Los adventistas del séptimo día y el movimiento ecuménico

Apr 8, 2013
Juegos Cristianos

La Junta Directiva de la Asociación General nunca ha aprobado una declaración oficial con respecto a la relación de los adventistas con el movimiento ecuménico como tal. Se ha publicado un libro,[1] y a través de los años han aparecido gran número de artículos en publicaciones adventistas, incluyendo la Adventist Review [Revista Adventista]. De ese modo, aunque exactamente no hay una posición oficial, hay una abundancia de indicaciones claras acerca del punto de vista adventista.

Se puede decir, en general, que aunque la Iglesia Adventista del Séptimo Día no condena el movimiento ecuménico y su principal manifestación organizativa, el Concilio Mundial de Iglesias (CMI), rechaza de él diversos aspectos y actividades. No se puede negar que el ecumenismo ha tenido metas loables y algunas influencias positivas. Su gran meta es la unidad visible del cristianismo. Ningún adventista puede oponerse a la unidad por la que Cristo mismo oró. El movimiento ecuménico ha promovido relaciones más fraternales entre las iglesias, con más diálogo y menos diatribas, y ha ayudado a eliminar prejuicios sin fundamento.

Por medio de sus diversas organizaciones y actividades, el movimiento ecuménico ha proporcionado información más exacta y actualizada sobre las iglesias, ha hablado a favor de la libertad religiosa y los derechos humanos, ha combatido contra los males del racismo, y ha llamado la atención a las implicaciones socioeconómicas del evangelio. En todo esto, las intenciones han sido buenas y algunos de sus frutos son aceptables. Sin embargo, en el cuadro general, las aflicciones pesan más que las bendiciones. Examinaremos algunas de ellas.

El adventismo es un movimiento profético

Los adventistas creen firmemente que la Iglesia Adventista del Séptimo Día surgió en el escenario de la historia en respuesta al llamado de Dios. Los adventistas creen, y se espera que sea sin orgullo ni arrogancia, que el movimiento adventista representa el instrumento divinamente designado para la proclamación organizada del “evangelio eterno”, el último mensaje de Dios, observado desde el punto de vista ventajoso de Apocalipsis 14 y 18. En la luz concentrada de esta comprensión profética, la Iglesia Adventista del Séptimo Día se considera un movimiento “ecuménico” del Apocalipsis, orientado escatológicamente. Comienza llamando a los hijos de Dios a salir de los cuerpos eclesiásticos “caídos”, que en forma creciente organizarán una oposición religiosa a los propósitos de Dios. Junto con el llamado a salir hay un llamado a entrar a un movimiento unido, mundial (es decir ecuménico), caracterizado por la “fe de Jesús” y la observancia de “los mandamientos de Dios” (Apoc. 14: 12). En el Concilio Mundial de Iglesias, el énfasis está primero de todo en “entrar” en una comunión de iglesias, y luego se espera que, en forma gradual, “salgan” de la falta de unión corporativa.

En el movimiento adventista el acento está primero en “salir” de la falta de unión y la confusión de Babilonia, y luego inmediatamente en “entrar” a la fraternidad de la unidad, la verdad y el amor dentro de la familia adventista que rodea el globo.

Para comprender la actitud adventista hacia el ecumenismo y otras iglesias importantes, es útil recordar que el movimiento original adventista (caracterizado por los milleritas) tenía aspectos ecuménicos: surgió en muchas iglesias. De este modo, los adventistas vinieron de muchas denominaciones. Sin embargo, las iglesias en general rechazaron el mensaje adventista. Con frecuencia los adventistas fueron expulsados de sus iglesias. Algunas veces, los adventistas llevaron consigo una parte de esas congregaciones. Las relaciones se echaron a perder. Se hicieron circular historias falsas, algunas de las cuales, lamentablemente, todavía persisten hoy en día. Los pioneros tenían puntos de vista sólidos, y sus oponentes no eran menos dogmáticos. Eso era comprensible. Hoy, por supuesto, el clima entre las iglesias tiende a ser más distendido y conciliador.

