Citas de Ellen G. White | Justificación por la fe

Revista Sefer Olam Mar 13, 2017
Juegos Cristianos

“Nadie sino Dios puede subyugar el orgullo del corazón humano. No podemos salvarnos a nosotros mismos. No podemos regeneramos a nosotros mismos. En los atrios del cielo no se cantará ningún cántico que diga: A mí que me he amado, que me he lavado, que me he redimido a mí mismo, a mí sea tributada la gloria, y el honor y la bendición y la alabanza. Sin embargo ésta es la nota tónica del cántico que muchos entonan aquí en este mundo, Ellos no saben lo que significa ser manso y humilde de corazón; y no se proponen saberlo, si pueden evitarlo. Todo el Evangelio está comprendido en que aprendamos de Cristo su humildad y mansedumbre. ¿Qué es la justificación por la fe? Es la obra de Dios que abate en el polvo la gloria del hombre, y hace por el hombre lo que él no tiene la capacidad de hacer por sí mismo”[1]

“El mensaje presente, la justificación por la fe, es un mensaje de Dios. Lleva las credenciales divinas porque su fruto es para santidad. Tememos que algunos que necesitan grandemente la preciosa verdad que fue presentada ante ellos, no hayan recibido su beneficio. No abrieron la puerta de su corazón a Jesús para darle la bienvenida como a un huésped celestial y han sufrido una gran pérdida. Ciertamente, hay un sendero estrecho por el que debemos caminar; la cruz se presenta en cada paso. Debemos aprender a vivir por fe. Entonces las horas más oscuras serán iluminadas por los benditos rayos del Sol de justicia”.[2]

“Cuando estemos revestidos por la justicia de Cristo, no tendremos ningún gusto por el pecado, pues Cristo obrará dentro de nosotros. Quizá cometamos errores, pero aborreceremos el pecado que causó los sufrimientos del Hijo de Dios”.[3]

“Hemos transgredido la ley de Dios, y por las obras de la ley ninguna carne será justificada. Los mejores esfuerzos que pueda hacer el hombre con su propio poder son ineficaces para responder ante la ley santa y justa que ha transgredido, pero mediante la fe en Cristo puede demandar la justicia del Hijo de Dios como plenamente suficiente. Cristo satisfizo las demandas de la ley en su naturaleza humana. Llevó la maldición de la ley por el pecador, hizo expiación para él a fin de que cualquiera que cree en él, no se pierda sino tenga vida eterna. La fe genuina se apropia de la justicia de Cristo y el pecador es hecho vencedor con Cristo, pues se lo hace participante de la naturaleza divina, y así se combinan la divinidad y la humanidad.

“El que está intentando alcanzar el cielo por sus propias obras al guardar la ley, está intentando un imposible. El hombre no puede ser salvado sin la obediencia, pero sus obras no deben ser propias. Cristo debe efectuar en él tanto el querer como el hacer la buena voluntad de Dios. Si el hombre pudiera salvarse por sus propias obras, podría tener algo en sí mismo por lo cual regocijarse. El esfuerzo que el hombre pueda hacer con su propia fuerza para obtener la salvación está representado por la ofrenda de Caín. Todo lo que el hombre pueda hacer sin Cristo está contaminado con egoísmo y pecado, pero lo que se efectúa mediante la fe es aceptable ante Dios. El alma hace progresos cuando procuramos ganar el cielo mediante los méritos de Cristo. Contemplando a Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, podemos proseguir de fortaleza en fortaleza, de victoria en victoria, pues mediante Cristo la gracia de Dios ha obrado nuestra completa salvación.

