperación se intercalan con himnos de acción de gracias y alabanzas ante las dramáticas respuestas a las intensas súplicas.
Este intercambio vivo entre el hombre y Dios probablemente sea la razón más profunda que explica el motivo por el que el libro de los Salmos ha sido atesorado como una joya invaluable en la Biblia Hebrea por quienes buscan a Dios en todas las edades. Se ha probado que es una fuente incesante de consuelo y reavivamiento espiritual.
Tanto Lutero como Calvino valoraron al Salterio por encima de los demás libros de la Santa Escritura. Lutero llamó cariñosamente al libro de los Salmos como “una pequeña Biblia”, porque veía en él a toda la Biblia resumida de una manera hermosa. Los Salmos le revelaron a Lutero no solo las palabras y obras de los creyentes hebreos, sino también sus mismos corazones y motivaciones más profundas.
“¿Dónde se pueden encontrar palabras más excelentes de alegría que en los Salmos de alabanza y acción de gracias? Allí puedes mirar dentro de los corazones de todos los santos, como si fueran jardines justos y placenteros, si, como dentro del cielo mismo… Por el otro lado, ¿dónde se pueden encontrar palabras más profundas, más angustiosas, más lastimosas de tristeza que en los Salmos de lamentaciones? Allí nuevamente puedes mirar dentro de los corazones de todos los santos, como dentro de la muerte, si, como dentro del infierno mismo… Te enseñan en alegría, miedo, esperanza, y angustia a pensar y hablar como todos los santos han pensados y hablado”.[1]
Se suele decir que en los salmos se puede mirar dentro de los corazones de los santos hebreos, pero esto solo es una media verdad. En los salmos de Israel es posible mirar dentro del corazón de Dios. La Biblia, incluyendo los salmos, no es simplemente un libro acerca de sentimientos píos de creyentes. Más que eso, es también una revelación del propio corazón de Dios.
No solo vemos al hombre luchando con Dios, sino también a Dios luchando con el alma humana, comunicándole al hombre su misericordia y poder, revelándole una nueva comprensión de su voluntad y propósitos. Los salmos no son meramente alabanzas subjetivas y súplicas por ayuda; son oraciones inspiradas que nos enseñan cómo acercarnos a nuestro Padre en los cielos, y cómo cultivar una comunión viva con Él.
En los salmos de otras naciones antiguas descubiertas en tiempos modernos –Sumeria, Canaán y Egipto-[2] es posible observar algunas diferencias básicas con los salmos de Israel. Estos contienen un pronunciado politeísmo y carecen de un conocimiento claro del pecado y la culpa. El motivo de esto es claro. En los salmos santos de otras naciones el hombre habla solo desde su propio corazón. Realmente esto es un salmo religioso, pero carece de las revelaciones de luz y amor que provienen del propio corazón de Dios. Las canciones hebreas inspiradas se destacan por sí mismas.
Los salmos: una expresión única de la revelación divina
Entonces, ¿Cuál es la importancia religiosa y moral de los salmos de Israel? Estos se destacan como ejemplos inspirados de cómo Dios desea que todos nosotros respondamos por fe a las auténticas revelaciones de sí mismo y de sus obras en los libros de Moisés. Los judíos creían que las cinco subdivisiones dentro del Libro de los Salmos tenían la intención de ser el eco de fe israelita ante los cinco libros de Moisés. Aunque es posible que este acuerdo formal no sea más que una coincidencia de similitud externa, es cierto que todos los grandes hechos históricos registrados en la Torá –la creación, la caída, el diluvio, el pacto de Dios con Abram, Isaac y Jacob, la redención de Israel de Egipto, la entrega de la ley, la teofanía en el Sinaí, y el agitado viaje a través del desierto- reciben una respuesta leal en las canciones cúlticas en Israel, como puede observarse en Salmo 8; 19; 78; 95; 104-106; 148. De esta manera, la revelación de Dios a través de Moisés era fijada en la memoria de Israel mediante su repetición en canciones, que es una de las maneras más efectivas para impresionar el corazón con verdades espirituales. Las salmodias de Israel muestran que la religión hebrea estaba basada en los cinco libros de Moisés, el Pentateuco. Sin embargo, los salmos no solo conmemoraban los actos redentores de Dios en el pasado, sino que también explicaban la importancia de la continua dirección divina de su pueblo.