¿Cuáles son algunos de los problemas que los adventistas tienen con el ecumenismo? Antes de que intentemos dar una respuesta concisa a esta pregunta, es necesario destacar que el movimiento ecuménico no es monolítico en su pensamiento, y se pueden encontrar toda clase de puntos de vista en sus filas; lo cual, por supuesto, puede ya de por sí ser un problema. Trataremos de hacer referencia a lo que puede ser considerado el pensamiento general dentro del Concilio Mundial de Iglesias, una organización que ahora representa a más de trescientas iglesias y confesiones religiosas diferentes.

Comprensión ecuménica de la unidad

El Nuevo Testamento presenta una unidad eclesiástica limitada pero anclada en la verdad, caracterizada por la unidad, el gozo, la fidelidad y la obediencia.[2] Los “ecumentusiastas” (si vale el neologismo) parecen dar por sentado una eventual unidad orgánica y la comunión de la gran mayoría de las iglesias. Enfatizan el “escándalo de la división”, como si eso fuera realmente el pecado imperdonable. La herejía y la apostasía son prácticamente ignoradas. Sin embargo, el Nuevo Testamento muestra la amenaza de la penetración anticristiana dentro del “templo de Dios” (2 Tes. 2: 3, 4). El cuadro escatológico de la iglesia de Dios antes de la segunda venida de Cristo no es el de una megaiglesia que reúne a toda la humanidad, sino también el de un “remanente” de la cristiandad, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen la fe de Jesús (Apoc. 12: 17).

Existe un punto en el que claramente la falta de ortodoxia y un estilo de vida no cristiano justifican la separación. El CMI pasa por alto este punto. La separación y la división con el fin de proteger y sostener esa pureza y la integridad de la iglesia y su mensaje son más deseables para la Iglesia Adventista que la unidad en mundanalidad y error. Además, los adventistas se sienten incómodos con el hecho de que los líderes del CMI parecen dar poco énfasis a la santificación y al reavivamiento personales. Hay indicaciones de que algunos consideran tal énfasis como un curioso resabio pietista, no un ingrediente vital en una vida cristiana dinámica. Prefieren amortiguar la piedad personal a favor de la moralidad social. Sin embargo, en la comprensión adventista, la santidad personal de la vida es el material con que está hecha la moralidad de la sociedad, con perdón de Shakespeare. Sin cristianos genuinamente convertidos, cualquier organización formal es realmente de naturaleza plástica y de poca relevancia.

La comprensión ecuménica de las creencias

En muchos círculos eclesiales se considera como una virtud ecuménica tener la mente muy abierta. Se sugiere que el ecumenista ideal no es dogmático en sus creencias, sino fluido en sus conceptos doctrinales. Respeta grandemente las creencias de los demás y rehúye la rigidez en sus creencias propias. Aparece como humilde y no agresivo acerca de las creencias doctrinales, excepto las que se refieren a la unidad ecuménica. Está convencido de que su conocimiento es parcial. Para los ecuménicos, mostrar arrogancia doctrinal es especialmente pecaminoso.

Todo esto es el lado loable. La humildad y la mansedumbre son virtudes cristianas. En realidad, Pedro nos dice que siempre estemos listos para dar razón de nuestra fe, pero esto debe hacerse con humildad, respeto y con una buena conciencia (1 Ped. 3: 15, 16). Sin embargo, hay en las filas ecuménicas un peligro casi innato de blandura y relativización de las creencias. Se pone en duda todo el concepto de herejía. En este último tiempo, hasta se hacen preguntas con respecto a la idea de “paganismo”.

