Citas de Ellen G. White | Muerte y Resurrección

“En la primera resurrección el Dador de la vida llamará a su posesión adquirida, y hasta esa hora de triunfo, cuando resuene la trompeta final y marche ese vasto ejército hacia la victoria eterna, todo santo que duerme estará en un lugar seguro, y será guardado como joya preciosa, a quien Dios conoce por su nombre. Gracias al poder del Salvador que moraba en ellos mientras vivían, y debido a que fueron participantes de la naturaleza divina, serán levantados de entre los muertos”.[1]

“‘Vendrá hora’ dijo Cristo ‘cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y… saldrán’ (Juan 5:28, 29). Esa voz resonará en todas las moradas de los muertos; y cada santo que duerme en Jesús despertará y dejará su prisión. Entonces el carácter virtuoso que hemos recibido por medio de la justicia de Cristo, nos vinculará con la verdadera grandeza, del más alto nivel”.[2]

“Gloriosa será la victoria de los santos que duermen [en el Señor] en la mañana de la resurrección… El Dador de la vida coronará de inmortalidad a todos los que se levanten del sepulcro”.[3]

“Allí está la hueste resucitada. Su último pensamiento se refería a la muerte y sus angustias. Sus ideas postreras tenían que ver con el féretro y la tumba. Pero ahora exclaman: ‘¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?’ (1 Cor. 15: 55)… Allí están en pie; y reciben el toque final de la inmortalidad cuando salen para encontrarse con el Señor en el aire… Hay dos filas de ángeles, una a cada lado… entonces la hueste angélica da la nota de victoria y las dos filas de ángeles inician el himno, y la hueste de los redimidos se les une como si ya lo hubieran entonado sobre la tierra; y en realidad, lo han hecho. ¡Oh, qué música! No hay una sola nota discordante. Toda voz proclama: “El Cordero que fue inmolado es digno”. El, por su parte, contempla el resultado de la angustia de su alma y se siente saciado”.[4]

“Cristo fue las primicias de los que duermen. Para la gloria del Padre, el Príncipe de la vida debía ser las primicias, la realidad simbolizada por la ofrenda mecida. ‘Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos’ (Rom 8:29). Esta misma escena, la resurrección de Cristo de los muertos, había sido celebrada simbólicamente por los judíos. Cuando maduraban en los campos las primeras espigas de los cereales, eran cosechadas cuidadosamente, y cuando la gente subía a Jerusalén, ellas eran presentadas ante el Señor como una ofrenda de agradecimiento. La gente mecía las gavillas maduras delante de Dios, reconociéndolo como al Señor de la cosecha. Después de esa ceremonia, el trigo era guadañado y se recogía la cosecha.

“Así también los que habían sido resucitados habían de ser presentados ante el universo como una garantía de la resurrección de todos los que creen en Cristo como su Salvador personal. El mismo poder que levantó a Cristo de los muertos levantará a su iglesia y la glorificará con Cristo, como a su novia, por encima de todos los principados, por encima de todos los poderes, por encima de todo nombre que se nombra, no sólo en este mundo, sino también en los atrios celestiales, el mundo de arriba. La victoria de los santos que duermen será gloriosa en la mañana de la resurrección. Terminará el triunfo de Satanás, al paso que triunfará Cristo en gloria y honor. El Dador de la vida coronará con inmortalidad a todos los que salgan de la tumba”.[5]

“Para el creyente, la muerte es asunto trivial. Cristo habla de ella como si fuera de poca importancia. ‘El que guardaré mi palabra, no verá muerte para siempre’, ‘no gustará muerte para siempre’. Para el cristiano, la muerte es tan sólo un sueño, un momento de silencio y tinieblas. La vida está oculta con Cristo en Dios y ‘cuando Cristo, vuestra vida, se manifestare, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria’.

“La voz que clamó desde la cruz: ‘Consumado es’, fue oída entre los muertos. Atravesó las paredes de los sepulcros y ordenó a los que dormían que se levantasen. Así sucederá cuando la voz de Cristo sea oída desde el cielo. Esa voz penetrará en las tumbas y abrirá los sepulcros, y los muertos en Cristo resucitarán. En ocasión de la resurrección de Cristo, unas pocas tumbas fueron abiertas; pero en su segunda venida, todos los preciosos muertos oirán su voz y surgirán a una vida gloriosa e inmortal. El mismo poder que resucitó a Cristo de los muertos resucitará a su iglesia y la glorificará con él, por encima de todos los principados y potestades, por encima de todo nombre que se nombra, no solamente en este mundo, sino también en el mundo venidero”.[6]