El significado más vital del pacto de Dios con Israel se centraba en las promesas mesiánicas hechas originalmente a los patriarcas (Gen. 12:3; 49:10-12) para la salvación del mundo.
Los salmistas, por lo tanto, no estaban glorificando a Israel, ni a Sión, ni a David, sino al Dios de Israel, porque había elegido a Sión como el centro terrenal de su reino universal para el cual todos los pueblos estarían sujetos. Todos son llamados a servirlo, como es expresa explícitamente en Salmos 2 y 87. La esperanza mesiánica no está restringida a la salvación de Israel. El Dr. A. Cohen, un comentarista judío del libro de los Salmos, escribe:
“La vindicación de la nación no es sino un preludio a un diseño más extenso. Toda una serie de salmos proclama la venida de Dios como el juez del mundo, cuyo señorío de equidad se convertirá en causa de regocijo. La máxima aspiración es que toda la humanidad reconozca el Reinado Divino; y el llamado supremo y final, es que todo lo que respira alabe al Señor”[3]
El propósito de los salmos puede ser considerado como el de enseñar a todos los hombres a adorar a Dios en espíritu y verdad, cómo expresar oraciones efectivas, en qué espíritu se debe llevar sacrificios en el Templo, cómo interpretar el mundo natural a nuestro alrededor, y el significado de las leyes y emocionante historia de Israel. Todo esto no es explícito; sino que requiere una interpretación inspirada.
Pius Drijvers dice:
"Toda la vida de Israel, el desarrollo gradual de la revelación, la delicia de saberse la nación escogida de Dios, las pruebas de persecución, la desesperación resultante del pecado y la ingratitud del hombre; todo esto es experimentado francamente y expresado cándidamente a través de canciones en los salmos. En resumen, todo el AT está reflejado en los salmos. No hay ni una sola experiencia del alma de Israel que no esté expresada en palabras allí. Los salmos son la expresión más plena de la revelación de Dios en el AT.[4]
Muchos salmos fueron compuestos por David, el “dulce cantor de Israel” (2 Sal. 12:1), que no solo tenía un corazón poético y el don de tocar la lira (1 Sal. 16:18); sino también el espíritu de profecía (2 Sam. 23:2-3; cf. Hch. 2:30, “era profeta”, en relación a Sal. 16). Probablemente compuso numerosos salmos en su juventud, cuando aún era un pastor en las alejadas colinas de Judea. Acompañándose con su lira, David debe haber abierto su sensible corazón en las letras de adoración y alabanza mientras contemplaba las obras de Dios en la naturaleza y la historia de Israel. Más tarde, cuando fue falsamente acusado y perseguido, su solitario corazón clamaba a su Pastor celestial por ayuda, seguridad de vindicación divina, y reavivamiento del alma. El propósito universal de los salmos de David en las oraciones de todos los santos futuros es expresado correctamente por E. G. White:
“La comunión con la naturaleza y con Dios, el cuidado diligente de sus rebaños, los peligros y libramientos, los dolores y regocijos de su humilde suerte, no solo habían de moldear el carácter de David e influir en su vida futura, sino que también por medio de los salmos del dulce cantor de Israel, en todas las edades venideras, habrían de comunicar amor y fe al corazón de los hijos de Dios, acercándolos al corazón siempre amoroso de Aquel en quien viven todas sus criaturas.”[5]
Los salmos de David representan no solo su búsqueda personal de Dios. Provocando emociones similares en los corazones de todo Israel, las canciones sagradas de David eran aceptar en la providencia de Dios para la liturgia de la adoración israelita en el Templo de Jerusalén. Luego todo Israel comenzó a cantar canciones y repetir las oraciones compuestas por David. ¿Quién podría medir la abarcante influencia de estas liturgias inspiradoras de canciones sagradas que alababan el amor y la misericordia fiel de Dios hacia Israel? Estos provocaban una valentía y fidelidad renovada hacia el Señor (Yahweh) en los corazones del pueblo de Dios, liberándolos de la idolatría y superstición. Quienes escuchaban y cantaban los salmos de Israel bebían de una fuente de aguas vivas que fluían de la presencia de Dios, reviviendo el alma.