Algunas presuposiciones ecuménicas son la idea de que todas las formulaciones confesionales de la verdad están condicionadas por el tiempo y son relativas y, por lo tanto, parciales e inadecuadas. Algunos ecumenistas hasta irían tan lejos como abogar por la necesidad de síntesis doctrinales, reuniendo varias creencias cristianas en una especie de ensalada de fruta. Se nos dice que cada iglesia está desequilibrada, y que la tarea del ecumenismo es restaurar el equilibrio y la armonía. Dentro de la diversidad reconciliatoria del movimiento ecuménico, se presume que todos, en las palabras de Federico el Grande, “serán salvos a su manera”.

Los adventistas creen que sin convicciones firmes una iglesia tiene poco poder espiritual. Hay peligro de que las arenas movedizas ecuménicas de blandura doctrinal absorban a las iglesias en una muerte denominacional. Por supuesto, eso es precisamente lo que espera el ecumenismo. Sin embargo, los adventistas sienten que tal irresolución doctrinal debe ser resistida vigorosamente, pues de otro modo este desarme espiritual dará como resultado una época realmente poscristiana que caerá sobre nosotros.

Comprensión ecuménica de las Escrituras

Los adventistas consideran a la Biblia como la infalible revelación de la voluntad de Dios, dotada de autoridad y el registro digno de confianza de los poderosos actos de Dios en la historia de la salvación.[3] Los adventistas creen que la Biblia es una unidad. Para muchos dirigentes del CMI, la Biblia no es normativa y dotada de autoridad en sí misma. El énfasis está sobre la diversidad bíblica, incluyendo a veces la idea de desmitologizar los Evangelios. Para un gran número de ecumenistas, como ocurre con el cristianismo liberal en general, la inspiración no reside tanto en el texto bíblico como en la experiencia del lector. La revelación proposicional está afuera; la experiencia está de turno. Las profecías apocalípticas prácticamente no tienen, para ellos, ningún papel en el tiempo del fin. Se hacen referencias nominales a la parusía, pero no tienen implicaciones de urgencia, y ellas hacen muy poco impacto medible en el concepto ecuménico de misión evangelizadora. Aquí hay un peligro de ceguera escatológica.

Los adventistas ven el cuadro bíblico del pecado y la redención dentro del marco del “gran conflicto” entre el bien y el mal, entre Cristo y Satanás, entre la Palabra de Dios y las mentiras del impostor, entre el remanente fiel y Babilonia, entre el “sello de Dios” y “la marca de la bestia”.

Los adventistas, primero y ante todo, son un pueblo de la Palabra. Aunque creen en la autoridad incondicional de las Escrituras, los adventistas reconocen que la Biblia fue “escrita por hombres inspirados, pero no es la forma del pensamiento y de la expresión de Dios. Es la forma de la humanidad. Dios no está representado como escritor. […] Los escritores de la Biblia eran los escribientes de Dios, no su pluma”.[4] Muchos ecumenistas dirían que el texto bíblico no es la Palabra de Dios sino que contiene la palabra de Dios cuando los hombres responden a ella y la aceptan. En contraste, los adventistas dirían que las declaraciones de los escritores bíblicos “son la Palabra de Dios”.[5] Dios no está en tela de juicio, ni lo está su Palabra, a pesar de la crítica de las formas. Somos lo seres humanos frente a la Biblia quienes nos hallamos en tela de juicio.

La comprensión ecuménica de la misión y del evangelismo

La comprensión tradicional de la misión destaca el evangelismo, es decir, la proclamación verbal del evangelio. El enfoque ecuménico considera la misión como la participación en el establecimiento del shalom, una especie de paz y armonía sociales. Los adventistas discrepan de toda tendencia que disminuya la importancia primaria de anunciar las buenas nuevas de la redención de la cautividad del pecado. En realidad, el concepto tradicional de la salvación, que incluye el pensamiento adventista, ha sido siempre el salvar a las personas del pecado y para la eternidad. El evangelismo ecuménico considera la salvación, primariamente, como salvar a la sociedad de regímenes opresivos, de los estragos del hambre, de la maldición del racismo y de la explotación de la injusticia.