“Sin fe es imposible agradar a Dios. La fe viviente capacita a su poseedor para aferrarse de los méritos de Cristo, lo capacita para obtener, del plan redentor, gran consuelo y satisfacción”.[4]

“Cuando Dios perdona al pecador, le remite el castigo que merece, y lo trata como si nunca hubiera pecado, lo recibe en el favor divino y lo justifica por los méritos de la justicia de Cristo. El pecador sólo puede ser justificado por la fe en la expiación efectuada por el amado Hijo de Dios que se convirtió en sacrificio por los pecados del mundo culpable. Nadie puede ser justificado por ninguna una obra propia. Sólo por virtud de los sufrimientos, muerte, resurrección de Cristo puede ser liberado de la culpabilidad del pecado, de la condenación de la ley, del castigo de la transgresión. La fe es la única condición por la cual se puede obtener la justificación, y la fe incluye no sólo la creencia sino la confianza…

“El pecador está representado con una oveja perdida, y una oveja perdida nunca vuelve al redil a menos que sea buscada y llevada de vuelta por el pastor. Nadie puede arrepentirse por sí mismo y hacerse digno de la bendición de la justificación. El Señor Jesús constantemente busca impresionar la mente del pecador y atraerlo a la contemplación de él, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. No podemos dar un paso hacia la vida espiritual a menos que Jesús atraiga y fortalezca al alma, y nos guíe a la experiencia del arrepentimiento del cual nadie necesita arrepentirse…

“La fe que es para salvación no es una fe casual, no es un mero consentimiento del intelecto, es una creencia arraigada en el corazón, que toma a Cristo como a un Salvador personal… Cuando el alma se aferra de Cristo como de la única esperanza de salvación, se manifiesta la fe genuina. Esta fe guía a su poseedor a colocar todos los afectos del alma en Cristo”.[5]

“Nadie ha dicho que encontraremos la perfección en las investigaciones de los hombres, pero esto sé: Nuestras iglesias están agonizando por falta de enseñanza acerca del tema de la justificación por la fe en Cristo, y verdades semejantes.

“No importa por medio de quién nos llegue la luz, debiéramos abrir las puertas de nuestros corazones para recibirla con la mansedumbre de Cristo”.[6]

“Cuando el pecador, penitente, contrito delante de Dios, comprende el sacrificio de Cristo en su favor y acepta este sacrificio como su única esperanza en esta vida y en la vida futura, sus pecados son perdonados. Esto es justificación por la fe. Cada alma creyente debe conformar enteramente su voluntad a la voluntad de Dios y mantenerse en un estado de arrepentimiento y contrición, ejerciendo fe en los méritos expiatorios del Redentor y avanzando de fortaleza en fortaleza, de gloria en gloria.

“El perdón y la justificación son una y la misma cosa. Mediante la fe, el creyente pasa de la posición de un rebelde, un hijo del pecado y de Satanás, a la posición de un leal súbdito de Jesucristo, no en virtud de una bondad inherente, sino porque Cristo lo recibe como hijo suyo por adopción. El pecador recibe el perdón de sus pecados, porque estos pecados son cargados por su Sustituto y Garante. El Señor le dice a su Padre celestial: ‘Este es mi hijo. Suspendo la sentencia de condenación de muerte que pesa sobre él, dándole mi póliza de seguro de vida -vida eterna- en virtud de que yo he tomado su lugar y he sufrido por sus pecados. Ciertamente, él es mi hijo amado’. De esa manera el hombre, perdonado y cubierto con las hermosas vestiduras de la justicia de Cristo, comparece sin tacha delante de Dios”.[7]

“El apóstol Santiago vio los peligros que surgirían al presentar el tema de la justificación por la fe, y se esforzó por mostrar, que la fe genuina no puede existir sin las obras correspondientes. Presenta la experiencia de Abrahán. ‘¿No ves -dice – que la fe actuó juntamente con sus- obra, y que la fe se perfeccionó por las obras?’ Esta fe genuina realiza una obra genuina en los creyentes. La fe y la obediencia producen una experiencia sólida y valiosa.

“Hay una creencia que no es fe salvadora. La Palabra declara que los demonios creen y tiemblan. La así llamada fe que no obra por amor ni purifica el alma no justificará al hombre. ‘Vosotros veis -dice el apóstol, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe’ (Santiago 2: 24). Abrahán creyó a Dios. ¿Cómo sabemos que creyó? Sus obras testificaron del carácter de su fe, y su fe le fue contada por justicia.