El incalculable valor religioso del Salterio es básicamente de una doble naturaleza: los salmos nos proporcionan de un registro auténtico de los sentimientos y pensamientos religiosos de los santos de Israel y también un estándar o norma verdadera de las emociones y pensamientos acerca de Dios y el hombre para que todos los hombres adoren a Dios.
El llamado de Israel: Alabar al Señor
Los salmos reflejan la comprensión israelita de la obra de Dios en la creación y redención, de su providencia y propósitos con el mundo y su historia. Mediante el salterio, Dios invitó a Israel a buscar un conocimiento profundo de sí mismo y, de esa manera, también de ellos mismos.
Los salmos de David atraviesan un amplio espectro de experiencias, desde las profundidades de la culpa consciente y la auto-condenación, hasta la fe más sublime y la comunión más exaltada con Dios. Su registro de vida declara que el pecado conlleva solo vergüenza y aflicción, pero que el amor y la misericordia de Dios puede alcanzar las profundidades más abismales, que la fe levantará al alma arrepentida y la hará compartir la adopción de los hijos de Dios. De todas las seguridades que su palabra contiene, es uno de los testimonios más fuertes a la fidelidad, la justicia y la misericordia pactual de Dios.[6]
Los salmos reflejan el significado que Israel le asignaba no solo a la santidad de Dios, sino también –por contraste- del egoísmo o pecaminosidad innata del hombre, lo cual no tiene paralelo en la literatura de otras naciones. Pero mayormente, testifican del sorprendente carácter de Yahweh como el Creador y Sustentador del mundo, el Redentor de Israel y Juez de todas las naciones. Los salmos de Israel han encendido la fe, la esperanza y el amor en los corazones del pueblo de Dios en todos los tiempos, y los han liberado de las cadenas de los dioses de este mundo, del materialismo y del espiritualismo por igual. ¿Acaso hay alguna experiencia religiosa más satisfactoria, alguna expresión más profunda de la búsqueda del alma por Dios, que la que Asaf tuvo?
“¿A quién tengo en el cielo sino a ti? Si estoy contigo, ya nada quiero en la tierra. Podrán desfallecer mi cuerpo y mi espíritu, pero Dios fortalece mi corazón; él es mi herencia eterna.” (Sal. 73:25-26)
Estos testimonies de alabanza exaltan al santo Dios de Israel. David exclama proféticamente que Dios está “entronizado en las alabanzas de Israel” (Sal. 22:3 NTV). Los creyentes hebreos consideraban que la exaltación de su Dios del pacto era la misma esencia de la vida, incluso un asunto de vida o muerte.
“Los muertos no alaban al SEÑOR, ninguno de los que bajan al silencio. Somos nosotros los que alabamos al SEÑOR desde ahora y para siempre. ¡Aleluya! ¡Alabado sea el SEÑOR!” (Sal. 115:17, 18)
“¿Qué ganas tú con que yo muera, con que descienda yo al sepulcro? ¿Acaso el polvo te alabará o proclamará tu verdad?” (Sal. 30:99)
“En la muerte nadie te recuerda; en el sepulcro, ¿quién te alabará?” (Sal. 6:5)
Alabar al Señor por su misericordia y bondad era la misma esencia de la vida en Israel. Cuando el Rey Ezequías cayó seriamente enfermo “hasta el borde de la muerte”, él le rogó a Dios que restaure su vida:
“El sepulcro nada te agradece; la muerte no te alaba.