La comprensión adventista de la conversión significa que una persona experimente cambios radicales mediante el nuevo nacimiento espiritual. El énfasis de la mayoría, en los círculos del CMI, parece ser cambiar (convertir) las estructuras injustas de la sociedad.

Como vemos, en el área de la evangelización y de la obra misionera extranjera, los frutos (o tal vez deberíamos decir la falta de frutos) del ecumenismo han sido, a menudo, menos evangelización (como la entendemos, desde Pablo hasta Billy Graham), menos crecimiento y más disminución de feligresía, menos misioneros enviados y proporcionalmente menos apoyo financiero. En realidad, el esfuerzo misionero se ha trasladado de las iglesias “ecuménicas” tradicionales a las iglesias evangélicas conservadoras. Es triste ver la pérdida de un potencial evangelizador tan grande en el movimiento misionero, especialmente en una época de actividad y militancia crecientes del islam, y del despertar del Oriente y del esoterismo.

Las campañas exitosas como “Mil Días de Cosecha”, “Ventana 10/40”, “Dilo al mundo”, “Pentecostés y Más” de los adventistas del séptimo día van en contra del enfoque ecuménico, de perfil bajo, de “misión conjunta”. Esta última puede parecer muy buena en un documento de estudio ecuménico, pero los resultados en ganancia de almas generalmente son nulos. La paráfrasis de un viejo dicho se podría aplicar aquí: “La prueba del budín ecuménico se encuentra en la evangelización que resulta”.

Comprensión ecuménica de la responsabilidad sociopolítica

Es cierto que todo el tema de la responsabilidad social y política del cristiano es muy complejo. El CMI y otros concilios de iglesias (como el Concilio Nacional de Iglesias en los Estados Unidos) están muy comprometidos en lo que generalmente se consideran cuestiones políticas. La Iglesia Adventista del Séptimo Día es mucho más circunspecta en esto, en comparación con la evangelización, donde las cosas son al revés.

Mucho del pensamiento ecuménico en el ámbito de la responsabilidad política incluye: 1) una secularización de la salvación; 2) un concepto posmilenial, que aboga por una mejora social gradual y un mejoramiento de la humanidad, y el establecimiento del reino de Dios sobre la tierra mediante el esfuerzo humano como agentes divinos; 3) la adaptación del cristianismo al mundo moderno; 4) una fe utópica y evolucionista en el progreso; y 5) un colectivismo socialista, que favorece ciertas formas de igualdad y del estado benefactor, pero no el materialismo comunista.

Presumiblemente, los activistas sociales ecuménicos consideran que el adventismo es una trasnochada visión utópica y apocalíptica en un futuro lejano. Confrontados con muchos problemas de la sociedad, los adventistas no pueden ser apáticos ni indiferentes, y generalmente no lo son. Consideren esto: instituciones del cuidado de la salud, hospitales y clínicas que sirven a millones de personas cada año; un gran sistema educativo que circunda el globo con cerca de cinco mil escuelas y universidades, la Agencia de Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA), un servicio mundial que se expande rápidamente en las zonas de necesidades agudas o crónicas. Se podría mencionar otras actividades de servicio.

La Iglesia Adventista del Séptimo Día cree que es necesario distinguir entre actividad sociopolítica de los cristianos en forma individual como ciudadanos, y la participación a nivel corporativo de la iglesia. La tarea de la iglesia consiste en tratar con principios morales de acuerdo con los principios bíblicos, y no abogar por directivas políticas. El CMI se ha comprometido en el juego del poder político. Aunque el adventismo siembra semillas que inevitablemente influirán sobre la sociedad y la política, no desea mezclarse en controversias políticas. El Señor de la iglesia afirmó: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18: 36) y, como su Señor, la iglesia desea andar “haciendo bienes” (Hech. 10: 38). No desea ejercer el gobierno, directa ni indirectamente.