“Nuestra identidad personal es preservada en la resurrección, si bien no saldrán de la tumba las mismas partículas de materia. La obra asombrosa de Dios es misterio para el hombre. El espíritu, el carácter del hombre, retorna a Dios donde se lo preserva. En la resurrección cada hombre tendrá su propio carácter. A su debido tiempo Dios llamará a los muertos, dándoles otra vez el aliento de vida, y ordenará a los huesos secos que vivan. Surgirá la misma forma, pero libre de enfermedad y todo defecto. Volverá a vivir llevando sus mismos rasgos individuales, de tal manera que los amigos se reconocerán. No hay ley de Dios en la naturaleza que indique que el Señor va a volver a reunir las mismas partículas de materia que compusieron el cuerpo antes de la muerte. Dios dará a los justos muertos un cuerpo conforme a su beneplácito.

“Pablo ilustra este hecho con la semilla sembrada en el campo. La semilla plantada muere, pero allí surge una nueva semilla. La sustancia natural del grano que muere nunca más vuelve a surgir como antes, pero Dios le da el cuerpo que él quiere. El cuerpo humano se compondrá entonces del material más escogido por cuanto es una nueva creación, un nuevo nacimiento. Se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual”.[7]

“En Cristo hay vida original, que no proviene ni deriva de otra. ‘El que tiene al Hijo, tiene la vida’. La divinidad de Cristo es la garantía que el creyente tiene de la vida eterna. ‘El que cree en mí -dijo Jesús- aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees eso?’. Cristo miraba hacia adelante, a su segunda venida. Entonces los justos muertos serán resucitados incorruptibles, y los justos vivos serán trasladados al cielo sin ver la muerte. El milagro que Cristo estaba por realizar, al resucitar a Lázaro de los muertos, representaría la resurrección de todos los justos muertos. Por sus palabras y por sus obras, se declaró el Autor de la resurrección. El que iba a morir pronto en la cruz, estaba allí con las llaves de la muerte, vencedor del sepulcro, y aseveraba su derecho y poder para dar vida eterna”.[8]

“En medio del Edén crecía el árbol de la vida, cuyo fruto tenla el poder de perpetuar la vida, Si Adán hubiese permanecido obediente a Dios, habría seguido gozando de libre acceso a aquel árbol y habría vivido eternamente. Pero en cuanto hubo pecado, quedó privado de comer del árbol de la vida y sujeto a la muerte. La sentencia divina: ‘Polvo eres, y al polvo serás tornado’, entraña la extinción completa de la vida.

“La inmortalidad prometida al hombre a condición de que obedeciera, se había perdido por la transgresión. Adán no podía transmitir a su posteridad lo que ya no poseía; y no habría quedado esperanza para la raza caída, si Dios, por el sacrificio de su Hijo, no hubiese puesto la inmortalidad a su alcance. Como ‘la muerte así pasó a todos los hombres, pues que todos pecaron’, Cristo ‘sacó a la luz la vida y la inmortalidad por el evangelio’ (Romanos 5: 12; 2 Timoteo 1:10). Y sólo por Cristo puede obtenerse la inmortalidad. Jesús dijo: ‘El que cree en el Hijo, tiene vida eterna, más el que es incrédulo al Hijo, no verá la vida’ (Juan 3:36). Todo hombre puede adquirir un bien tan inestimable si consiente en someterse a las condiciones necesarias. Todos ‘los que perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad’, recibirán ‘la vida eterna’ (Romanos 2:7)”.[9]

“A consecuencia del pecado de Adán, la muerte pasó a toda la raza humana. Todos descienden igualmente a la tumba. Y debido a las disposiciones del plan de salvación, todos saldrán de los sepulcros. ‘Ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos’ (Hechos 24:15). ‘Porque así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados’ (1 Corintios 15:22). Pero queda sentada una distinción entre las dos clases que serán resucitadas. ‘Todos los que están en los sepulcros oirán su voz’ [del Hijo del hombre]; ‘y los que hicieron bien, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron mal a resurrección de condenación’ (Juan 5:28,29). Los que hayan sido ‘tenidos por dignos’ de resucitar para la vida son llamados ‘dichosos y santos’. ‘Sobre los tales la segunda muerte no tiene poder’ (Apocalipsis 20:6, V.M.). Pero los que no hayan asegurado para sí el perdón, por medio del arrepentimiento y de la fe, recibirán el castigo señalado a la transgresión: ‘la paga del pecado’. Sufrirán un castigo de duración e intensidad diversas ‘según sus obras’, pero que terminará finalmente en la segunda muerte. Como, en conformidad con su justicia y con su misericordia, Dios no puede salvar al pecador en sus pecados, le priva de la existencia misma que sus transgresiones tenían ya comprometida y de la que se ha mostrado indigno. Un escritor inspirado dice: ‘Pues de aquí a poco no será el malo: y contemplarás sobre su lugar, y no parecerá’. Y otro dice: ‘Serán como si no hubieran sido’ (Salmo 37:10; Abdías 16). Cubiertos de infamia, caerán en irreparable y eterno olvido.