“Necesitamos hoy la fe de Abrahán para iluminar las tinieblas que nos rodean, que impiden que nos lleguen los dulces rayos del amor de Dios y que detienen nuestro crecimiento espiritual. Nuestra fe debiera ser fecunda en buenas obras, pues la fe sin obras es muerta. Cada tarea que realizarnos, cada sacrificio que hacemos en nombre de Jesús, produce una recompensa enorme. En el mismo acto del deber Dios habla y nos da su bendición”.[8]

“Algunos de nuestros hermanos han expresado temores de que nos ocupemos demasiado del tema de la justificación por la fe, pero espero y deseo que nadie se alarme innecesariamente ya que no hay peligro al presentar esta doctrina tal como se expone en las Escrituras. Si no hubiera habido negligencia en lo pasado en cuanto a la debida enseñanza del pueblo de Dios, no habría necesidad de llamar especialmente la atención a esto… Las preciosas y grandísimas promesas que nos son dadas en las Sagradas Escrituras se han perdido de vista en gran medida, tal como el enemigo de toda justicia quería que fuera. Él ha proyectado su propia sombra oscura entre nosotros y nuestro Dios para que no veamos el verdadero carácter de Dios. El Señor se ha presentado a sí mismo como ‘misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad’.

“Varios me han escrito preguntándome si el mensaje de la justificación por la fe es el mensaje del tercer ángel, y he contestado: ‘Es el mensaje del tercer ángel en verdad’”.[9]

“Con gran claridad y poder el apóstol presentó la doctrina de la justificación por la fe en Cristo. Esperaba que otras iglesias también fueran ayudadas por la instrucción enviada a los cristianos de Roma. ¡Pero cuán obscuramente podía prever la extensa influencia de sus palabras! A través de todos los siglos, la gran verdad de la justificación por la fe ha subsistido como un poderoso faro para guiar a los pecadores arrepentidos al camino de la vida. Fue esta luz la que disipó las tinieblas que envolvían la mente de Lutero, y le reveló el poder de la sangre de Cristo para limpiar del pecado. La misma luz ha guiado a la verdadera fuente de perdón y paz a miles de almas abrumadas por el pecado. Todo creyente cristiano tiene verdaderamente motivo para agradecer a Dios por la epístola dirigida a la iglesia de Roma”.[10]

“Mientras una clase pervierte la doctrina de la justificación por la fe y deja de cumplir con las condiciones formuladas en la Palabra de Dios –‘Si me amáis, guardad mis mandamientos’-, igualmente cometen un error semejante los que pretenden creer y obedecer los mandamientos de Dios pero se colocan en oposición a los preciosos rayos de luz -nuevos para ellos – que se reflejan de la cruz del Calvario. La primera clase no ve las cosas maravillosas que tiene la ley de Dios para todos los que son hacedores de su Palabra. Los otros cavilan sobre trivialidades y descuidan las cuestiones de más peso – la misericordia y el amor de Dios.

“Muchos han perdido demasiado por no haber abierto los ojos de su entendimiento para discernir las cosas asombrosas de la ley de Dios. Por un lado, los religiosos extremistas en general han divorciado la Ley del Evangelio, mientras nosotros, por el otro lado, casi hemos hecho lo mismo desde otro punto de vista. No hemos levantado delante de la gente la justicia de Cristo y el pleno significado de su gran plan de redención. Hemos dejado a un lado a Cristo y su incomparable amor, introducido teorías y razonamientos, y predicado discursos argumentativos”.[11]

Referencias


  1. Testimonios para los Ministros, p.464. ↩︎

  2. Mensajes selectos, tomo 1, p.421. ↩︎

  3. Review and Herald, 03 de Septiembre, 1890. ↩︎

  4. Review and Herald, 01 de Julio, 1890. ↩︎

  5. Mensajes selectos, tomo 1, 389-392. ↩︎

  6. Review and Herald, 25 de Marzo, 1890. ↩︎

  7. Fe y Obras, p.109. ↩︎

  8. Signs of the Times, 19 de Mayo, 1898. ↩︎

  9. Review and Herald , 01 de Abril, 1890. ↩︎

  10. Los Hechos de los Apóstoles, cap. 35. ↩︎

  11. Review and Herald, 24 de Febrero, 1977 ↩︎

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