Los que descienden a la fosa nada esperan de tu fidelidad. Los que viven, y sólo los que viven, son los que te alaban” (Isa. 38:18, 19)
Esto expresa la profunda convicción de la fe israelita de que donde hay vida verdadera, hay alabanza para Dios. ¡Donde hay muerte, no hay alabanza! La posibilidad de una vida que no alabe a Dios no es siquiera considerada. Dios creó a Israel “para que proclame mi alabanza” (Isa. 43:21). No puede haber tal cosa como una vida plena sin alabar al Creador. Sin exaltar a Dios, el hombre se desorienta y se priva de la alegría en el Señor:
“¿Por qué voy a inquietarme? ¿Por qué me voy a angustiar? En Dios pondré mi esperanza, y todavía lo alabaré. ¡Él es mi Salvador y mi Dios!” (Sal. 42:11)
La versión hebrea del axioma de Shakespeare, “Ser o no ser, ¡esa es la cuestión!” es “Alabarlo o no alabarlo ¡esa es la cuestión!” La Biblia hebrea llama a los Salmos como “Alabanzas” (Tehillim), sugiriendo el principal impulso de la religión hebrea. Los salmistas consideraban que sus salmos invitaban a todos los gentiles a unírseles en su adoración a Dios.
“¡Prorrumpa mi boca en alabanzas al SEÑOR! ¡Alabe todo el mundo su santo nombre, por siempre y para siempre!” (Sal. 145:21)
Hay sabiduría en este consejo:
“En lugar de lamentos, lloro y desesperación, cuando las pruebas se acumulan sobre nosotros y nos amenazan como una inundación que quisiera abrumarnos, si no solamente oráramos pidiendo ayuda a Dios, sino que alabáramos al Señor por tantas bendiciones que nos ha dado—alabando a Aquel que es capaz de ayudarnos—, nuestra conducta sería más agradable a sus ojos, y veríamos más su salvación.”[7]
Los Salmos y Cristo
Cristo reconoció que su misión, tanto en sus sufrimientos como en sus triunfos venideros, estaban prefigurados en las experiencias de los salmistas. Por supuesto, Cristo experimentó una angustia más profunda que la que David sufrió. David, como el rey de Sión, era un tipo del Mesías, su Señor. Por lo tanto, parecería inadecuado hablar solo de algunos salmos selectos como mesiánicos. Todos los salmos poseen un valor agregado misterioso que puede ser discernido a la luz de la vida de Cristo y del Nuevo Testamento.
Los salmos reales no solo toman en cuenta las virtudes del rey de Israel en Jerusalén, sino también las glorias del Rey divino de Israel en su perspectiva. Por lo tanto, el rey terrenal es opacado por el gran Rey que vendrá, el Mesías de Israel. Los salmos reales exaltan al Cristo y se convierten en profecías veladas del gran Hijo de Dios y de su reino venidero. A la luz del Nuevo Testamento, se vuelve gradualmente más claro que Jesús no es meramente Aquel de quien los salmos hablan, sino también Aquel que inspiró los salmos.
Cristo les explicó a los judíos que todas las Escrituras testificaban de Él (Juan 5:39). Después de su resurrección de entre los muertos, Cristo apareció a sus discípulos y los ayudó a comprender las tramas mesiánicas en la Biblia Hebrea. Incluso los amonestó por ser demasiado lentos para discernir el orden mesiánico de las Sagradas Escrituras en dos de sus apariciones.