“Así se pondrá fin al pecado y a toda la desolación y las ruinas que de él procedieron. El salmista dice: ‘Reprendiste gentes, destruiste al malo, raíste el nombre de ellos para siempre jamás. Oh enemigo, acabados son para siempre los asolamientos’ (Salmo 9:5,6). San Juan, al echar una mirada hacia la eternidad, oyó una antífona universal de alabanzas que no era interrumpida por ninguna disonancia. Oyó a todas las criaturas del cielo y de la tierra rindiendo gloria a Dios (Apocalipsis 5:13). No habrá entonces almas perdidas que blasfemen a Dios retorciéndose en tormentos sin fin, ni seres infortunados que desde el infierno unan sus gritos de espanto a los himnos de los elegidos”.[10]

“En ningún pasaje de las Santas Escrituras se encuentra declaración alguna de que los justos reciban su recompensa y los malos su castigo en el momento de la muerte. Los patriarcas y los profetas no dieron tal seguridad. Cristo y sus apóstoles no la mencionaron siquiera. La Biblia enseña a las claras que los muertos no van inmediatamente al cielo. Se les representa como si estuvieran durmiendo hasta el día de la resurrección (1 Tesalonicenses 4:14; Job 14:10-12). El día mismo en que se corta el cordón de plata y se quiebra el tazón de oro (Eclesiastés 12:6), perecen los pensamientos de los hombres. Los que bajan a la tumba permanecen en el silencio. Nada saben de lo que se hace bajo el sol (Job 14:21). ¡Descanso bendito para los exhaustos justos! Largo o corto, el tiempo no les parecerá más que un momento. Duermen hasta que la trompeta de Dios los despierte para entrar en una gloriosa inmortalidad. ‘Porque sonará la trompeta, y los muertos resucitarán incorruptibles… Porque es necesario que este cuerpo corruptible se revista de incorrupción, y que este cuerpo mortal se revista de inmortalidad. Y cuando este cuerpo corruptible se haya revestido de incorrupción, y este cuerpo mortal se haya revestido de inmortalidad, entonces será verificado el dicho que está escrito: ¡Tragada ha sido la muerte victoriosamente!’ (1 Corintios 15:52-54, V.M.). En el momento en que sean despertados de su profundo sueño, reanudarán el curso de sus pensamientos interrumpidos por la muerte. La última sensación fue la angustia de la muerte. El último pensamiento era el de que caían bajo el poder del sepulcro. Cuando se levanten de la tumba, su primer alegre pensamiento se expresará en el hermoso grito de triunfo: ‘¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿dónde está, oh Sepulcro, tu victoria?’ (v.55)”.[11]

“Cristo declaró a sus oyentes que si no hubiese resurrección de los muertos, las Escrituras que profesaban creer no tendrían utilidad. Él dijo: ‘Y de la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os es dicho por Dios, que dice: Yo soy el Dios de Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob?’ Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Dios cuenta las cosas que no son como si fuesen. El ve el fin desde el principio, y contempla el resultado de su obra como si estuviese ya terminada. Los preciosos muertos, desde Adán hasta el último santo que muera, oirán la voz del Hijo de Dios, y saldrán del sepulcro para tener vida inmortal. Dios será su Dios, y ellos serán su pueblo. Habrá una relación íntima y tierna entre Dios y los santos resucitados. Esta condición, que se anticipa en su propósito, es contemplada por él como si ya existiese. Para él los muertos viven”.[12]

Referencias


  1. Carta 65a, 1894. ↩︎

  2. Review and Herald, 20 de Septiembre, 1898 ↩︎

  3. Youth’s Instructor, 11 de Agosto, 1898. ↩︎

  4. Manuscrito 18, 1894. ↩︎

  5. Mensajes selectos tomo 1, capítulo 45. ↩︎

  6. El Deseado de todas las gentes, p.731. ↩︎

  7. Maranata: ¡El Señor Viene!, Misterios de la Resurrección. ↩︎

  8. El Deseado de todas las gentes, p.489. ↩︎

  9. El Conflicto de los siglos, pp.587-588. ↩︎

  10. Ibíd, pp.589-600. ↩︎

  11. Ibíd, pp.605-606. ↩︎

  12. El Deseado de todas las gentes, p.558. ↩︎