¿Qué es lo que ella quiso decir?

Elena G. de White Mar 26, 2017
Juegos Cristianos

“Cristo espera con un deseo anhelante la manifestación de sí mismo en su iglesia. Cuando el carácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pueblo, entonces vendrá él para reclamarlos como suyos.”[1]

Esta declaración, un texto clave para los adventistas que defienden la perfección absoluta del pueblo de Dios antes de que Jesús venga, es una de las más mal interpretadas de los escritos de Elena G. de White. La comprensión popular de dicha declaración crea la impresión de una iglesia que se ha vuelto hacia su interior, sobre sí misma, en una perpetua auto-flagelación, luchando para lograr la perfecta reproducción del carácter de Cristo —lo que uno se imagine que eso pueda significar—, para que Jesús pueda venir.

Pero, ¿qué es lo que la hermana White está tratando de decir?

La mejor manera de comprender una declaración cuando su autora ya no está para aclararla personalmente, es examinarla en su contexto. Afortunadamente para nosotros, la declaración mencionada arriba, a diferencia de muchas otras que nos perturban, tiene un contexto concreto. El capítulo en el cual aparece se centra en la parábola de la semilla (véase Mar. 4:26-29), una parábola que la hermana White aplica al proceso de crecimiento y producción de los frutos en la vida cristiana.

A lo largo del capítulo observamos un desarrollo que va desde la siembra de la semilla hasta el crecimiento y la cosecha — y luego a la inversa—. El progreso no siempre es uniforme, y uno tiene que prestar atención. Ella está hablando acerca del crecimiento de los cristianos y de llevar frutos en sus propias vidas. Ahora está hablando de aquellos en cuyos corazones los cristianos plantan la semilla del evangelio, y cuyas vidas a su vez deben producir fruto.

Pero el crecimiento y la producción del fruto siempre son producidos por Dios. “La planta crece al recibir lo que Dios ha provisto para sustentar su vida. Hace penetrar sus raíces en la tierra. Absorbe la luz del sol, el rocío y la lluvia. Recibe las propiedades vitalizadoras del aire. Así el cristiano ha de crecer cooperando con los agentes divinos.”[2] Esto describe una tranquila dependencia en el Señor. La planta no se preocupa ni se desespera por el crecimiento. Y tampoco deberíamos hacerlo nosotros.

Al llegar a los últimos seis párrafos de este capítulo —la sección en la cual aparece el pasaje crucial—, el énfasis se coloca en nuestra necesidad de mirar más allá de nosotros mismos. El propósito de la reproducción del carácter de Cristo en nosotros, dice ella, es “que ese mismo carácter pueda reproducirse en otros. La planta no germina, crece o da fruto para sí misma”.[3] Del mismo modo, el cristiano existe “para la salvación de otras almas. No puede haber crecimiento o fructificación en la vida que se centraliza en el yo. Si habéis aceptado a Cristo como a vuestro Salvador personal, habéis de olvidar vuestro yo, y tratar de ayudar a otros.”.[4]

Énfasis en un ministerio encarnacional

En este llamado al ministerio total y altruista por los demás encuentro la clave para desentrañar el significado del pasaje ante nosotros. Ligando su argumento a una declaración paralela a la que estudiamos aquí, ella dice: “A medida que recibáis el Espíritu de Cristo —el espíritu de amor desinteresado y de trabajo por otros—, iréis creciendo y dando frutos. Las gracias del Espíritu madurarán en vuestro carácter. Se aumentará vuestra fe, vuestras convicciones se profundizarán, vuestro amor se perfeccionará, reflejaréis más y más la semejanza de Cristo en todo lo que es puro, noble y bello”.[5]

“Y ¿cuáles son estos “frutos”, estas “gracias del Espíritu” que madurarán en nuestros caracteres? No otros sino los que Pablo describió en Gálatas 5: 22 y 23, y que ella citó: “amor, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”. A medida que estos “frutos” llegan a la total madurez, Cristo, el viñero celestial, inmediatamente mete la hoz —según ella—, “porque la siega ha llegado”.[6]

Entonces sigue sin interrupción, la declaración principal que estamos estudiando aquí, repitiendo, con diferentes palabras, la maduración y el proceso de producción de frutos que acabamos de describir. Claramente el pensamiento es el mismo, y las dos declaraciones (la primera destacada un par de páginas atrás y la otra hace un momento) son parte del mismo todo.

De acuerdo con esto, podemos concluir que la reproducción “del carácter de Cristo” en nosotros es equivalente a nuestra recepción “del Espíritu de Cristo”. Y “la manifestación (de Cristo) en su iglesia” es equivalente al desarrollo en nosotros del “espíritu de amor abnegado y trabajo por otros”. Nosotros entonces reflejaremos “la semejanza de Cristo en todo lo que es puro, noble y bello”. Cuando esto ocurra en nosotros, y como una reacción en cadena a través de nosotros, para multiplicarse millones de veces alrededor del mundo, la cosecha estará lista y Jesús vendrá para recogerla.

Entonces el énfasis en la declaración de Palabras de Vida del Gran Maestro es en el ministerio encarnacional a otros; un ministerio que es amante, compasivo, desinteresado. Aquí el foco no está en la perfección impecable. “El carácter de Cristo” se refiere “al espíritu de amor desinteresado y trabajo por otros”. Tampoco podemos humanamente manipular el tiempo de la cosecha. “Después de emplear sus esfuerzos hasta el límite máximo, el hombre debe depender aún de Aquel que ha unido la siembra a la cosecha con eslabones maravillosos de su propio poder omnipotente”.[7] La única manera de “apresurar la venida de nuestro Señor” es a través del ministerio encamacional.

Basado en la íntima conexión entre las dos declaraciones ampliamente destacadas en esta sección, podemos parafrasear la primera de la siguiente manera:

“Cristo espera con un deseo anhelante la manifestación de su Espíritu en su iglesia. Cuando el espíritu de amor desinteresado y trabajo por otros haya madurado plenamente en el carácter de su pueblo, entonces vendrá para reclamarlos como suyos”.

Autor: R. Adams | Publicado originalmente como: “What Did She Mean?”, Adventist Review, 3 de septiembre de 1992, p. 4. | Traducido por Eric Richter para DA

Referencias


  1. Palabras de Vida del Gran Maestro (Mountain View, CA. Pacific Press, 1971), 47. ↩︎

  2. Ibíd., 46. ↩︎

  3. Ibíd., 47. ↩︎

  4. Ibíd. ↩︎

  5. Ibíd. ↩︎

  6. Ibíd. ↩︎

  7. Ibíd., 44. ↩︎

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