“¡Qué torpes son ustedes —les dijo—, y qué tardos de corazón para creer todo lo que han dicho los profetas! ¿Acaso no tenía que sufrir el Cristo estas cosas antes de entrar en su gloria? Entonces, comenzando por Moisés y por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.” (Lucas 24:25-27)
“—Cuando todavía estaba yo con ustedes, les decía que tenía que cumplirse todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras.” (Lucas 24:44-45)
Jesucristo no fue tomado por sorpresa cuando uno de sus apóstoles de confianza decidió traicionarlo con un beso a las autoridades sedientas de sangre. Cuando Judas se levantó de la última cena para llevar a cabo su complot secreto, Jesús vio a Judas cumpliendo un rol que había sido prefigurado en la traición del consejero de más confianza de David:
“No me refiero a todos ustedes; yo sé a quiénes he escogido. Pero esto es para que se cumpla la Escritura: “El que comparte el pan conmigo me ha puesto la zancadilla… Dicho esto, Jesús se angustió profundamente y declaró: —Ciertamente les aseguro que uno de ustedes me va a traicionar.” (Juan 13:18, 21)
Jesús citó Salmos 41, en el cuál David se quejó ante el Señor:
“Hasta mi mejor amigo, en quien yo confiaba y que compartía el pan conmigo, me ha puesto la zancadilla” (Sal. 41:9)
La notable visión de Cristo vio en la experiencia histórica de la traición de David (ver 2 Sam. 15:12, 31) un tipo de la experiencia del Mesías. Por lo tanto, Jesús entendía que su misión supondría un sufrimiento más profundo y una traición peor que la que el Rey David experimentó. Cristo reconoció su misión de ser rechazado con un odio sin fundamento también en Salmos 69. Aquí David se quejó ante Dios: “Más que los cabellos de mi cabeza son los que me odian sin motivo; muchos son los enemigos que se han propuesto destruirme” (Sal. 69:4). La experiencia de Jesús, odiado y perseguido por los líderes judíos, fue interpretada por él mismo como una extensión del odio anterior contra David. Después de que sus milagros mesiánicos fueran rechazados, Jesús apeló a Salmos 69:4.
“Si yo no hubiera hecho entre ellos las obras que ningún otro antes ha realizado, no serían culpables de pecado. Pero ahora las han visto, y sin embargo a mí y a mi Padre nos han aborrecido. Pero esto sucede para que se cumpla lo que está escrito en la ley de ellos: “Me odiaron sin motivo.” (Juan 15:24, 25)
Aquí los salmos de los sufrimientos de David no parecían tener algún significado mesiánico, pero Jesús discernió en ellos un significado teológico que necesitaba de un “cumplimiento” más profundo. Cristo también fue más allá de su misión terrenal al asegurar que habría una exaltación subsecuente, una adoración universal que los salmos relacionaban al Rey sufriente y perseguido (ver Sal. 2:2, 7-9, 12; 22:1, 2, 22–28; 89:38–51, 26–29). Los salmos describen la trama de Rey yendo desde el sufrimiento hasta la gloria. Cristo fue el primero en interpretar los salmos reales de Israel al hacer una su aplicación mesiánica en sí mismo.
Los salmos y el Cristiano
Un erudito declara acerca del libro de los Salmos:
“El libro probablemente sean más apreciado entre los cristianos que entre los judíos. Si los cristiano solo pudieran retener un solo libro del Antiguo Testamento, casi seguramente elegirían los Salmos”.[8]
En los salmos Dios les enseña a sus hijos que solo alcanzaran la meta suprema de entrar en el Reino de Dios solo mediante la humillación y la miseria. Solo en los valles de la sombra de muerte, en las profundidades de la angustia y desesperación, experimentarán la misericordia personal de Dios más plenamente. El sufrimiento se convierte en algo más que ira divina para ellos, se convierte en una oportunidad para conocer el milagro del compañerismo íntimo con Dios (ver Sal. 23). Esta comunión del alma con el Señor era tan real para David que él escribió: “Tu amor es mejor que la vida; por eso mis labios te alabarán”. (Sal. 63:3). Casi todos los salmos le aseguran al adorador que Dios recuerda al oprimido, que escucha cada súplica por ayuda, que responde las oraciones, que libera al que implora, que vindicará al creyente contra los falsos acusadores, y será refugio a todos los que confíen en Él. Además, más allá de ser libres del sufrimiento, viene el llamado a exaltar las obras del Libertador divino y glorificar su nombre al testificar de su gracia indecible. Esto es visto como el significado más profundo del sufrimiento por causa de Dios (Sal. 22; 118). El Dios de Israel es el Dios de la salvación presenta y futura.
La mayoría de los salmos fueron compuestos para la adoración comunitaria de Israel hacia Yahweh o adaptados para la liturgia de los festivales anuales para celebrar las obras de salvación de Yahweh en la historia de su pueblo del pacto.