Comprensión ecuménica de la libertad religiosa

En los primeros años del CMI, comenzando con su primera asamblea en Amsterdam en 1948, la libertad religiosa fue puesta en la agenda ecuménica. La libertad religiosa es considerada como un prerrequisito vital para la unidad ecuménica. En 1968, se estableció un secretariado de Libertad Religiosa en las oficinas centrales del CMI. Sin embargo, en años más recientes, la actitud sobre la libertad religiosa del CMI ha sido un tanto ambigua. En 1978 se cerró el Secretariado, principalmente aduciendo falta de recursos. Por supuesto, esto habla mucho acerca de la prioridad que se le da a la libertad religiosa en el movimiento ecuménico organizado.

Hoy, la tendencia ecuménica es considerar la libertad religiosa sencillamente como uno de los derechos humanos en lugar de un derecho fundamental del cual emanan todos los demás derechos humanos. Por supuesto, este es el enfoque usado por la mente secular. Los secularistas, o humanistas, rehúsan reconocer la creencia religiosa como algo aparte o superior a otras actividades humanas. Existe, aquí, el peligro de que la libertad religiosa pierda su carácter singular, que la hace la guardiana de todas las demás verdaderas libertades.

No debe olvidarse que, históricamente, han sido el equilibrio de poderes y la diversidad religiosa lo que han neutralizado la intolerancia religiosa y han favorecido la libertad religiosa. La unidad religiosa formal se ha conseguido únicamente con el uso de la fuerza. De este modo, se da una tensión permanente en la sociedad entre la unidad y la libertad religiosa. De hecho, el cuadro escatológico de los acontecimientos finales es un dramático panorama de persecución religiosa, cuando las fuerzas masivas de la Babilonia apocalíptica intentarán forzar a la iglesia del remanente en el molde de la apostasía unida.

Finalmente, la visión de la libertad religiosa llega a ser crecientemente oscurecida cuando se observa que ciertos activistas ecuménicos aceptan bastante fácilmente las restricciones a la libertad religiosa que afecta a los creyentes de afiliación religioso-política diferente, que ejercen lo que se percibe como una actitud social negativa. Además, algunos dirigentes ecuménicos están bastante dispuestos, en situaciones revolucionarias, a considerar que la libertad religiosa se cancele temporariamente con el fin de promover la unidad, la construcción de la nación y el “bien” de la sociedad como un todo.

La influencia de la comprensión profética

Lo que hemos descrito hasta ahora subraya algunas de las reservas que tienen los adventistas con respecto a la participación en el movimiento ecuménico organizado. La actitud general de la Iglesia Adventista del Séptimo Día hacia otras iglesias y hacia el movimiento ecuménico está decididamente influenciada por las consideraciones dadas más arriba y determinadas por la comprensión profética. Mirando hacia atrás, los adventistas ven siglos de persecución y manifestaciones anticristianas del poder papal. Ven la discriminación y mucha intolerancia del estado y de las iglesias establecidas. Mirando hacia delante, ven el peligro de que el catolicismo y el protestantismo se unan y ejerzan poderes religioso-políticos de forma dominadora y potencialmente perseguidora. Ven a la iglesia fiel de Dios no como una iglesia enorme, sino como un remanente. Se ven a sí mismos como el núcleo de ese remanente, y no están dispuestos a unirse con la creciente apostasía cristiana de los últimos días.

Mirando el presente, los adventistas ven su tarea de predicar el evangelio eterno a todos los seres humanos, llamándolos a adorar al Creador, a una adhesión obediente a la fe de Jesús y a la proclamación de que la hora del juicio de Dios ha llegado. Algunos aspectos de este mensaje no son populares. ¿Cómo pueden los adventistas tener éxito en cumplir con este mandato profético? Consideramos que la Iglesia Adventista del Séptimo Día puede cumplir mejor con el mandato divino conservando su propia identidad, su propia motivación, su propio sentido de urgencia, sus propios métodos de trabajo.

¿Cooperación ecuménica?

¿Deberían los adventistas cooperar ecuménicamente? Los adventistas deberían cooperar mientras se proclame el evangelio auténtico y los clamores de las necesidades humanas sean satisfechos. La Iglesia Adventista del Séptimo Día no quiere pertenecer a organizaciones que puedan desvirtuarla, y rehúsa cualquier relación que la ponga en peligro de diluir su testimonio distintivo. Sin embargo, los adventistas quieren ser “cooperadores conscientes”. El movimiento ecuménico, como una agencia de cooperación, tiene aspectos aceptables; como agencia para la unidad orgánica de las iglesias, se halla en entredicho.

Relaciones con otras organizaciones religiosas

Allá por 1926, mucho antes de que el ecumenismo se pusiera en boga, la Junta Directiva de la Asociación General adoptó una declaración importante que ahora forma parte del General Conference Working Policy [Libro de reglamentos eclesiástico-administrativos de la Asociación General]. Esta declaración tiene implicaciones ecuménicas significativas. La preocupación de la declaración tenía que ver con los campos misioneros y las relaciones con otras “sociedades misioneras”. Sin embargo, la declaración ha sido ampliada ahora, para tratar otras “organizaciones religiosas” en general. Afirma que los adventistas “reconocen a toda agencia que eleva a Cristo ante los hombres como una parte del plan divino para la evangelización del mundo, y […] tiene en alta estima a los hombres y las mujeres cristianos de otras confesiones que están ocupados en ganar almas para Cristo”. En el trato de la Iglesia con otras iglesias, “la cortesía cristiana, la amabilidad y la equidad” han de prevalecer. Se hacen algunas sugerencias prácticas para evitar malentendidos y ocasiones de fricción. La declaración deja bien en claro, sin embargo, que “el pueblo adventista” ha recibido la “carga” especial de enfatizar la segunda venida de Cristo como un acontecimiento que está “a las puertas”, y preparar “el camino del Señor como lo revelan las Sagradas Escrituras”. Este “cometido” divino, por lo tanto, hace que sea imposible que los adventistas restrinjan su testimonio a “alguna región limitada” y los impele a presentar el evangelio “a la atención de todos los pueblos, en todas partes”.

En 1980, la Asociación General nombró un Comité de Relaciones con las Iglesias, con el fin de dar supervisión y orientación general a las relaciones de la Iglesia con los demás cuerpos religiosos. Este comité, en determinados casos ha autorizado a tener conversaciones con otras organizaciones religiosas cuando sentía que esto podría ser beneficioso.

Los líderes adventistas deberían ser conocidos como constructores de puentes. Esta no es una tarea fácil. Es mucho más fácil destruir los puentes eclesiásticos y servir como “comandos cristianos” irresponsables. Elena G. de White dijo: “Se necesita mucha sabiduría para alcanzar a los pastores y hombres de influencia”.[6] Los adventistas no han sido llamados a vivir en un gueto amurallado, hablando solo consigo mismos, publicando principalmente para ellos mismos, mostrando un espíritu sectario y aislacionista. Por supuesto, resulta más cómodo y seguro vivir en una fortaleza adventista, con los puentes levadizos alzados. En este marco, alguno se aventura, de tanto en tanto, al vecindario para realizar una breve campaña evangelizadora, capturar tantos “prisioneros” como sea posible, y luego desaparecer con ellos de nuevo en la fortaleza. Elena G. de White no creía en la mentalidad aislacionista. “Nuestros ministros deben procurar acercarse a los ministros de otras denominaciones. Oren por estos hombres y con ellos, pues Cristo intercede en su favor. Tienen una solemne responsabilidad. Como mensajeros de Cristo, deben manifestar profundo y ferviente interés en estos pastores del rebaño”.[7]