Cuando en una ocasión los discípulos escucharon a Jesús orando íntimamente a su Padre, estaban tan profundamente impresionados que le pidieron: “Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11:1). Aunque la oración es una función natural de nuestras almas, no sabemos por naturaleza cómo debemos orar. ¡Los deseos y esperanzas de nuestros corazones no son oraciones eficaces! No sabemos cómo alcanzar el corazón de Dios, ni cómo asegurarnos de que Dios nos escucha. Debemos aprender a orar. Un niño aprende a hablar porque su padre o su madre le habla. Aprende las palabras de sus padres. De la misma manera, nosotros aprendemos a hablarle a Dios porque Dios nos ha hablado a nosotros en su Palabra. Por medio de las oraciones que Dios inspiró en los corazones de David, Asaf, Moisés, y de Cristo en la Biblia es que tenemos acceso a Dios. Como Bonhoeffer dice:
“Debemos hablarle a Dios y Él desea escucharnos, no en el discurso confuso y falso de nuestro corazón, sino en el discurso claro y puro que Dios nos ha hablado en Jesucristo”.[9]
El libro de los Salmos es el libro de oraciones de la Biblia. Aquí se nos enseña que nosotros queremos orar, pero que Dios quiere que oremos en el nombre de Jesucristo, su Hijo amado.
En el Nuevo Testamento, las doxologías de María –el Magnificat- y el de Zacarías, -el Benedictus- en Lucas 1:46-55, 67-69 muestran que los himnos de Israel eran utilizados para agradecer a Dios por el cumplimiento presente de sus promesas mesiánicas. Los salmos también formaban una parte esencial de la adoración en la iglesia apostólica.
“Que habite en ustedes la palabra de Cristo con toda su riqueza: instrúyanse y aconséjense unos a otros con toda sabiduría; canten salmos, himnos y canciones espirituales a Dios, con gratitud de corazón.” (Colosenses 3:16)
Cantar canciones sacras es “uno de los medios más eficaces para grabar en el corazón la verdad espiritual. Cuán a menudo recuerda la memoria alguna palabra de Dios al alma oprimida y a punto de desesperar, mediante el tema olvidado de algún canto de la infancia. Entonces las tentaciones pierden su poder, la vida adquiere nuevo significado y nuevo propósito, y se imparte valor y alegría a otras almas… Como parte del servicio religioso, el canto no es menos importante que la oración. En realidad, más de un canto es una oración”.[10]
En el último libro de la Biblia se nos da un vistazo de la gloria celestial alrededor del trono de Dios. Los ángeles celestiales están cantando canciones de adoración y acción de gracias (Apo. 4-5). La clave del cielo es la adoración a Dios por lo que él es y lo que ha hecho para toda su creación.
Autor: Hans K. LaRondelle | Traducido por Eric Richter para DA
Referencias
Luther’s Works (St. Louis: Concordia Publishing House), vol. 35, pp. 255, 256. ↩︎
Véase J. H. Patton, Canaanite Parallels in the Book of Psalms (Baltimore: J. Hopkins Press, 1944); J. B. Pritchard, ed., Ancient Near Eastern Texts, 3d ed., pp. 573-591. ↩︎
The Psalms, 11th ed. (London: Soncino Press, 1974), p. xiii. ↩︎
The Psalms: Their Structure and Meaning (London: Herder, 1965), pp. 4, 5 (énfasis añadido). ↩︎
Elena G. de White, Patriarcas y Profetas (Miami, FL. Asociación Publicadora Interamericana, 2008), 628. ↩︎
Ibid., p. 745. ↩︎
Elena G. de White, Notas Biográficas de Elena G. de White (Miami, FL: Asociación Publicadora Interamericana, 1994), p. 285. ↩︎
John R. Sampey, en The International Standard Bible Encyclopedia (Grand Rapids, Mich.: Eerdmans), vol. 4 (1915), p. 2487. ↩︎
Psalms: The Prayerbook of the Bible (Minneapolis: Augsburg Publishing House, 1970), p. 11. ↩︎
Elena G. de White, La Educación (Miami, FL. Asociación Publicadora Intermericana, 2009), p. 151-152. ↩︎