Utilidad de las relaciones de los observadores

La experiencia ha enseñado que la mejor relación con los diversos concilios de iglesias (nacionales, regionales, mundiales) es la de observador-consultor. Esto ayuda a la Iglesia a mantenerse informada, y a comprender las tendencias y los sucesos. Ayuda a conocer a los pensadores y los líderes cristianos. Los adventistas tienen la oportunidad de ejercer una presencia y dar a conocer el punto de vista de la Iglesia. Pertenecer a esos grupos como miembros no es aconsejable. Esas organizaciones ecuménicas generalmente no son “neutrales”. A menudo tienen metas y reglas bastante concretas, y desempeñan un papel de apoyo sociopolítico. No tendría mucho sentido ser miembros con poco entusiasmo en el mejor de los casos, o nominales, como lo son muchas iglesias, o encontrarse con frecuencia en la oposición, como a menudo sería el caso.

En el ámbito local, tratando con problemas más prácticos y menos teológicos, uno podría visualizar algunas formas en que los adventistas podrían pertenecer a alguna de estas organizaciones locales, sin embargo, con cautela. Estamos pensando en relaciones organizadas como asociaciones ministeriales en una ciudad, organizaciones locales de iglesias, grupos de estudio de la Biblia y grupos específicos o redes de estudio de las necesidades de la comunidad o de la forma de ayudar a resolver problemas locales. No debe existir la percepción de que los adventistas sencillamente se despreocupan de toda responsabili- dad cristiana por la comunidad local.

En años recientes, los líderes y los teólogos adventistas han tenido oportunidades para dialogar con representantes de otras iglesias. Estas experiencias han sido beneficiosas. Se ha generado respeto mutuo. Se han eliminado los estereotipos gastados e inexactos, y percepciones doctrinales incorrectas. Los prejuicios han sido enterrados sin ceremonias. Se han aguzado las herramientas y la comprensión teológicas. Se han reconocido nuevas dimensiones y se han presentado nuevos panoramas de extensión a los demás. Antes que nada, sin embargo, se ha fortalecido su fe en el mensaje adventista. No hay razón para que los adventistas tengamos complejo de inferioridad. Es un privilegio maravilloso ser adventista, y saber que el fundamento teológico y de la organización de nuestra iglesia es seguro y firme.

Heraldos del verdadero oikouméne

Los adventistas son heraldos del único oikouméne verdadero y duradero. En Hebreos, se hace referencia al “mundo [griego: oikouméne] venidero”, el reino universal de Dios que está por venir. Al fin de cuentas, este es el “ecumenismo” por el que luchan los adventistas. Todo otro movimiento ecuménico es efímero. Entretanto, es un deber deber cristiano estar “siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes. Pero háganlo con gentileza y respeto” (1 Ped. 3: 15, 16, NVI).

Autor: Dr. Bert B. Beach | Autor de esta declaración y fue publicada en junio de 1985 en relación con el Congreso de la Asociación General de Indianápolis, y luego la Review and Herald Publishing Association la publicó como un folleto.

Referencias


  1. Bert B. Beach, Ecumenism-Boon or Bane? [El ecumenismo: ¿Bendición o aflicción?] (Washington, D.C.: Review and Herald Publishing Association, 1974). ↩︎

  2. Ver Juan 17: 6, 13, 17, 19, 23, 26. ↩︎

  3. Ver Creencias Fundamentales de los Adventistas del Séptimo Día, Número 1, “Las Sagradas Escrituras”. ↩︎

  4. Elena G. de White, Mensajes selectos (Mountain View, California: Pacific Press Publishing Association, 1969), t. 1, pág. 24. ↩︎

  5. Ibíd. ↩︎

  6. Elena G. de White, El evangelismo, pág. 409. ↩︎

  7. Elena G. de White, Testimonios para la iglesia (Doral, Florida: APIA, s. d.), t. 6, pág. 84. ↩︎

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